África

 Ellen Johnson-Sirleaf se ha convertido el pasado 16 de enero en la primera mujer en ponerse al frente de un Gobierno africano. La también llamada “dama de hierro” tiene ante sí grandes retos. Su nada desdeñable experiencia y trayectoria profesional, así como el significativo espaldarazo escenificado por el conjunto de la comunidad internacional, son sus mayores bazas a partir de ahora. No obstante, si bien el nuevo ciclo inaugurado por Johnson-Sirleaf arroja esperanzadoras luces a un país encapotado por la violencia de catorce años de guerra y la codicia de sátrapas como Charles Taylor, dichas elecciones deben interpretarse únicamente como un mero paso en el largo y sinuoso camino hacia la paz.

 

Ellen Johnson-Sirleaf se ha convertido el pasado 16 de enero en la primera mujer en ponerse al frente de un Gobierno africano. La también llamada “dama de hierro” logró apear de la disputa por la presidencia de Liberia al otrora magnate del fútbol internacional, George Weah, quien a pesar de su inicial reticencia acabó por aceptar los resultados ante el ‘tirón de orejas’ internacional. La perorata populista de “King George” no pudo ni con el sólido discurso ni con los medios de la que un día fuera Ministra en el Gobierno Tolbert de finales de los setenta y ex empleada de organizaciones como el Banco Mundial o Naciones Unidas. Precisamente, su nada desdeñable experiencia y trayectoria profesional, así como el significativo espaldarazo escenificado por el conjunto de la comunidad internacional, son sus mayores bazas a partir de ahora. No obstante, si bien el nuevo ciclo inaugurado por Johnson-Sirleaf arroja esperanzadoras luces a un país encapotado por la violencia de catorce años de guerra y la codicia de sátrapas como Charles Taylor, dichas elecciones deben interpretarse únicamente como un mero paso en el largo y sinuoso camino hacia la paz.

Los desafíos de la paz

Cuatro son los ámbitos en los que cabe encuadrar la ingente cantidad de retos que enfrenta actualmente Liberia. En primer lugar, todos aquellos aspectos inherentes a cualquier proceso de rehabilitación posbélica y que, fundamentalmente, tienen que ver con: 1) la consolidación y el éxito de los programas de desarme, desmovilización y reintegración de miles de ex combatientes, susceptibles de ser reclutados de nuevo y de contribuir no sólo a la futura desestabilización del país sino también a la del conjunto de la región; 2) la reconstrucción de los servicios más básicos (infraestructuras, electricidad, educación, sanidad, etc.), inexistentes en buena parte del país pero determinantes para el afianzamiento de la actual situación; y 3) el urgente desarrollo de un proceso de reconciliación que juzgue a los responsables de la guerra y compense a sus damnificados.

Especialmente sensible es el asunto relacionado con el ex señor de la guerra y más tarde Presidente, Charles Taylor, hoy día exiliado en Nigeria, y seguramente, principal dolor de cabeza de la futura mandataria. Mientras que las organizaciones de derechos humanos e incluso EEUU o la UE están insistiendo en su extradición a Sierra Leona, donde está imputado por el Tribunal Especial por cometer crímenes de guerra, el Gobierno nigeriano ha asegurado que no entregará a Taylor hasta que el nuevo Gobierno lo solicite. Otras voces incluso han sugerido no remover las aguas de este turbulento asunto debido al potencial desestabilizador que posee dicho personaje. Sea como fuere, es obvio que la gestión de este tema se presenta como algo trascendental para el futuro de Liberia y el conjunto de la región.

Un segundo ámbito que la recién electa Presidenta deberá encarar es el relacionado con las verdaderas causas de fondo que subyacen en el conflicto liberiano. Si bien se ha presentado a menudo como una guerra resultante de odios y enfrentamientos atávicos e irracionales (cabe recordar el influyente y a la vez descabellado trabajo de Robert Kaplan sobre la violencia en África Occidental o el desatinado tratamiento mediático llevado a cabo por la prensa internacional), el enfrentamiento armado en Liberia no responde a una instintiva disputa étnica sino más bien a la deliberada manipulación que ciertas elites pudieron hacer de este tema, convirtiéndolo, en algunas ocasiones, en verdadero motivo de conflicto. De este modo, la exclusión de determinadas comunidades de la vida social y política del país (especialmente los Mandingo), la lógica neopatrimonial y corrupta predominante en casi todos los Gobiernos liberianos, la inicua gestión de los cuantiosos recursos naturales de que dispone el país (diamantes, oro, caucho o madera), o la constante falta de oportunidades experimentada por importantes sectores de la sociedad, son algunas de las principales raíces del conflicto a las que debe ofrecerse una respuesta .

El tercer ámbito a tener en cuenta es el referido al enmarañado panorama regional. Y es que el conflicto en Liberia no puede explicarse exclusivamente desde pautas internas. La mencionada interrelación que mantiene con otros contextos como el de Sierra Leona, Guinea o Costa de Marfil (que conforman la llamada subregión del Río Mano), han convertido el flujo de armas, mercenarios y ex combatientes en una dinámica habitual y, por ende, en un constante y temido factor de desestabilización. Además, junto a la omnipresencia del ‘fantasma Taylor’, cabe igualmente subrayar las incertidumbres vigentes en el proceso de rehabilitación posbélica en Sierra Leona, donde se abren importantes incógnitas tras la retirada de la misión de paz de Naciones Unidas (UNAMSIL); los persistentes rumores de golpe de Estado en Guinea; o las repercusiones del complejo y latente conflicto en Costa de Marfil. Este paisaje, por lo tanto, obliga a realizar una profunda lectura regional que aborde con urgencia los elementos de fondo compartidos.

Finalmente, el futuro Ejecutivo liberiano también deberá hacer frente a todo lo relacionado con la esfera internacional. Las vigentes sanciones impuestas por Naciones Unidas son un intento de controlar no sólo la interesada y despótica gestión que el Gobierno de Taylor hizo de los beneficios de los recursos naturales, sino también la depredadora presencia de muchos Gobiernos regionales e internacionales y de importantes empresas transnacionales. Basta con echar un vistazo a los reveladores informes de la organización Global Witness para corroborar la extensa red de actores que tomaron parte en la contienda y que engloban desde presidentes marfileños o embajadores de países como Arabia Saudita, hasta mafias búlgaras y ucranianas encargadas de expedir los diamantes e introducir los arsenales de armas, a grupos armados de oposición aliados con Taylor e incluso a empresas madereras con fuertes vínculos internacionales. Así las cosas, las supuestas “buenas intenciones” y refrendos internacionales deben ir de la mano de una presencia honesta y constructiva en la región, capaz de fiscalizar la influencia de estos “invisibles” eslabones.

¿Hay un espejo africano?

Liberia no es el único país en el continente africano que inicia este arduo periplo hacia la paz. Las cruentas guerras en Angola, Chad, sur de Sudán, Sierra Leona o la acontecida entre Eritrea y Etiopía, también han logrado desembocar en los últimos años en procesos de pacificación tan repletos de esperanza como de incertidumbre. Todos ellos comparten varios elementos en común: fueron conflictos fruto del colapso colonial de la posguerra Fría, la población civil fue la gran damnificada de la contienda, alcanzaron la paz en los primeros años del presente milenio y, desdichadamente, han desaparecido de la controvertida agenda de las prioridades internacionales. No obstante, quizá el elemento de mayor preocupación sea la constatación de que las principales causas de fondo que precipitaron la guerra (pobreza, corrupción, falta de oportunidades, despotismo de las elites políticas, entre otras) persisten hoy día con igual o mayor fuerza que en el momento en que se libraba la guerra en cuestión.

Cabe preguntarse, por lo tanto, si los actores implicados en esta esperanzadora etapa para Liberia están dispuestos a apuntalar los auténticos cimientos de la paz. De no ser así, la que fuera primera colonia de esclavos libertos está condenada a ponerse en la cola de aquellos países que oficialmente “viven en paz”, pero que en realidad podrían estar gestando un no tan lejano futuro de guerra.

 

 

Óscar Mateos*

Agencia de Información Solidaria

20 de enero de 2006

 
* Investigador de la Escuela de Cultura de Paz

   de la Universidad Autónoma de Barcelona

 

  

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