Fuera de concurso,
en Cannes, una de las películas de mayor éxito en tan renombrado
festival francés fue "Ágora", dirigida por el español Alejandro
Amenábar. Su estrella es la inglesa Rachel Weiz, premiada
con el Oscar 2006 como mejor actriz de reparto por su trabajo en "El
jardinero fiel", dirigida por el brasileño Fernando Meirelles.
En "Ágora" ella
interpreta a Hipacia, única mujer de la antigüedad que
destacó como científica. Astrónoma, física, matemática y filósofa,
Hipacia nació en el año 370, en Alejandría. Fue la última gran
científica de renombre que trabajó en la legendaria biblioteca de
aquella ciudad egipcia. A los 30 años ocupó, en la Academia de
Atenas, la silla de Plotino. Escribió tratados sobre
Euclides y Ptolomeo, realizó un mapa de los cuerpos
celestes y parece que había inventado nuevos modelos de astrolabio,
planisferio e hidrómetro.
Neoplatónica,
Hipacia defendía la libertad de religión y
de pensamiento. Creía que el Universo era regido por leyes
matemáticas. Tales ideas suscitaron las iras de los fundamentalistas
cristianos que, en plena decadencia del Imperio Romano, luchaban por
conquistar la hegemonía cultural.
El año 415, instigados por Cirilo, obispo de
Alejandría, algunos fanáticos arrestaron a Hipacia en una
iglesia, la maltrataron con trozos de cerámica y conchas y, después
de asesinarla, arrojaron el cuerpo a una hoguera. Su muerte paralizó
durante mil años el avance de la matemática occidental. Cirilo
fue canonizado por Roma.
La película de
Amenábar resulta oportuna en este momento en que el fanatismo
religioso se está poniendo de moda por esos mundos de Dios. Pero
toca también otro tema más
profundo: la opresión contra la mujer. Hoy esta opresión se
manifiesta de maneras tan sofisticadas que llegan a convencer a las
mismas mujeres de que ése es el camino verdadero de la liberación
femenina.
En la sociedad
capitalista, donde impera el lucro por encima de todos los valores,
el patrón machista de cultura asocia erotismo y mercancía. El atractivo es la imagen estereotipada de la mujer.
Su autoestima es desplazada hacia el sentirse deseada; su cuerpo es
violentamente modelado según patrones consumistas de belleza; sus
atributos físicos se vuelven omnipresentes.
Donde hay ofertas
de productos
–televisión, revistas, periódicos, folletos, propaganda
en vehículos, y toda la parafernalia de las telenovelas– lo que se
mira es una profusión de senos, nalgas, labios, piernas, etc. Es
como una carnicería virtual. Hipacia fue castrada en su
inteligencia, en sus talentos y valores subjetivos, y ahora es
escarnecida por las conveniencias del mercado. Es sutilmente
manipulada en su ansia de alcanzar la perfección.
Según la ironía de
Ciranda da bailarina, de Edu Lobo y Chico Buarque, "Si
nos fijamos bien, todo mundo tiene acné, marca de apendicitis o
vacuna, tienen lombrices y amebas, sólo la bailarina no lo
tiene". Si lo tuviera sería rechazada por los patrones machistas
por ser gorda, vieja, sin atributos físicos que la hagan deseable.
Si abre la boca
debe hablar de emociones, nunca de valores; de fantasías, no de la
realidad; de la vida privada, no de la pública (política). Y debe
aceptar placenteramente ser reducida a la irracionalidad analógica:
"gata", "vaca", "avión", "calabaza", etc.
Para evitar ser
repudiada, ahora Hipacia debe controlar su peso a costa de
enormes sacrificios (¡qué bueno sería destinar a los hambrientos lo
que deja de comer!), cambiar el vestuario lo más frecuentemente
posible, someterse a la cirugía plástica por mera cuestión de
vanidad (¡y pensar que esta especialidad de la medicina fue creada
para corregir anomalías físicas y no para dedicarse a caprichos
estéticos!).
Toda mujer sabe que, mejor que ser
atrayente, es ser amada. Pero el amor es un valor anticapitalista.
Supone solidaridad, no competitividad; compartimiento, no
acumulación; donación, no posesión.
Y el machismo
impregnado en esta cultura volcada hacia el consumismo teme la
alteridad femenina. Resulta mejor fomentar la mujer-objeto (de
consumo).
En la guerra de los
sexos, históricamente es el hombre quien señala el lugar de la
mujer. Él tiene la posesión de los bienes (patrimonio); y a ella le
toca el cuidado de la casa (matrimonio). Y está claro que ella va
incluida entre los bienes... Véase la costumbre tradicional, en el
casamiento, de añadir el apellido del marido al nombre de la mujer.
En el Brasil
colonial se decía que a la mujer del dueño de esclavos le estaba
permitido salir sólo tres veces de casa: para ser bautizada, casada
y enterrada... Todavía hoy, la Hipacia interesada en
matemática y filosofía es, como mínimo, una amenaza para los hombres
que no quieren compartir sino dominar. Pues ellos están repletos de
voluntades y parcos de inteligencia, aunque sean cultos.
Si lo atractivo es
lo que se ve, ¿por qué espantarse de saber que la media actual de
durabilidad conyugal en el Brasil es de siete años? ¿Cómo
exigir que los hombres se interesen por las mujeres que carecen de
atributos físicos o cuando ya son vencidas por la edad?
Es una lástima que aún no se haya
inventado botox para el alma, ni cirugía plástica para la
subjetividad.
Frei
Betto
Tomado
de Adital
6 de julio de 2009