Con la llegada de las plantaciones de eucalipto
de la fábrica de celulosa de Araracuz Celulose en Espírito
Santo, las mujeres, como los demás habitantes de la región,
vivieron cambios en la organización de su territorio y de su
lugar en la comunidad; en lo que se producía y como se
producía. Su papel socioeconómico dentro de la familia y de
la comunidad sufrió alteraciones y varias de esas mujeres,
después de perder sus tierras, se vieron obligadas a buscar
otro espacio para vivir y trabajar.
Según la investigación "Plantaciones de eucalipto
y producción de celulosa. Promesas de empleo y destrucción
del trabajo. El caso Aracruz Celulose en Brasil", de Alacir
De’Nadai, Winfridus Overbeek, Luiz Alberto Soares,
encomendada por el Movimiento Mundial por los Bosques (WRM)
y la Red Alerta Contra el Desierto Verde, esas mujeres
emigraron con sus hijos y parientes a regiones urbanas,
próximas al lugar donde vivían, como es el caso de muchas
familias que se trasladaron a las ciudades de São Mateus y
Aracruz. Otras se fueron a la región metropolitana del
Estado, engrosando las favelas y, para poder seguir
atendiendo sus casas y sus familias, cambiaron las
actividades rurales por las de empleada doméstica,
limpiadora o lavandera de familias de clase media y de la
burguesía urbana.
Como afirma el WRM los impactos sociales y
ambientales de las plantaciones de monocultivos de
eucaliptos han sido bien documentados en numerosos países.
Sin embargo, en general se ha pasado por alto la dimensión
de género, dejando así velados los impactos diferenciados
que tienen sobre las mujeres. "Las mujeres indígenas,
quilombolas y campesinas, que vivían junto a sus familias y
comunidades en los lugares tomados por el cultivo del
eucalipto, tenían su papel socioeconómico bien definido. De
acuerdo con el relato del Sr. Antônio dos Santos, de la
aldea de Pau Brasil, las mujeres indígenas tenían tareas
específicas.
Ellas producían algunos tipos de artesanías como
tamices, por ejemplo, mientras que los hombres hacían
vasijas y remos. Junto con los hombres, ellas trabajaban en
la quinta, plantando y desmalezando, y también pescaban. Las
mujeres quilombolas, por ejemplo, producían el bijú -un
alimento típico de esa población- para alimentar a sus
familias y también para comercializarlo y generar ingresos.
Las mujeres que hasta hoy resisten en medio de
los eucaliptos también siguen atendiendo sus casas y su
familia, pero, al mismo tiempo, enfrentan más dificultades
que antes. Por ejemplo, los ríos y arroyos que utilizaban
para lavar la ropa, de los que se sacaba el agua para beber
y en los que se pescaba están, en su mayoría contaminados.
De esa forma, los miembros de la familia, inclusive las
mujeres, son forzados a trasladarse para obtener agua
potable.
Otro problema es la falta de bosque nativo,
fuente de la materia prima necesaria para la fabricación de
artesanías. Además, la contaminación del suelo por el uso de
agrotóxicos en las plantaciones compromete la plantación de
hierbas medicinales realizada por las mujeres. Las hierbas
medicinales son muy utilizadas por las poblaciones
tradicionales para prevenir y combatir enfermedades. La
falta de tierra buena y suficiente complica también la
articulación entre las tareas domésticas y la producción
agrícola. Hoy, las mujeres tienen que recorrer largos
trayectos para trabajar en plantaciones de terceros, en el
cultivo del café y de la caña de azúcar, por ejemplo. Esas
mujeres están más expuestas a accidentes de trabajo.
También hay que agregar que hoy, en el Estado de
Espírito Santo, el 26% de las familias, o sea, 800.000
hogares, tienen mujeres como jefes de familia. Eso significa
que Espírito Santo es uno de los estados brasileños que
cuenta, proporcionalmente, con el mayor número de hogares
dirigidos por mujeres. Ese dato indica que el trabajo
remunerado de las mujeres dejó de ser apenas una forma de
aumento de la renta familiar y pasó a ser fundamental para
su subsistencia y la de su familia.
Adital
11 de julio de 2006