Los otros trabajos
de las mujeres
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Un
informe del PNUD (1995) advertía que, teniendo en cuenta la
carga total de trabajo en el mundo (productivo y remunerado
más doméstico y no remunerado), las mujeres realizan más de
la mitad; además, mientras casi todo el trabajo de los
hombres es remunerado, sólo una tercera parte de las mujeres
obtiene rentas del trabajo y reconocimiento social.
La necesidad de
rentas conduce a trabajos de baja cualificación
y flexibilidad horaria; con menos derechos.
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El punto de arranque de esta diferencia es la división sexual
del trabajo. Si las empresas son una célula básica de
nuestras economías que distingue a asalariados de
empresarios, las familias son el núcleo que asigna de forma
discriminada las tareas domésticas, sobrecargando a las
mujeres y liberando tiempo de los hombres para su plena
disposición productiva.
Pero la dedicación al hogar no es exclusiva, ya que la
necesidad de complementar o incrementar los bajos ingresos
familiares convierte a las mujeres en una oferta laboral
atractiva para empresas de trabajo barato, que aprovechan
habilidades adquiridas en el hogar: confección, servicio
doméstico o de cuidado. M. Segalen propuso una metáfora
síntesis de esta ambivalencia del trabajo femenino: la
cosedora de hierro; máquina que ata a la mujer a su casa y
sus labores y le permite conseguir bajas rentas a domicilio.
Esos otros trabajos, doméstico, de ayuda, a domicilio,
explican la fuerte presencia de mujeres en la economía
informal en países periféricos, o sus altas tasas en el
trabajo atípico en los centrales (tiempo parcial, temporal).
En sus informes sobre la economía informal en el mundo, la
OIT explica la elevada presencia de mujeres por su
centralidad en el hogar. Así, la necesidad de rentas las
conduce a trabajos de fácil entrada, baja cualificación y
flexibilidad horaria; acompañados de pocas oportunidades
laborales y derechos y menor capacidad de negociación y
salarios. Los estudios que realizamos durante los noventa en
Catalunya revelaban que gran parte de las trabajadoras
sumergidas llevaba la invisibilidad de su trabajo hasta su
propio hogar, ante la posibilidad de que su cónyuge lo
desaprobara. No obstante, el panorama cambia cuando aumenta
la desocupación, o se transforman las pautas familiares,
convirtiendo el trabajo de ayuda de las mujeres en
fuente principal de rentas. Ahí, la opción profesional es
tan necesaria como alcanzar el honor femenino de
cargar con el peso del hogar.
En algunas de las poblaciones catalanas con economía
sumergida de confección, el 60% de los empresarios eran
mujeres; con ese esfuerzo, sin embargo, sólo aportaban algo
más de estabilidad a sus ingresos. El problema es que para
muchas mujeres, con bajo nivel de instrucción o
cualificaciones manuales y trayectoria laboral rota por
sucesos familiares (hijos, cuidado de mayores), la única
alternativa es el mercado de trabajo de ocupación atípica.
Siguiendo informes recientes del Eurostat, el 80% de los
europeos ocupados a tiempo parcial son mujeres. La media
europea de trabajo temporal es 13% y en España 31%; pero, en
todos los países, la temporalidad femenina es un 4%-6% más
elevada. Diferencias que aumentan, si consideramos el
trabajo temporal no voluntario, o la duración de los
contratos.
En
España más del 85% de los contratos temporales no llegan al
año. Pero lo más notable es que, en España, Portugal o
Finlandia, más del 75% de las mujeres empleadas con
situación de paro el año anterior trabajan temporalmente, es
decir, la temporalidad conduce al empleo; sin embargo, en
España, Francia o Italia, más del 30% de esas trabajadoras
vuelve a la desocupación. Una espiral perversa (trabajo
atípico y paro) por la que muchas mujeres de baja formación
y amplias tareas domésticas caen en una trampa de difícil
salida. No sólo cuestiona sus derechos e ingresos actuales,
sobre todo en países como España de bajo nivel de servicios
sociales, sino que hace precario su futuro laboral y
personal.
Pere
Jódar *
La
vanguardia
25 de
octubre de 2004
* Profesor
de Sociología en la Universitat Pompeu Fabra.
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