La pobreza tiene nombre de mujer
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“No
sólo se está feminizando la pobreza, sino la supervivencia”,
sostiene la socióloga, profesora de la Universidad de
Chicago, Saskia Sassen. Las mujeres no sólo suponen el 70%
de la población pobre del planeta, sino que sus opciones
para la supervivencia son el trabajo informal, la
inmigración o la prostitución. Ser mujer se ha convertido en
una “nueva clase de servidumbre”
Nacer mujer supone tener más posibilidades de vivir en la
pobreza, ser marginada y ser más vulnerable a la violación
de los derechos fundamentales. Informes de varias agencias
internacionales ponen de manifiesto que la pobreza tiene
nombre de mujer: dos tercios de los analfabetos del planeta
son mujeres y niñas, medio millón de mujeres mueren cada año
durante el embarazo o el parto, hay más mujeres infectadas
de sida, las mujeres poseen el 10% de los recursos
mundiales, aunque aportan dos terceras partes de las horas
de trabajo. Cifras que están lejos de la declaración para
luchar contra la discriminación y la desigualdad de géneros
que se firmó en 1995 en la Conferencia de Pekín. Rachel
Mayanja, asesora de Naciones Unidas para los temas de
la mujer, asegura que “se han logrado avances, aunque muy
desiguales y demasiado lentos”. Un ejemplo es el reparto de
la renta en las familias, tanto del mundo enriquecido como
el del empobrecido del Sur, donde no se siguen pautas de
igualdad sino de género.
El mercado laboral también sigue esos criterios. Es cierto
que el número de mujeres que trabajan de manera profesional
ha crecido, sobre todo en los países del llamado Primer
Mundo, pero sus sueldos siguen siendo más bajos que el de
los hombres en un mismo puesto. Además, el número de mujeres
en la dirección de empresas o en los órganos de gobierno de
las organizaciones y Administraciones públicas es mucho
menor que el de los varones.
Según Naciones Unidas, si a las mujeres se les ofrece el
mismo apoyo que a los hombres, aumentan el rendimiento de
los cultivos en un 20%. Además, advierte de que si en
América del Sur se eliminasen las desigualdades de género en
el mercado de trabajo, el producto nacional incrementaría en
más de un 5%.
Las mujeres se han convertido en motor de progreso. Para
ello, los Estados tienen que apostar por su educación y su
acceso al trabajo. Una niña que puede ir a la escuela y
formarse podrá será capaz de romper con el círculo de
pobreza y de miseria. Una niña educada y formada va a exigir
mejor calidad de vida para ella y su familia tendrá menos
hijos, y éstos vendrán más tarde, mejorará la alimentación y
la salud de sus niños. Además, una mujer que ha podido
estudiar será la protagonista de su propia vida, participará
en la toma de decisiones de su comunidad, exigirá que se
respeten sus derechos y dejará de ser una “ciudadana de
segunda”. Un ejemplo de la importancia del papel de la
mujer, no sólo en su rol tradicional de ama de casa y
cuidado de los hijos, son los proyectos de microempresarias
en comunidades empobrecidas. Organizaciones de todo el
mundo, Solidarios para el Desarrollo entre ellas, ayudan con
pequeños créditos a que las mujeres puedan comenzar una
actividad profesional.
Casi el 80% de los
microcréditos concedidos han tenido como beneficiarias a
mujeres y 42 millones de familias en todo el mundo han
salido de la pobreza extrema.
Urge que la sociedad civil organizada reclame políticas
sociales a los gobiernos para reducir las desigualdades de
género. Los Estados no deberían abandonar su papel como
redistribuidores de riqueza y dejarlo en manos de los
mercados. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM)
firmados en el año 2000 en Nueva York son un motivo de
esperanza y una alternativa para acabar con la pobreza y las
desigualdades que los ciudadanos del mundo no podemos dejar
pasar.
Ana Muñoz
CCS- España
28 de julio de 2006
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