Mujeres y construcción de paz:
de las palabras a los hechos
|
Cuando
se cumplen cinco años de la aprobación de la Resolución 1325
sobre las Mujeres, la Paz y la Seguridad por parte del
Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, llega el momento de
hacer una valoración sobre qué ha supuesto esta resolución.
La 1325 se ha convertido en un documento de referencia para
las organizaciones de mujeres en muchos países afectados por
conflictos armados, que la han utilizado para exigir a sus
Gobiernos y a los actores implicados que las necesidades de
las mujeres sean tenidas en cuenta. Pero a pesar de los
avances en el plano formal y organizativo, el reto para el
futuro más inmediato es, una vez más, conseguir adelantos
equiparables en el terreno de las acciones concretas.
El 31 de octubre se cumplen cinco años de la
aprobación por parte del Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas de la Resolución 1325 sobre las Mujeres, la Paz y la
Seguridad. Un lustro debería ser tiempo suficiente para
hacer una valoración sobre qué ha supuesto esta resolución
cuya aprobación marcó un punto de inflexión al ‘generizar’,
es decir, al incorporar la perspectiva de género a los
diferentes procesos y ámbitos, la agenda de paz de las
organizaciones internacionales, especialmente de Naciones
Unidas, poniendo sobre la mesa dos cuestiones fundamentales:
por una parte, la importancia de visibilizar las
contribuciones que a lo largo de la historia las mujeres han
hecho a la construcción de la paz, y por otra, la necesidad
de abandonar los análisis neutrales al género a la hora de
evaluar cómo los conflictos armados impactan en hombres y
mujeres.
¿De dónde viene la Resolución 1325?
En octubre del año 2000, el Consejo de Seguridad de la ONU
debatió por primera vez en su historia sobre cómo las
mujeres estaban siendo protagonistas de iniciativas de
construcción de paz de muy diversa índole en sus sociedades
y al mismo tiempo, cómo, la propia naturaleza de los
conflictos armados contemporáneos hacía que las
consecuencias de éstos fueran diferentes para hombres y
mujeres. La discusión y aprobación de resoluciones forma
parte de las tareas cotidianas del Consejo de Seguridad, las
cuales, salvo en contadas y notorias excepciones, apenas
tienen trascendencia más allá de los reducidos círculos
políticos, militares y diplomáticos de los países a los
cuales hacen referencia dichas resoluciones. Sin embargo, la
Resolución 1325, por su propio proceso de gestación, así
como por todo el transcurso posterior de acontecimientos que
la ha llevado a convertirse en una herramienta básica para
la construcción de la paz desde una perspectiva de género,
ha adquirido una serie de características particulares que,
a diferencia de otras resoluciones aprobadas por el Consejo
de Seguridad, la han convertido en un documento dinámico, al
tiempo que en un instrumento de presión que sin duda
numerosas organizaciones de la sociedad civil en diferentes
partes del mundo han convertido en propio.
Como ya se ha mencionado, la propia génesis de la Resolución
obedece a circunstancias particulares, ya que su debate y
posterior aprobación en el Consejo de Seguridad nacen de un
proceso de lobby político liderado por organizaciones de
mujeres implicadas en el campo de la construcción de la paz
que pretendían que las altas instancias de Naciones Unidas
tomaran cartas en el asunto, cinco años después de que la
Conferencia de Beijing hubiera dado el pistoletazo de salida
al considerar los efectos de los conflictos armados en las
mujeres como un área de especial preocupación para la
comunidad internacional. Así pues, la presión de la sociedad
civil llevó a la toma en consideración por parte del Consejo
de Seguridad de esta cuestión y a que el propio Secretario
General elaborara un informe sobre la misma materia, que
debería ser objeto de revisión al cabo de unos años.
Posteriormente a su aprobación, la Resolución 1325 se ha
convertido en un documento de referencia para las
organizaciones de mujeres en muchos países afectados por
conflictos armados, que la han utilizado para exigir a sus
Gobiernos y a aquellos actores de la comunidad internacional
implicados en el contexto concreto, que las necesidades de
las mujeres fueran tenidas en cuenta, así como espacios
propios de participación en las negociaciones que han
llevado al fin de algunos conflictos armados. La Resolución
1325 ha sido traducida por las organizaciones de mujeres a
70 lenguas africanas, asiáticas y europeas en un intento de
acercarla a la población local de aquellos países afectados
por conflictos armados o que están protagonizando procesos
de paz.
Algunos avances… ¿son suficientes?
La importancia de esta resolución se ve reflejada
básicamente en tres dimensiones. En primer lugar en el
propio contenido de la Resolución, que recoge por primera
vez en un mismo documento la importancia de atender al
impacto diferenciado y desproporcionado de los conflictos
armados sobre las mujeres y asimismo de dar visibilidad y
apoyo a las iniciativas de paz lideradas por mujeres. En
segundo lugar, cabe destacar la importancia simbólica de que
este contenido fuera sistematizado en forma de Resolución
del Consejo de Seguridad, lo que sin duda ha contribuido a
elevar el perfil político de estas cuestiones. En tercer
lugar, el hecho de que este documento se haya convertido en
una herramienta práctica de construcción de paz y en un
instrumento de presión política, puesto que el cumplimiento
de lo establecido por la Resolución es un compromiso
exigible a los Estados miembro de Naciones Unidas.
A esta primera valoración inicial positiva de lo que supuso
el proceso de elaboración y la propia aprobación de la
Resolución, cabe añadir una valoración elaborada en
perspectiva temporal de las transformaciones que han tenido
lugar en estos cinco años, en un escenario más amplio que el
de la propia Resolución. Aquí cabría señalar que desde su
aprobación en el año 2000 las cuestiones relativas a la
vinculación entre la construcción de la paz y la dimensión
de género han ido ganando un espacio relativamente
importante en las agendas internacionales. Sin voluntad de
llevar a cabo análisis triunfalistas, que sin lugar a dudas
no ofrecen una imagen ajustada de la realidad, hay que poner
de manifiesto que progresivamente este tema ha ido permeando
debates, informes, grupos de trabajo, e incluso ciertas
metodologías en todo el conjunto de ámbitos que desde una
perspectiva amplia podría considerarse que constituyen lo
que ha venido en llamarse la construcción de la paz y, por
supuesto los procesos de paz propiamente dichos, aunque
paradójicamente, tal vez éste sea uno de los ámbitos en los
que menos avances se han dado. Así, y a modo de ejemplo de
esta doble realidad, el lenguaje de género se ha hecho cada
vez más presente en estos ámbitos, y muchos departamentos de
organizaciones como Naciones Unidas han creado la figura de
la experta o asesora en cuestiones de género, y sin embargo,
muy pocas mujeres han participado en la negociación de los
acuerdos de paz que en los últimos cinco años se han
firmado.
No obstante, esta mayor presencia formal de la dimensión de
género no ha tenido una traducción paralela en lo que
respecta a la obtención de resultados concretos: las mujeres
continúan ausentes o en el mejor de los casos gozan de una
presencia marginal en los ámbitos de toma de decisiones y en
las mesas de negociaciones formales en los procesos de paz,
su capacidad de incidencia continúa siendo limitada y en lo
que respecta al impacto de la violencia, ciertas prácticas,
que como la violencia sexual les afectan de manera
desproporcionada, no han hecho sino generalizarse como armas
de guerra en la mayoría de conflictos armados. Sirva como
ejemplo para la primera cuestión uno de los acuerdos de paz
de más reciente firma, el que ha puesto fin al conflicto
armado en la región de Aceh, en Indonesia, donde no sólo no
se han tenido en cuenta las necesidad y aportaciones de las
mujeres, sino que las dos delegaciones que firmaron el
acuerdo de paz (Gobierno y grupo armado de oposición GAM)
estaban íntegramente formadas por hombres. Además, sigue sin
resolverse la eterna dicotomía entre espacios propios y
paralelos exclusivamente para mujeres, o la participación e
integración, con todo lo que ello conlleva, en los ya
existentes, previamente definidos, y hasta el momento,
predominantemente masculinos.
Así pues los avances en el plano formal y organizativo no se
han visto acompañados de adelantos equiparables en el
terreno de las acciones concretas, reto que sigue pendiente
para el futuro inmediato. La participación en igualdad de
condiciones de las mujeres en los procesos de paz requiere
de un compromiso más decidido y transformador que vaya más
allá de las buenas intenciones que únicamente se traducen en
cambios en el lenguaje. ¿Seremos capaces en los próximos
años de responder a la pregunta de dónde están las mujeres
cuando se firman los acuerdos de paz?
María
Villellas Ariño
Agencia de
Información Solidaria
2 de
noviembre de 2005
* Investigadora de la Escola de Cultura de Pau
|