Ocho de marzo
Está en nuestras manos:
No más violencia contra las mujeres
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«Nadie será
sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o
degradantes.»
-Declaración Universal de
Derechos Humanos-
Desde que nacen hasta que
mueren, tanto en tiempo de paz como en la guerra, las
mujeres se enfrentan a la discriminación y la violencia del
Estado, la comunidad y la familia. El infanticidio femenino
priva a innumerables mujeres de la vida misma. Cada año,
millones de mujeres sufren violaciones a manos de sus
parejas y de familiares, amigos, desconocidos, empleadores,
compañeros de trabajo, agentes de seguridad y soldados.
Entre las víctimas de la
violencia en el ámbito familiar hay mujeres, niños y
hombres, pero son las mujeres y las niñas quienes la sufren
muy mayoritariamente. Durante los conflictos armados, la
violencia contra las mujeres suele usarse como arma de
guerra para deshumanizarlas o para perseguir a la comunidad
a la que pertenecen.
La violencia contra las mujeres
no es exclusiva de ningún sistema político o económico; se
da en todas las sociedades y sin distinción de posición
económica, raza o cultura. Las estructuras de poder de la
sociedad que la perpetúan se caracterizan por su profundo
arraigo y su intransigencia. En todo el mundo, la violencia
o las amenazas de violencia impiden a las mujeres ejercitar
sus derechos humanos y disfrutar de ellos.
La causa subyacente de la
violencia contra las mujeres es la discriminación, que les
niega la igualdad respecto de los hombres en todos los
aspectos de la vida. La violencia tiene su origen en la
discriminación y a la vez sirve para reforzarla.
La violencia contra las mujeres
no es "natural" ni "inevitable". Es una expresión de normas
y valores históricos y culturales concretos. Las
instituciones sociales y políticas fomentan la sumisión de
las mujeres y la violencia contra ellas. Para explicar o
excusar esta violencia pueden invocarse ciertas prácticas
culturales y tradiciones, especialmente las que tienen que
ver con ideas de pureza y castidad.
La pobreza y la marginación
favorecen la violencia contra las mujeres, y también son
consecuencias de ella. En todo el mundo se da una mayor
incidencia de la pobreza entre las mujeres que entre los
hombres, su pobreza es más profunda que la de ellos y el
número de mujeres que son pobres va en aumento. El
analfabetismo y la pobreza limitan gravemente la capacidad
de las mujeres para organizarse a fin de luchar por
conseguir cambios. Cuando los efectos negativos de la
globalización dejan cada vez a más mujeres atrapadas en los
márgenes de la sociedad, resulta sumamente difícil para esas
mujeres escapar de situaciones de abuso y obtener protección
y resarcimiento.
Las jóvenes son a menudo
víctimas de agresión sexual no sólo por su condición de
mujeres, sino también por ser jóvenes y vulnerables. En
algunas sociedades se las obliga a mantener relaciones
sexuales en la creencia errónea de que tener relaciones con
una virgen cura a un hombre seropositivo o enfermo de sida.
La edad no supone una protección frente a la violencia
contra las mujeres. Si bien algunas sociedades respetan la
sabiduría de las ancianas y les conceden mayor categoría y
autonomía, otras abusan de las que son débiles y están
solas, especialmente de las viudas.
Las formas de violencia ligadas
al género también son endémicas en las sociedades
militarizadas o desgarradas por la guerra. En las sociedades
con una gran influencia de la cultura de las armas, la
posesión y el uso de armas fomenta las desigualdades ya
existentes entre los géneros, al reforzar la posición
dominante de los hombres y mantener la subordinación de las
mujeres. Las disputas violentas en el hogar suelen resultar
más letales para las mujeres y las niñas cuando los hombres
tienen armas.
Las repercusiones de la
violencia contra las mujeres se extienden a sus familias y
sus comunidades. Hay estudios que muestran que los niños que
sufren violencia tienen más probabilidades de convertirse a
su vez en víctimas y autores de actos violentos.
La violencia o las amenazas de
violencia crean una atmósfera envolvente de temor que limita
la vida de las mujeres, restringiendo su libertad de
circulación y su capacidad para participar en la toma de
decisiones en el ámbito público y afectando a su nivel de
vida.
El control de la sexualidad de
las mujeres es un poderoso mecanismo a través del cual los
hombres ejercen su dominio sobre ellas. Las que transgreden
las normas de feminidad suelen ser duramente castigadas. La
acción -o la inacción- del Estado refuerza la capacidad de
los hombres de controlar la expresión de la sexualidad y la
vida reproductiva de las mujeres.
En algunos países, la
discriminación contra las mujeres está en las leyes. Aun
cuando éstas no sean discriminatorias, las prácticas de los
organismos estatales, la policía y los fiscales a menudo
fomentan la discriminación y la violencia contra las
mujeres. En muchos países, las fuerzas policiales son
indiferentes a los actos de violencia contra las mujeres, y
el sistema de justicia penal es inaccesible, caro y
predispuesto contra las mujeres.
A menos que la mujer tenga
pruebas físicas de la violencia que ha sufrido, la policía y
otros funcionarios encargados de hacer cumplir la ley pueden
no estar dispuestos a creerla y ayudarla. Muchas comunidades
son cómplices de la disculpa o la aprobación de la violencia
contra las mujeres, de modo que consienten tácitamente que
el Estado no ponga a sus autores en manos de la justicia.
En ocasiones, los autores de los
actos de violencia contra las mujeres son funcionarios, como
agentes de policía o miembros de las fuerzas de seguridad.
Sin embargo, en muchos casos el perpetrador no es un agente
del Estado, sino un particular, un grupo de individuos o una
organización. Esposos, familiares, médicos, líderes
religiosos, medios de comunicación, jefes y empresas, todos
ellos pueden ser responsables de violencia contra las
mujeres. Amnistía Internacional cree que estos agentes
privados deben respetar también los derechos humanos y que
los gobiernos deben ser responsables de hacerles rendir
cuentas. Todo el mundo tiene obligaciones básicas con
respecto a los derechos humanos.
Habitualmente la comunidad de
derechos humanos exige responsabilidades a los gobiernos por
no impedir la violencia contra las mujeres y se dirige a
ellos para que tomen medidas a fin de proteger sus derechos
humanos. Sin embargo, hay además otros muchos grupos cuya
actuación incide sobre la vida de las mujeres, y deben
rendir cuentas cuando cometen o toleran actos de violencia
contra ellas, o cuando incumplen su deber de protegerlas
frente a esos actos.
La campaña de Amnistía
Internacional para poner fin a la violencia contra las
mujeres, que comienza en marzo de 2004, pretende ser una
contribución a los esfuerzos que realizan en todo el mundo
los movimientos en favor de los derechos de las mujeres. La
organización va a colaborar con activistas y grupos en favor
de los derechos de las mujeres que se ocupan ya de sacar a
la luz distintas formas de violencia y pedir resarcimiento
por ellas.
Amnistía Internacional
investigará y pondrá al descubierto actos de violencia
contra las mujeres y exigirá que estos abusos se reconozcan,
se condenen públicamente y se reparen. Amnistía
Internacional utilizará el poder y la persuasión del marco
de los derechos humanos para hacer campaña por la
eliminación de las leyes discriminatorias, poner a los
autores de los abusos en manos de la justicia, y lograr que
1.800.000 miembros de todo el mundo ayuden a movilizar a los
hombres y las mujeres con el propósito de acabar con la
violencia.
La violencia contra las mujeres
empobrece a la sociedad desde el punto de vista económico,
político y cultural. En términos económicos, la violencia
contra las mujeres tiene un enorme coste directo que se
refleja en pérdida de horas de trabajo, pérdida de ingresos
y costes médicos. El coste indirecto que supone limitar el
activo papel que las mujeres pueden desempeñar en el
desarrollo de su comunidad resulta incalculable.
Amnistía Internacional
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