España

Sexo sí, género no

La Real Academia Española de la Lengua (RAE) se apuntó ayer al conocido refrán nunca es tarde si la dicha es buena con sus recomendaciones sobre la desafortunadamente extendida y anglosajona expresión «violencia de género». Pero la lentitud de la Academia podría anular, como tantas otras veces, sus mejores intenciones.  

 

En un informe surgido a colación de otra ley de nombre interminable, la RAE recuerda lo que tantos traductores y escritores llevaban afirmando desde hace años sin que la institución interviniera: que el uso de la palabra «género» es un mal tropiezo a cuenta del inglés, aunque en los extractos que han transcendido a los medios de comunicación evita mencionar la responsabilidad de la legión de nefastos seudotraductores (algunos, automáticos) de ONG, partidos políticos y determinadas organizaciones que no se distinguen ni por el dominio de las lenguas ni por la facultad de pensar.

Efectivamente, la palabra «género» tiene en español los sentidos de «conjunto de seres que tienen uno o varios caracteres comunes», de «clase o tipo» y de mercancía; es decir, no se debe utilizar en sustitución de las expresiones «violencia/discriminación sexista» y «violencia doméstica», entre otras. Cabría añadir que las fórmulas gender-based violence y gender violence, en inglés, son en origen intentos políticamente correctos, de extracción ultrapuritana, para evitar la utilización de la palabra «sexo»; y que en todo caso, el español no podía padecer -o no padecía- de semejante enfermedad por un hecho indiscutible: la palabra, que tanto temor despierta entre los pacatos, extiende su sentido más allá del aspecto puramente biológico.

La tardanza de la RAE, pero sobre todo el enésimo roto en los libros de estilo de los principales medios de comunicación, cuya utilización del idioma empeora conforme empeoran las condiciones laborales de los periodistas, ha permitido que el dichoso gender se nos cuele hasta la cocina. Y si bien es cierto que la cuestión podría arreglarse con una nueva acepción de nuestro «género», también lo es que hasta el momento no suma: resta y se constituye en otro ejemplo de dominación cultural.

Dicen que la explotación comienza en la manipulación del idioma. Es una perogrullada, aunque correctísima, porque los seres humanos somos ante todo y sobre todo palabras. Pero no estaría de más que recordáramos, cuando dejemos de babear sobre el teclado, que algunas cosas nos hacen pasar del género humano al género tonto.

 

Jesús Gómez

Convenio La Insignia / Rel-UITA

31 de mayo del 2004

 

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