En gran parte
del mundo desarrollado aumentan los esfuerzos para facilitar
la vida a quienes sufren discapacidades y mejorar sus
oportunidades. Sin embargo en la república de Daguestán las
mujeres con limitaciones físicas o psíquicas ni siquiera son
consideradas personas.
La
República de Daguestán (nombre que significa “país
montañoso”), fronteriza con las repúblicas de Azerbaiyán,
Georgia y Chechenia, es un mosaico de grupos étnicos –lo que
es común en los países caucásicos– y se beneficia de los
hidrocarburos que su contigüidad al mar Caspio le
proporciona. Como otros países de Caucasia, fue una de las
repúblicas autónomas que formaron la Unión Soviética; hoy es
parte de la Federación Rusa, con una población, de mayoría
musulmana, de poco más de dos millones de habitantes y una
extensión algo superior a la de Aragón. Su crítica situación
geopolítica, insertada en una zona de alta conflictividad,
la hace aparecer de cuando en cuando en los medios de
comunicación.
Desde Majachkalá –la capital del Estado– una periodista
local comenta la situación de la mujer en ese país. Mucho de
lo que describe es aplicable a otros pueblos de análoga
tradición histórica.
La costumbre imponía desde antiguo a las mujeres como única
misión la de engendrar hijos y trabajar hasta la
extenuación. Pero en el siglo XXI, Svetlana Anojina nos
informa de que la mujer sigue estando allí circunscrita, por
imposición social, a sus dos únicos papeles de madre y
esposa.
Cuando en gran parte del mundo desarrollado aumentan los
esfuerzos para facilitar la vida a quienes sufren
discapacidades y mejorar sus oportunidades, en Daguestán las
mujeres con limitaciones físicas o psíquicas ni siquiera son
consideradas personas.
Las mujeres no rechazan tal opinión. Una joven vendedora
afirmaba: “Alá me perdone, pero yo me suicidaría”. Y
aclaraba: “El Corán dice que el mayor bien de las mujeres es
ser buenas esposas y madres. Si una mujer tarda en quedarse
embarazada, es ya una tragedia para la familia y ella se
siente culpable. El marido puede divorciarse y casarse con
otra. Pero nadie se casaría con una discapacitada, a menos
que él no lo fuese también. Pero entonces, ¿qué pasaría con
los hijos? Quizá heredasen la tara. Por eso, las
discapacitadas no tienen futuro”.
La periodista recoge, no obstante, algún caso de mujeres
excepcionales que luchan contra el uso social asfixiante y
llegan a regir sus propias vidas. Para ello se aprovechan de
los resquicios del sistema opresor. Como las mujeres
“normales” no deben mostrarse en público ni ejercer ciertas
actividades, son las discapacitadas las que pueden dedicarse
al arte o a la música, pues se admite que, al no ser aptas
para cumplir su misión social, entren en otros ámbitos
extraños, vedados al resto de las mujeres.
Se podría pensar que la situación social de algunos pueblos
como el daguestaní es tan anómala que la simple idea de
establecer alianzas con civilizaciones tan dispares nos
resultaría inconcebible. Pero conviene recordar que bastante
de lo que aquí se describe fue habitual en España hasta no
hace mucho tiempo.
El texto oficial de enseñanza para muchachas jóvenes,
titulado Economía doméstica para bachillerato y magisterio,
editado en 1958 por la Sección Femenina de la Falange
Española decía: “Ten preparada una comida deliciosa para
cuando él regrese del trabajo. Especialmente, su plato
favorito. Ofrécete a quitarle los zapatos. Habla en tono
bajo, relajado y placentero. Prepárate: retoca tu
maquillaje, coloca una cinta en tu cabello. Hazte un poco
más interesante para él. Su duro día de trabajo quizá
necesite de un poco de ánimo, y uno de tus deberes es
proporcionárselo”. “Escúchale, déjale hablar primero;
recuerda que sus temas de conversación son más importantes
que los tuyos”. “Si tú tienes alguna afición, intenta no
aburrirle hablándole de ésta, ya que los intereses de las
mujeres son triviales comparados con los de los hombres”.
El texto citado podría hoy distribuirse con éxito en
Daguestán y otros países, y quizá representara un adelanto
sobre su situación actual, pues al menos no aconseja
castigar a las mujeres. De todos modos, conviene no olvidar
el pasado cuando se observa desde una pretendida
superioridad propia el presente de los demás. Y abrir una
luz a la esperanza: si de entre las jóvenes españolas
educadas con tan atrabiliarios consejos surgieron las
mujeres de hoy, también en Daguestán y otros países de
similar cultura podrá un día la mujer alcanzar análogas
cotas de libertad personal y respeto a sus derechos.
Alberto Piris
Centro de Colaboraciones Solidarias
14 de noviembre de 2005
|