Hacia otro género de desarrollo (VII)

Género y Equidad

“No hay tradición cultural que no justifique el monopolio masculino de las armas y la palabra, ni tradición popular que no desprestigie a la mujer o que no la denuncie como peligro”  

(E. Galeano, Patas arriba. La escuela del Mundo al revés)

 

El planteamiento del género, puesto de relieve en la década de los años 80 y consolidado en la de los años 90, representa un paso más hacia delante en el largo camino de liberación que han emprendido las mujeres de todas partes del mundo. Este planteamiento subraya que las diferencias entre los varones y las mujeres son construidas socio-psicológicamente, a lo largo de la historia de las distintas sociedades y culturas, mediante mecanismos y estrategias de variada índole. Cuando ha sido integrado al planteamiento del desarrollo, ha mostrado que la problemática de las mujeres no puede ser analizada al margen de la actuación de los varones y sus contextos sociopolíticos. En el fondo, quiere decir que mujeres y varones no pueden ser entendidos por separado; la información sobre ellas es también, si la sabemos interpretar, información acerca de ellos. Esa interacción permitió identificar y denunciar las causas precisas de la desigualdad de las mujeres, a la par que asumir que nada es neutral en materia de género.

 

En sentido global el análisis afirma que las relaciones entre los géneros han sido construidas en detrimento de las mujeres, que invariablemente son situadas en condiciones de desigualdad, abierta o encubierta, y de desventaja frente a los varones. Esto se puede verificar en los resultados obtenidos de distintos Informes, Convenciones y Conferencias Internacionales (Carta de las Naciones Unidas 1945, Declaración sobre los Derechos Humanos 1948, Pekín 1995) que evidencian, a través de indicadores cada vez más sofisticados, esa situación de inferioridad extendida a la estima, la condición y la posición de las mujeres. Análisis más detallados ponen de relieve el modo como son expropiados los beneficios de sus trabajos, y la  valoración asimétrica de su capacidad y comportamiento, lo que genera, su distinto acceso a recursos y poder. Se trata, por tanto, de un «desarrollo injusto y discriminatorio».

 

El compromiso a favor de la construcción de unas relaciones equitativas de género supone, de una parte, cuestionar ese concepto y práctica teniendo en cuenta el desarrollo promovido por las sociedades capitalistas y patriarcales, que apunta principalmente a un crecimiento económico, de acuerdo al alcanzado e impuesto por los países del Norte, con altos costes humano y ecológicos, entre otros. De otra parte se trataría de reivindicar un «desarrollo alternativo». Éste debería fundarse sobre las bases de la democracia, la participación y la igualdad promoviendo estrategias que fomenten el empoderamiento de las mujeres, entendido como acceso al control de recursos y refuerzo de su protagonismo en todos los ámbitos.

 

Se trataría, por tanto, de intervenir en el modelo de desarrollo que se está promoviendo, a nivel institucional y político, con el fin de lograr cambios y justicia, es decir, una «reducción efectiva de las desigualdades» que afectan a las mujeres. Lo que está lejos de implicar, simplemente, su incorporación, la promoción de proyectos destinados a paliar su falta de formación, la concesión de créditos y recursos, organización de actividades paralelas para ellas, o bien, fomentar algún un tipo de respuesta frente a la constatación de las diferencias, en ocasiones abismales, existentes entre varones y mujeres. En suma, es una reestructuración de nuestras sociedades, de modo que reflejen también su visión, intereses y necesidades, apoyadas en la igualdad.

 

El género no es una palabra nueva

 

La noción de “género” aparece desde mediados de la década de los sesenta entre las disciplinas socio-antropológicas, aunque su génesis se remonta al pensamiento de Poulain de la Barre en el siglo XVII, quien mantuvo que la desigualdad entre varones y mujeres es de índole social y política, no-natural, en ámbitos en los que se producen teorías que postulan la inferioridad de las mujeres. Debemos a Ann Oakley la introducción de la distinción conceptual (1972) entre “sexo” (condiciones físicas y biológicas: cromosomas, genitales externos e internos, estados hormonales, características sexuales secundarias, es decir, las diferencias anatómico-fisiológicas-biológicas entre macho y hembra) y “género” (clasificación sociocultural sobre los rasgos y roles masculino y femenino).

 

En la actualidad, se afirma que el aprendizaje del género inicia desde la vida intrauterina, o en el momento preciso en que el ultrasonido desvela el sexo anatómico del feto, ya que entonces, comienzan a perfilarse ciertas expectativas y orientaciones relativas a éste, que cristalizan a partir de su nacimiento y a lo largo de su proceso de crecimiento y madurez. En éste, la criatura también aprenderá la manera en que debe comportarse para ser percibida por los otros y por sí misma, como masculina o femenina. Esa percepción será reforzada mediante la educación-socialización.

 

Es también un hecho que, cada sociedad y cultura, de acuerdo a su visión de la diferencia sexual natural, articula su estructuración social y moldea los “ideales” de masculinidad y feminidad, prescribiendo conductas complementarias y excluyentes para los varones y las mujeres (premisas de género) que garantiza a través de una serie de imperativos de acción o prohibiciones (mandatos de género). No hay sociedades que concuerden plenamente en sus distinciones-roles aplicados a uno u otro género, incluso, algunas podrían admitir la existencia de más de dos géneros. A esto debe añadirse que tales distinciones suelen variar con el tiempo.

 

Desentrañar las identidades y las condiciones de género es fundamental para comprender las relaciones de poder y sus procesos de comunicación en toda la realidad humana. Algo que también se relaciona con la necesidad de esclarecer el significado que tiene el ser varón y ser mujer, los procesos que conducen a ello, los aprendizajes más favorecidos, sus manejos de poder y violencia en distintos ámbitos, discriminación, derechos humanos, etc.

 

Una tarea recíproca: para un mundo auténticamente compartido.

 

Los comportamientos discriminatorios se vinculan a realidades ligadas a la cultura y psicología profunda y denotan prejuicios que son tanto más difíciles de superar, cuanto más irracionales son. Se mezcla también la dinámica de los intereses y privilegios, sustentados hasta hoy por los varones, y la falta de convicción, valoración y reconocimiento de las mujeres como sus iguales, pero cada vez, va siendo más difícil eludir su interpelación. Sin olvidar que, además, existe un sector numeroso de mujeres que, prácticamente, han asumido la ideología de inferioridad-subordinación y no parece que desean salir de ella. Es preciso agregar que los roles y estereotipos se han fijado y reforzado de tal modo que, ciertamente, hacen difícil, pero no imposible, la tarea de reimaginar otros modos de ser mujer y ser varón en la actualidad, sin estar recuperando constantemente los modelos tradicionales o simplemente, invirtiendo los papeles como muestran muchas series televisivas.

 

Los análisis exhaustivos, decretos o nuevas legislaciones a favor de la mujer, podrán ofrecer valiosos diagnósticos, apuntar a su situación en diversos países y emprender caminos de reconocimiento de sus derechos para alcanzar la igualdad real, pero no lograrán cambiar sustancialmente sus condiciones a menos que, tanto ellas como ellos, lo busquen explícitamente y se comprometan en una acción conjunta y reflexión (que abarca el nivel de las imágenes, los modelos de relación, la mentalidad) para interpretar de manera distinta la realidad. La transformación será en beneficio de las mujeres y los varones, pero no acontecerá sin la apertura, la disponibilidad y a un diálogo receptivo, crítico y autocrítico mutuo. Sólo así, se podrá salir del planteamiento dialéctico que enfrenta a ambos, para alcanzar la «reciprocidad recíproca». Lo que también implica una apuesta por forjar culturas del diálogo y la paz, que siempre cultiven el enorme esfuerzo del entendimiento, antes que dejarse llevar por el impulso de apretar el gatillo.

 

Uno de los fallos que se advierten comúnmente es, tal vez, la falta de comprensión entre lo que son propiamente las diferencias de carácter anatómico-fisiológico entre los sexos y la enorme construcción de actitudes, preconceptos, comportamientos y actividades que conforman los roles e identidad de género. La distinción adecuada entre ambos niveles, nos llevaría a comprender de qué manera se ven afectados distintamente los varones y las mujeres, los niños y las niñas por los procesos de desarrollo, de acuerdo a los roles de género y responsabilidades diferentes que generan sus experiencias y necesidades distintas.

 

El planteamiento de género es transversal a nuestras vidas y nunca neutral. Su recepción ha de sondearse entre las mujeres y los varones. Entre éstos, no es del todo visible, a no ser por sus manifestaciones más fuertes (violencia, maltrato, asesinato de la pareja). Incluso porque todavía es frecuente que se sientan atacados con la menor alusión y eludan la temática. Esto significa que, también es necesario intentar conocer sus actitudes y comportamientos frente a los cambios de las mujeres, para ir acompañándolos. Es posible afirmar que, en algunas sociedades, son más conscientes de ello y se ven afectados por el creciente cuestionamiento-deslegitimación de la hegemonía de su poder, lo que interroga su lugar en el mundo, ante las mujeres, los otros varones y ante sí mismos. Cosa que no esperaban. En otras, se desentienden y a veces, procuran distorsionar o eliminar toda información disponible. Identificar y reflexionar acerca de sus posiciones,  reacciones y respuestas es útil para trabajarlas en todos los ámbitos y no sólo recriminarlas.

 

Hace unos años, en 1979, al preguntarle el diario londinense “The Guardian” a la periodista Jill Tweddie, si no había ido demasiado lejos la emancipación de las mujeres, su respuesta fue «¿Ha ido demasiado lejos la emancipación del varón? En nuestro planeta sigue habiendo habitantes del sexo masculino que se nombran reyes, emperadores, sha o presidentes vitalicios, que apelan al derecho divino para torturar y asesinar de una u otra forma a sus incontables súbditos, con ayuda de otros hombres de sus países, sean policías, militares, y del extranjero, tanto en las llamadas democracias como en los países totalitarios. Si usted quiere averiguar las causas del hambre del llamado Tercer Mundo debe prestar su atención en los hombres de negocios agropecuarios, plenamente emancipados, que transforman sus tierras pobres en gallineros industriales para llenar sus estómagos y bolsillos. Hombres emancipados en este aspecto gastan en el mundo entero millones de libras por minuto para conseguir armas. Hombres emancipados en el plano intelectual emplean en investigaciones sobre armamentos más de la mitad de lo que el mundo invierte en investigación». Puede que en la actualidad convenga recuperar aquélla pregunta.

 

 

Diana de Vallescar*

Agencia de Información Solidaria

navarra@medicusmundi.es

11 de junio de 2004

 

* Colaboradora de la Revista Sur de la ONG Medicus Mundi

 

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