Guatemala
El Estado contra las mujeres |
Para
que no sepamos hacia dónde nos dirigimos, la furgoneta
que nos transporta lleva todas las ventanas cubiertas,
como una carroza fúnebre, y sólo nos apeamos de ella
después de que el portón del garaje se cierra a nuestras
espaldas. Desde el interior de esta casa, es imposible
deducir en qué barrio nos encontramos. Tras las ventanas
esmeriladas sólo se adivina una reja metálica. Los muros
de la azotea miden más de dos metros y están rematados
por alambre de púas. Alrededor no se ven edificios ni se
escucha el barullo de la ciudad. La única indicación
geográfica es la bandera de Guatemala que emerge
desde algún tejado vecino.
El
dispositivo de seguridad –que incluye una guardia armada
de tres ex guerrilleros y nueve cámaras de vigilancia–
parece digno de un cuartel subversivo, o de la sala de
torturas de algún inescrupuloso servicio secreto. Pero
los decorados de la casa desbaratan esa posibilidad: las
paredes pintadas de colores vivos, la cocina americana
con sus manteles floreados, el salón de juegos con
juguetes y muñecas, recuerdan a la casita de una familia
feliz.
Los casos que lleva la Fundación
oscilan entre el acoso
psicológico y la mutilación con
machetes. Si no de sus esposos,
las mujeres son víctimas de las
maras, de los traficantes o
incluso de los policías. Desde
el año 2000, cuando se inició el
registro de muertes, han sido
asesinadas 3300. |
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Este
bunker con interiores de muñeca Barbie es el albergue
para mujeres de la
Fundación Sobrevivientes de Guatemala,
que trabaja con mujeres víctimas de la violencia. Las
mujeres en situación de riesgo por maltrato doméstico
son trasladadas aquí hasta que el juez tramite la orden
de alejamiento que les permita volver a casa fuera de
peligro. Pero fuera de estos muros inexpugnables, pocas
están realmente a salvo. Los casos que lleva la
Fundación oscilan entre el acoso psicológico y la
mutilación con machetes. Si no de sus esposos, las
mujeres son víctimas de las maras, de los traficantes o
incluso de los policías. Desde el año 2000, cuando se
inició el registro de muertes, han sido asesinadas 3300.
Las
señales de violencia están por todo el país.
Verdaderos ejércitos de seguridad privada consumen un
presupuesto de 300 millones de euros, lo mismo que el
Ministerio de Salud.
Los
vigilantes de las tiendas no llevan garrotes sino
fusiles. Los carteles de un candidato a las próximas
elecciones rezan: "vote con mano dura".
Pero aunque todos los guatemaltecos sufren los altos
índices de delincuencia, la dominación física, económica
y cultural masculina deja a las mujeres en situación de
especial debilidad. Más aún, Norma Cruz,
directora de la Fundación, considera que están más
indefensas hoy que durante el conflicto armado que
desangró a su país durante 36 años. Según dice: "durante
la guerra, al menos sabíamos quién era el enemigo. Pero
ahora, el ataque puede venir de cualquier parte".
Con
frecuencia, el ataque llega del mismo Estado. En las
oficinas de la Fundación se repiten siempre las mismas
descripciones kafkianas de procesos administrativos. Las
más indignantes son las referidas a homicidios: tras el
hallazgo del cadáver de una mujer, la Policía lo
examina. Si lleva barniz de uñas o minifalda, la
investigación asume como hipótesis que se trataba de una
prostituta y, por lo tanto, de algún ajuste de cuentas
entre maras o delincuentes que no vale la pena
investigar. Los médicos forenses de confesión religiosa
–que abundan en un país tan conservador– argumentan
objeción de conciencia y se niegan a revisar las partes
íntimas de la mujer. Si nadie reclama el cuerpo en 36
horas, lo entierran en una fosa común. En cualquier
caso, la ropa y objetos personales de la víctima se
tiran a la basura, y así, toda la evidencia del proceso
penal desaparece.
Dadas
las circunstancias, por los 665 casos de mujeres
asesinadas en 2005 no existe ningún proceso abierto,
ningún condenado.
E incluso cuando se condena, se hace con indulgencia:
recientemente, un policía que violó y asesinó
brutalmente a una mujer fue condenado sólo a quince
años. El juez consideró atenuante que el agresor
estuviese de vacaciones.
Según
Norma Cruz, la tradición feminicida del Estado
guatemalteco data del conflicto armado. Por entonces,
los soldados consideraban a las mujeres un blanco
prioritario, porque parían y luego cuidaban a los
futuros guerrilleros. Así que matarlas no bastaba.
Creían necesario arrancar a los fetos de sus cuerpos.
Según Norma Cruz, la tradición
feminicida del Estado
guatemalteco data del conflicto
armado. Por entonces, los
soldados consideraban a las
mujeres un blanco prioritario,
porque parían y luego cuidaban a
los futuros guerrilleros. Así
que matarlas no bastaba. Creían
necesario arrancar a los fetos
de sus cuerpos. |
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Cuando
no letales, las instituciones públicas son indiferentes.
Con el fin de convencer a su grupo parlamentario de
aprobar un presupuesto para la fundación, la diputada
Myrna Ponce tuvo que recurrir a métodos poco
ortodoxos: todas las mañanas, repartía en la bancada
fotos de los cuerpos femeninos mutilados, y les repetía
a sus colegas que esas víctimas podrían ser sus hijas.
Myrna pertenece a la derecha política, pero la
indiferencia ante este tema carece de sello ideológico.
Norma –que es una guerrillera desmovilizada–
tiene las mismas quejas respecto a la izquierda.
En el
fondo, los políticos y funcionarios no consideran un
deber ocuparse de esto. Para ellos, los casos de
violencia criminal no son especiales, y los de maltrato
doméstico corresponden a la vida privada de las
involucradas, no a la esfera pública. Muchas mujeres
que llegan a las comisarías ensangrentadas son devueltas
a casa, para que se amisten con el marido. Muchos
jueces, antes de un juicio por violación, recomiendan a
la víctima buscar un arreglo económico con el agresor.
La
violación a secas se arregla con tres mil quetzales
(trescientos euros). Cinco mil si hay embarazo de por
medio. Otra solución recomendada es casar a la víctima
con el agresor para reparar su "honra".
La
cultura de la violencia que genera estos crímenes no
distingue sexo. De hecho, mueren muchos más hombres que
mujeres en Guatemala. Pero la violencia sexista
responde a motivaciones penales específicas. La mayoría
de los delitos se cometen con fines de lucro. La
violencia política responde a ciertas imágenes de lo que
la sociedad es y debe ser.
En
cambio, el maltrato doméstico, las violaciones y los
crímenes pasionales parten de la noción de que el hombre
puede disponer de las mujeres como una propiedad. Para
garantizar un desarrollo igualitario y justo, el Estado
necesita combatir esa cultura. La paradoja en buena
parte de América Latina es que el Estado forma parte de
ella.
Hasta
ahora, Norma y Myrna han conseguido
grandes avances, han redactado un proyecto de ley, han
propuesto la creación de juzgados específicos. Pero para
que una democracia funcione, no le bastan convocatorias
electorales y garantías escritas. Es esencial el
principio de igualdad ante la ley, que existe dentro de
la cabeza de las personas, como un reconocimiento a la
humanidad ajena. Por eso, la labor más ardua de estas
dos mujeres es la educativa: enseñarles a los
guatemaltecos –tanto a las mujeres como a los
funcionarios– cuáles son sus derechos y cómo se
defienden. Crucialmente, la Fundación ha ido creando
conciencia de que existe un problema. Pero la condición
trágica de su misión es que la sangre siempre corre más
rápido que las ideas.
Santiago
Roncagliolo
Convenio La Insignia
– Rel-UITA
Publicado
originalmente en el
diario El País,
de España
11 de julio de 2007 |
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