Perú
Situación de los
Derechos Humanos
de las Mujeres
Rurales
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Acceso a recursos
Según el Tercer
Censo Nacional Agropecuario (CENAGRO) 1993, un 4,7% del total de mujeres
pequeñas productoras cuenta con un título de propiedad debidamente
registrado frente a un 14,7% de varones.
Esta misma fuente
señala que el 46,1% de productoras y el 44,8% de productores individuales
disponen de unidades agropecuarias con una parcela. Aunque las diferencias
por género no son muy significativas, si se considera por regiones la
tendencia es que las mujeres productoras posean menos cantidad de
parcelas, situación que se acentúa en la sierra, donde el 85,9% de las
productoras tienen menos de tres hectáreas.
Es importante
destacar que no es suficiente analizar si las conductoras directas de
parcelas, que según el censo llega a un 20,0%, poseen o no título de
propiedad, sino que también es importante saber si es que todas las
parejas casadas han entrado al régimen de la copropiedad y si ha pasado
algo similar con las convivientes. Igualmente es necesario saber en qué
condiciones se encuentran las mujeres solteras y viudas respecto de este
tema.
Tal vez el agua sea
el más importante de los recursos naturales. En el caso peruano, la
regulación del agua con fines agrícolas vincula las posibilidades de su
uso con la titularidad de las tierras, lo que nos lleva nuevamente al tema
anterior.
El acceso al recurso
agua va más allá del aspecto productivo agrícola, es importante para
muchas tareas que desempeñan las mujeres en tanto productoras: crianza de
animales, artesanías, venta de comida, así como en su rol reproductivo
para las tareas domésticas; por ello, la legislación y las normas que se
establezcan requieren de una especial mirada desde el género.
En la agricultura,
el crédito es sumamente importante para obtener semillas, insumos y
tecnología. Según los datos del censo, muy pocas/os productoras/es lo
gestionan. El acceso de las mujeres rurales al crédito es muy limitado, en
tanto no pueden reunir las exigencias de las instituciones formales de
crédito para el préstamo.
La garantía es uno
de los principales problemas, en especial porque son pocas las mujeres que
poseen título oficial sobre las tierras y los documentos de registro.
Otros se refieren a los altos costos de financiamiento, a la condición
civil (jefas de familia, viudas, solteras que por prejuicios
socio-culturales no poseen la propiedad de la tierra), el analfabetismo y
la falta de documentación.
Se requiere, pues,
de una política que incorpore, paulatinamente, a las mujeres como sujetos
de crédito; ello implica decisión política, información y difusión, y una
campaña masiva de documentación. Los programas de crédito deben ir
acompañados, a la vez, de programas paralelos de asistencia técnica y
gestión, que permitan a las/os campesinas/os asegurarse y asegurar un buen
retorno del préstamo.
Las mayores
dificultades que encuentran las mujeres para acceder a la tecnología son
de orden social y cultural. Los servicios de extensión y capacitación
tecnológica son dirigidos principalmente a los varones que tienen un mayor
grado de escolarización. Las cifras del III CENAGRO, nos muestran que a
pesar que la necesidad de capacitación técnica manifestada por las mujeres
pequeñas productoras alcanzó el 75,6% para 1994, de éstas solo el 6,8% la
recibió efectivamente.
A ello se suman
otros motivos de discriminación como el monolingüismo, sus
responsabilidades domésticas, la invisibilidad como productoras y la
todavía imperante división de tareas en las que el hombre representa a la
familia, aun cuando es la mujer la que trabaja directamente en el campo.
Educación
La educación en el
sector rural corresponde, mayormente, a la educación pública, en ese
sentido el problema más evidente se refiere a la infraestructura
educativa. El 68,0% de las escuelas primarias del campo no tiene agua,
95,0% no tiene desagüe y un 90,0% no cuenta con energía eléctrica
(Ministerio de Educación), inclusive en casos en que existen servicios de
agua y luz en la localidad.
De otro lado, la
competencia que existe entre el tiempo necesario para asistir a la escuela
con las actividades productivas y domésticas del sector rural no
corresponde con la realidad. Diversos estudios concuerdan en señalar que
en el sector rural las/os niñas/os, a partir de los cinco años, se
integran paulatinamente a la vida productiva (Jeanine Anderson) y para
cuando llegan a las edades comprendidas entre los 14 y 24 años, el 15,7%
estudia y trabaja (INEI), dato relevante si consideramos que el porcentaje
de matrícula oportuna para el nivel secundario (nivel que corresponde a
las edades señaladas) es bastante bajo; es decir solo el 32,0% de niñas y
el 27,0% de niños se matriculan a la edad oportuna (Ministerio de
Educación).
Generalmente, más
que los varones, la lengua materna de las niñas es el quechua, aymara u
otra lengua nativa, hecho que limita su alfabetización e instrucción en la
escuela tradicional. Asimismo, en determinados contextos en la escuela se
reproducen roles tradicionales que tienen que ver directamente con la
motivación desigual entre los sexos. Por ejemplo, se constata mayor
motivación a los varones en su desempeño en áreas de ciencias y
matemática. También, por lo general, los maestros se interesan más por los
alumnos, pues piensan que tendrán más oportunidades de desarrollo laboral
y personal; asignando a las niñas el cuidado del bebé de la maestra y la
preparación del desayuno escolar.
Igualmente, la
ubicación lejana de los colegios (en relación directa al patrón disperso
de la población peruana, especialmente en el área rural), afecta
particularmente a las adolescentes, cuyos familiares se preocupan por
cualquier agresión a su sexualidad en desarrollo (Carmen Montero), hecho
por el cual muchos padres deciden suspender la asistencia al centro
educativo.
De otro lado, si
bien los niveles de analfabetismo han disminuido, éstos siguen siendo
altos, especialmente entre las mujeres rurales con respecto a las urbanas.
Mientras para 1995 la diferencia porcentual entre mujeres urbanas y
rurales era de casi 30 puntos, para 1998 ésta se redujo en casi 10 puntos;
sin embargo, aún una cuarta parte de la población femenina rural entre 15
y más años es analfabeta, acentuándose esta característica en las mujeres
a partir de los 40 años.
Esto es
significativo, si tenemos en cuenta que en estas edades las mujeres
inician el ciclo productivo y reproductivo; es decir, que ingresan al
mercado laboral y tienen hijos.
Es importante
mencionar la relación entre pobreza y educación, específicamente en lo
referente a los años de estudio y el acceso a un empleo. En las zonas
rurales existe un 51,6% de mujeres ocupadas que tiene nivel de instrucción
primaria. Es decir, que la mayoría de mujeres que perciben algún ingreso
“formal” en zonas rurales tiene primaria por lo menos. Las estadísticas
señalan que las mujeres sin ningún grado de educación, generalmente
trabajan en condiciones desventajosas, como bajos salarios y extensas
jornadas laborales.
Asimismo, existe
también un vínculo entre los embarazos prematuros y el nivel de
instrucción. Las mujeres analfabetas son más propensas a este hecho por
ver limitada su posibilidad de información y conocimiento sobre su salud
sexual y reproductiva.
Derechos sexuales y
reproductivos
Al comparar las
áreas geográficas, encontramos grandes diferencias en las condiciones y
necesidades básicas insatisfechas entre las mujeres que viven en zonas
rurales y urbanas, y se evidencia una clara concentración de la atención
en servicios para las ciudades, en perjuicio de la calidad de atención de
la salud en zonas rurales.
En términos
generales, la evolución de la tasa de fecundidad entre 1991 y 1997 ha
descendido. El promedio estimado de hijos por mujer para el área rural en
1996 es de 5,6 frente a 2,8 hijos para la urbana, lo que representa una
diferencia de cerca de 3 hijos. Igualmente, las mujeres sin educación, al
final de su vida reproductiva, tienen más de tres veces el número de hijos
que aquellas con educación superior (6,9 hijos por mujer, versus 2,1), a
pesar de tener aspiraciones similares respecto al tamaño de las familias.
La fecundidad en
adolescentes es otro de los problemas que ha ido en aumento. Aunque no
contamos con datos que nos señalen claramente las diferencias por área
geográfica, de 1991 a 1996 se ha dado un incremento considerable en el
número de adolescentes embarazadas y éste es mayor en el área rural y
zonas de selva, sobre todo en esta última donde los porcentajes de madres
adolescentes van del 28,0 al 34,0%. (INEI-FNUAP).
Entre las
adolescentes iletradas, el 55,5% ya era madre o estaba embarazada por
primera vez. Como hemos indicado, la mayor cantidad de iletradas se
encuentra en las zonas rurales y en especial en los bolsones de pobreza.
Como resultado, la contribución de las adolescentes a la fecundidad total
para 1996 es de 10,6%. Si a este grupo se agregan las jóvenes de 20 a 24
años, se tiene que el 36,0% del total de nacimientos en el país ocurre en
mujeres entre 15 a 24 años. Se calcula que cerca de la mitad de los
embarazos adolescentes son no deseados, convirtiéndose en un problema
prioritario de la salud sexual y reproductiva en este grupo de edad junto
a las ETS y VIH/Sida.
De otro lado, solo
el 56,0% de los partos fue atendido por profesionales de salud, habiendo
mejorado apenas un 5,7% frente a 1991. La diferencia es abismal por áreas:
mientras en el área urbana la asistencia profesional alcanza un poco más
del 80,0%, en la rural solo cubre la quinta parte (21,5%). (INEI-FNUAP).
Por departamentos,
la situación extrema se da en Huancavelica, donde menos del 10,0% de
partos es atendido por profesionales frente al 91,0% de Lima. Otros
departamentos de baja atención son también Ayacucho, Puno y Cusco.
Según el INEI, en
1996, un 65.1% de mujeres rurales dice conocer del Sida, frente a un 97.9%
de mujeres del área urbana. La mayor fuente de conocimiento para las
mujeres de área rural es la radio en un 40%, seguida por la TV en 24.3%.
Un dato importante y que debe llamar la atención de los educadores y a los
que implementan políticas, es que la escuela no es una fuente importante
de conocimiento de esta enfermedad. Así según la misma fuente y para el
mismo año, encontramos que la escuela es fuente de conocimiento sobre Sida
para un 5.9 de mujeres rurales y un 17.5 para las urbanas.
La escasa
información con que contamos nos da una idea de las condiciones en que se
producen los abortos al señalar a los proveedores. Así nos encontramos
nuevamente que las mujeres rurales pobres recurren a personas no
capacitadas o se practican ellas mismas el aborto (85,0%).
47 de cada 100
mujeres que se someten a un aborto sufre complicaciones, de ellas más de
la mitad (69,0%) son mujeres rurales pobres (INEI), cifra que encaja
perfectamente con el tipo de atención que reciben y la inequidad social
existente para este sector femenino de la población. Si en general el
aborto se convierte en un grave problema de salud para las mujeres, en las
zonas rurales éste se agudiza debido a la condición de pobreza de su
población, el bajo nivel educativo alcanzado y a la lejanía de residencia
que imposibilita una atención inmediata.
Violencia
La violencia es una
realidad presente en las zonas rurales, donde toma matices particulares.
Existe muy poca información sobre la violencia hacia la mujer rural. El
gobierno no ha realizado ningún estudio sobre la materia en las zonas
rurales y solo algunas ONG han investigado y reflexionado sobre el tema,
considerando la especial situación de las mujeres rurales.
Un estudio realizado
en el departamento de Ayacucho por la Comisión de Derechos Humanos detectó
que el 79,8% de la población rural encuestada manifestó que la violencia
contra la mujer en las relaciones de pareja constituye uno de los
principales problemas de justicia en las zonas rurales, teniendo a la
fecha una incidencia tres veces mayor que la problemática derivada de la
violencia política.
Diversas leyes se
han promulgado durante los últimos diez años para atender la problemática
de la violencia familiar; sin embargo, existen innumerables obstáculos
para el acceso a la justicia por parte de las mujeres, ello se agrava
tratándose de mujeres que habitan en ámbitos rurales, en los que ni
siquiera existen las autoridades encargadas de su aplicación.
En el ámbito rural,
ninguna de las autoridades facultadas a intervenir por la ley brinda
servicios de protección frente a la violencia familiar y, aunque éstas
funcionan en las capitales de provincia, las posibilidades que las
víctimas encuentren apoyo son escasas, ya que desconocen su existencia y/o
tienen problemas derivados de la distancia, costos y desconocimiento de
los procedimientos y sus derechos que limitan el acceso.
Las DEMUNAS, de
enorme éxito en las ciudades en la prevención de la violencia contra la
mujer, no se han instalado como mecanismo en las zonas rurales y son
conocidas solo por la población joven debido al contacto que tienen con
las Defensorías Escolares.
El 77% de los casos
de violencia concluye en un acuerdo o conciliación y solo en un 15% de
ellos se sanciona a los responsables. La sanción suele ser una multa o
trabajo comunitario.
Una de las más
grandes limitaciones de la actual ley sobre violencia familiar es su
carácter urbano. Es decir, el circuito de atención para casos de violencia
familiar que desarrolla la legislación vigente está diseñado para su
aplicación en un ámbito urbano, pues desconoce la realidad del campo, así
como las características culturales, en general, y de administración de
justicia, en particular (Comisión de la Mujer y Desarrollo Humano).
Existe una carencia
de instancias públicas y privadas para la atención de la violencia
familiar en las zonas rurales, que se manifiesta a través de: bajo nivel
formativo de las autoridades; acceso limitado a servicios de salud y
administración de justicia; servicios brindados sin tener en cuenta la
diversidad lingüística de la zona; número limitado de DEMUNAS rurales;
precariedad en la provisión de servicios; desconocimiento de las mujeres.
Es importante
mencionar formas propias de resolver problemas de violencia familiar que
existen en las zonas rurales. La existencia de un derecho consuetudinario
en comunidades campesinas y amazónicas es una realidad que responde a la
diversidad cultural del país y a las características particulares de los
diversos grupos étnicos. Son formas y mecanismos alternativos a la
justicia estatal, en los que se aplican las costumbres existentes en las
comunidades.
La justicia de paz
es una instancia que se presenta como parte de la justicia estatal, pero
es más cercana a la consuetudinaria. Los jueces de paz son parte de la
administración de justicia y ejercen función jurisdiccional, pero al no
exigírseles formación jurídica están facultados para resolver de acuerdo
con su buen entender y saber (Patricia Balbuena). Un diagnóstico sobre
justicia de paz en nuestro país en base a una encuesta a 374 jueces de
paz, elaborado por el Instituto de Defensa Legal, revela que los asuntos
relacionados con violencia familiar constituyen los casos más frecuentes
que ven estos jueces (21,4%).
Balbuena comenta la
existencia de un estudio que muestra cómo en el periodo 1987-1989, las
rondas campesinas de Cajamarca habían intervenido en 2,800 casos en el
rubro general de líos de familia. Esto es, desde el reconocimiento de
hijos, abandono de hogar, peleas entre familias y separación de hogar.
La jurisdicción
comunal está reconocida en nuestra Constitución Política, pero siempre que
respete las normas sobre derechos humanos. Consideramos que ello no se
cumple, tratándose de las mujeres víctimas de violencia, las que, como
señala un estudio de la Comisión de Derechos Humanos, tienen de sus
autoridades propuestas básicamente de conciliación, hecho que las
desprotege.
Flora Tristán
15 de octubre de
2003
www.flora.org.pe
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