Guatemala
Los
hijos de Jack el Destripador
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Contando a partir del año
2001, ya son mil quinientas las mujeres víctimas en
Guatemala de esta mortal persecución, una razzia sin respiro
ejecutada por hombres
Malas
noticias esta Navidad. Cerca de quinientas mujeres habrán
sido asesinadas en Guatemala cuando termine este año, tanto
o más que en Ciudad Juárez, donde hasta ahora se ha
concentrado la atención de los organismos de derechos
humanos, y de la opinión pública en general. Un espejo
sangriento, de los muchos que reflejan el drama de América
Latina.
Contando a partir del año 2001, ya son mil
quinientas las mujeres víctimas en Guatemala de
esta mortal persecución, una razzia sin respiro ejecutada
por hombres. Hombres contra mujeres. No puede dejar de
anotarse este patrón sexual, dada su macabra constancia.
Los hijos de Jack el Destripador andan sueltos, cobrando
víctimas a las que en muchos casos degüellan, o cortan en
pedazos que esparcen por distintos puntos. Pero según los
libros de registro de la morgue, las hay también muertas a
tiros, estranguladas, acuchilladas, o golpeadas hasta la
muerte. Madres solteras, trabajadoras de fábricas,
inmigrantes pobres, y también prostitutas. La mayoría de
ellas son adolescentes, y jovencitas no mayores de veinte
años, habitantes, también en su mayoría, de barrios
marginales.
La cifra de víctimas crece año con año en Guatemala, e igual
que en Ciudad Juárez, la inmensa mayoría de estos asesinatos
queda sin castigo, por incompetencia y desidia policial, o
por complicidad. De los 383 casos de asesinatos de
mujeres ocurridos en Guatemala en el año 2003, sólo diez
fueron resueltos. Pero por lo que traen las
noticias, los hechores son señalados con preferencia entre
las pandillas de maras salvatruchas guatemaltecos, émulos de
sus vecinos salvadoreños, de los narcotraficantes, de los
delincuentes comunes, de la propia policía. Y de los machos
exaltados.
Los hijos de Jack el
Destripador andan sueltos, cobrando víctimas a las que
en muchos casos degüellan, o cortan en pedazos que
esparcen por distintos puntos. Pero según los libros
de registro de la morgue, las hay también muertas a
tiros, estranguladas, acuchilladas, o golpeadas hasta
la muerte. Madres solteras, trabajadoras de fábricas,
inmigrantes pobres, y también prostitutas. La mayoría
de ellas son adolescentes, y jovencitas no mayores de
veinte años, habitantes, también en su mayoría, de
barrios marginales. |
¿Estamos frente a una exacerbación maligna del machismo? La
mayoría de las víctimas son violadas antes de ser
asesinadas. Y también hay no pocos de estos casos que se
relacionan con la violencia intrafamiliar, donde el hechor
es el hombre de la casa, que abusa de las hijastras, y aún
de sus propias hijas de sangre, y termina asesinándolas, y
asesinando también a su compañera de vida; Jack el
Destripador enseña también una marca doméstica.
Las víctimas tienen todas un rostro. Podemos hallar sus
historias en las páginas de los diarios, ver sus
fotografías. Magali Urbina, por ejemplo. Emigró desde
Nicaragua en busca de mejores horizontes de vida, y logró
establecer una tienda de ropa en la sexta avenida de ciudad
Guatemala. Los maras pandilleros, que de delincuentes
juveniles han pasado a ser asesinos hechos y derechos,
insistían en cobrarle protección, al mejor estilo de
Chicago, una protección que ella, agobiada de deudas, no
podía pagar.
Entonces, a principios de diciembre, entraron de noche a la
casa, en el poblado de Mixco, y después de una salvaje
sesión de torturas asesinaron con cuchilladas en la garganta
a Magali y a sus dos pequeños hijos, junto con Luz Maité
López, que se hallaba en estado de embarazo y vivía allí
mismo con su niña de apenas año y medio; aparentemente Luz
Maité trató de huir, porque su cuerpo fue hallado en el
patio. La niña, de su mismo nombre, resultó la única
sobreviviente, y cuando la policía entró varios días después
de la masacre, la encontró entre las víctimas, de cuya
sangre se había alimentado, según narra la crónica policial.
Poco antes, otra nicaragüense, Luz Marina Aragón, que vivía
en San Juan Sacatepéquez, había sido asesinada también
después de ser secuestrada en plena calle. Su cadáver fue
despedazado y partes del mismo aparecieron en diferentes
sitios de la ciudad de Guatemala dentro de bolsas plásticas.
Ella es sólo otro nombre, otro rostro, sin embargo, entre
tantos. Cada mes ha habido noticia este año de un promedio de al menos cuarenta
crímenes contra mujeres cometidos en Guatemala. Más de uno
al día. Suficiente para que los lectores se
rebelen en su conciencia, o esa conciencia se adormezca bajo
el peso de la repetición.
Como el caso de Luz Marina, no pocos están relacionados con
secuestros para conseguir rescate, aunque se trate de
rescates exiguos, dada la condición poco afortunada de las
familias de las víctimas. O con ritos satánicos, según la
policía, como ocurrió con dos adolescentes sacrificadas en
una casa del barrio de San José de las Rosas, en la
periferia de la ciudad. Pero dados los despiadados patrones
de saña y frialdad con que los crímenes se ejecutan, su
naturaleza es por sí mismo satánica. Un rito del diablo.
No se trata simplemente de notas de la página roja. Tanto en
Ciudad Juárez como en Guatemala, estamos frente a un mal que
se vuelve ya endémico, una carnicería en las que las
víctimas propiciatorias representan la parte más débil y
vulnerable de una sociedad lastrada por los males de la
pobreza y por la disolución que trae consigo la miseria.
Todas son mujeres. Y aunque se trate de malas noticias, no
hay que olvidarlas en esta Navidad.
Sergio Ramírez
Convenio
La Insignia / Rel-UITA
25 de diciembre de 2005
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