La feminización
de la pobreza
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Las
grandes perdedoras de las nuevas
políticas económicas son las
mujeres |
Hablar de
feminización de la pobreza es hablar de una
realidad que viene de lejos: el feminismo
lleva tiempo utilizando esta expresión para
connotar el creciente empobrecimiento
material de las mujeres, el empeoramiento de
sus condiciones de vida y la vulneración de
sus derechos fundamentales.
Cuando la
impresión generalizada es la de que las vidas de las mujeres
están mejorando en todo el mundo, las cifras desmienten este
tópico. Es un hecho verificable, por ejemplo, que en las
familias del Primer y del Tercer Mundo, el reparto de la
renta no sigue pautas de igualdad, sino que sus miembros
acceden a un orden jerárquico de reparto presidido por
criterios de género.
También es un hecho palpable el que uno de los
efectos más rotundos
de los programas de ajuste estructural inherentes a las
políticas neoliberales es el crecimiento del trabajo
gratuito de las mujeres en el hogar, resultado de los
recortes de los programas sociales por parte de los
gobiernos: aquellas funciones de las que el Estado abdica
-salud o nutrición o educación, entre otras- vuelven a
recaer en la familia.
La Ley de Dependencia, de reciente creación en España, tiene
como objetivo precisamente reducir algunas cargas de las
cuidadoras y cuidadores de las personas dependientes en las
familias, ya que el trabajo no remunerado que realizan las
mujeres en el hogar les impide acceder a trabajos que
requieran dedicación exclusiva.
Si bien es cierto que está creciendo el segmento de mujeres
que se insertan en el mercado de trabajo global, también lo
es que este proceso se está realizando bajo condiciones
laborales inimaginables hace sólo 30 años.
Las mujeres reúnen las
condiciones que pide el nuevo mercado laboral global:
personas flexibles, con gran capacidad de adaptación, a las
que se pueda despedir fácilmente, dispuestas a trabajar en
horarios irregulares o parciales, a domicilio, etcétera.
Saskia Sassen no sólo sostiene que se está feminizando la
pobreza, sino que se está feminizando la supervivencia.
En efecto, la producción alimenticia de subsistencia, el
trabajo informal, la emigración o la prostitución son
actividades económicas que han adquirido una importancia
mucho mayor como opciones de supervivencia para las mujeres.
Lo cierto es que las mujeres entran en las estrategias de
desarrollo básicamente a través de la industria del sexo,
del espectáculo y de las remesas de dinero que envían a sus
países de origen. Y que éstas son las herramientas de los
gobiernos para amortiguar el desempleo y la deuda externa.
La
globalización, en su versión neoliberal, es un proceso que
está ahondando cada vez más la brecha que separa a los
pobres de los ricos. Sin embargo, no se puede desconocer que
las grandes perdedoras de esta nueva política económica son
las mujeres.
En efecto, patriarcado y capitalismo se configuran como las
dos macrorrealidades sociales que socavan los derechos de
las mujeres, al propiciar la redistribución de los recursos
asimétricamente, es decir, en interés de los varones.
Por eso no es de extrañar, ni tampoco es una casualidad, que
uno de los lenguajes que habla el feminismo en la bisagra de
los siglos XX y XXI sea el de las políticas públicas de
igualdad, orientadas a reducir las desigualdades económicas
y a debilitar las jerarquías. Las políticas públicas tienen
una función redistribuidora en sociedades estratificadas y
se manifiestan a través de acciones positivas. Este tipo de
políticas sociales han vertebrado los Estados de bienestar
europeos, aplicándose a diversos colectivos sociales y muy
especialmente a la clase obrera: la educación, la salud y el
sistema de pensiones, junto a otras políticas sociales, han
sido la manifestación más explícita de una redistribución
más justa de los recursos y del reconocimiento de nuevos
derechos sociales para grandes sectores de la ciudadanía.
Hasta la fecha no se han encontrado otras políticas que
debiliten tanto la explotación económica y la subordinación
social que las medidas de acción positiva. Por eso, cuando
de lo que se trata es de que el Estado abandone su papel
redistribuidor de recursos sociales y lo deje en manos del
mercado, criticar las políticas públicas con el argumento de
que tutelan a quienes van dirigidas es cuanto menos un
sarcasmo.
En España hay
ocho millones de pobres, de los cuales la mayoría son
mujeres.
Y la tendencia a la feminización de la pobreza es
contrastable en los países del norte y en los de sur. Ese
viejo sueño de deshacernos de la pobreza se ha convertido en
una quimera.
Frente a la pertinaz pobreza de las mujeres y frente a una
inmigración femenina situada mayoritariamente en la
prostitución, en el servicio doméstico y en otras tareas mal
pagadas y definidas como nuevas clases de servidumbre, el
feminismo no puede negar la necesidad de que se amplíen las
políticas sociales. Lo contrario sería negar su dimensión
vindicativa y emancipatoria.
Rosa Cobo*
Publicado en
www.elpais.es
Tomado de
www.comfia.info
15 de
junio de 2006
*
Profesora de
Sociología de la Universidad de A Coruña, y Luisa Posada,
profesora de Filosofía de la Universidad Complutense de
Madrid
foto: pangea.org
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