Es director ejecutivo del Instituto de Investigación y Promoción de Alternativas para el Desarrollo (IRPAD, por sus siglas en francés), con sede en Bamako, capital de Mali, África. Fue una de las presencias destacadas en el reciente “Taller Internacional sobre Nanotecnología, Commodities y Desarrollo”, organizado por el Meridian Institute en Rio de Janeiro. Sirel dialogó con él sobre éste y otros temas
-¿Qué es el IRPAD?
-Es una organización de carácter asociativo que se inscribe en el movimiento social maliense, pero también hace parte de diversas redes como la Coalición por la Protección del Patrimonio Genético Africano y el Foro Social Africano. Trabajamos en la definición y la promoción de alternativas al modelo que se nos impone en la investigación y el desarrollo, sobre todo agrícola. Por otra parte, tenemos programas relacionados también con la actividad de extracción de minerales, que es muy importante en nuestro país, y otros en educación y capacitación.
-¿Cuál es ese modelo impuesto?
-En África actualmente todo está basado en el neoliberalismo que intentan imponernos por todos lados. Esos principios pretenden modificar nuestras políticas agrícolas, mineras, de educación. Todo viene diseñado desde el exterior y se nos impone. Es verdad que para la aprobación de estas nuevas leyes es necesaria la complicidad de algunos de nuestros dirigentes políticos, pero también es cierto que la presión proveniente del Banco Mundial (BM) para obligar a esos cambios es enorme. Para dar apenas un ejemplo: hace tres años se produjeron grandes presiones del BM contra nuestro país porque el gobierno se había negado a -como lo pedía el BM- bajar el precio que le pagaba a los agricultores por su algodón como forma de enjugar parte del déficit fiscal. El gobierno sabe que de los 12 millones de habitantes malienses, 3 millones viven de la producción algodonera, y por eso argumentó ante el BM que el precio del algodón ya había sido anunciado, y que si ahora lo bajaba ocurrirían graves incidentes sociales. Al BM no le resultó importante ese argumento, continuó presionando y hasta suspendió todos sus programas en curso en Mali. Afortunadamente, la sociedad civil se mantuvo movilizada y el gobierno pudo sostener la presión hasta que, finalmente, cedió.
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-¿Cuál es la tecnología de producción actualmente dominante en la agricultura maliense?
-Mali aún cuenta con el 83 por ciento de la población viviendo en el medio rural, y está compuesta por agricultores, pequeños ganaderos, pastores y pescadores artesanales. Más del 90 por ciento de los emprendimientos rurales son familiares, en el caso de la agropecuaria son pequeños predios de dos a diez hectáreas alrededor de los cuales existe una estructura social, ya que todos los integrantes de la familia trabajan en el predio con una actitud comunitaria, lo que es la base real del país. Es común que abuelos, padres, nietos y primos trabajen sobre el mismo predio concertadamente. Cualquier modificación que se quiera introducir en este sistema debe tener en cuenta estas características productivas y sociales, y debe contemplar la tradición de compartir los recursos genéticos. En la actualidad, por ejemplo, cuando un agricultor se queda sin semillas porque ha tenido algún problema con su cultivo, naturalmente le pide auxilio a un vecino y sistemáticamente obtiene lo que necesita, porque esta actitud es recíproca. Esta forma de solidaridad campesina todavía existe en nuestra gente y está profundamente anclada en nuestra cultura, pero ocurre que con la introducción de semillas transgénicas este intercambio se torna imposible ya que cada agricultor debe tener un contrato personal con la transnacional. Con excepción de un par de países, el resto de África tiene la misma estructura social con la mayoría de la población en el campo. Por tanto, se debe escuchar la voz de esta mayoría antes de adoptar orientaciones de política sectorial.
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-¿En Mali hay transgénicos?
-Oficialmente no, porque el movimiento social percibió que Monsanto y Syngenta -las mayores transnacionales involucradas en este tema- estaban presionando a nuestros institutos de investigación oficiales y al propio gobierno para que liberaran la experimentación con semillas transgénicas. Ellas pretenden que nuestros investigadores sean “obreros científicos”, que ensayen en nuestros campos sus experimentos patentados. La Coalición por la Protección del Patrimonio Genético Africano reúne a organizaciones de nueve países de África Occidental, entre ellas los principales sindicatos urbanos, las mayores asociaciones campesinas, de mujeres, de jóvenes, ONG ambientalistas, etc, y también se han integrado científicos, investigadores, educadores y filósofos. Muchos de ellos están integrados a un comité que analiza la realidad, los riesgos, y lo elabora de manera sencilla para que los trabajadores y campesinos puedan incorporar esa información. Hemos organizado foros en las zonas agrícolas de Mali, invitando a personas de India, de Africa del Sur, de Burkina Faso para que vinieran a hablar a favor y en contra de los transgénicos, y de forma unánime, las organizaciones de la coalición decidieron decir: ¡No a los organismos genéticamente modificados (OGM)!
Nos opusimos también a apoyar una ley de bioseguridad porque estimamos que era el camino para empezar a discutir las condiciones de introducción de los transgénicos, y fuimos a reclamar directamente una moratoria, que es lo que rige actualmente en Mali. Asimismo, advertimos que llevaríamos ante la justicia a quienes realizaran ensayos ocultos con OGM.
Quiere decir que no tenemos oficialmente transgénicos, pero hay productos que catalogamos de “sospechosos” que provienen de la llamada “ayuda alimentaria”, una “donación” que casi todos los años impone Estados Unidos en la región norte del país, donde las características climáticas y del suelo no permiten producir todo el alimento necesario. Hago notar que el resto del país normalmente tiene excedentes con los cuales abastecer al norte seco, pero sistemáticamente se le abren las puertas a estas intromisiones por medio de las cuales sospechamos se introducen productos de la biogenética transnacional. Por eso nos mantenemos vigilantes y realizamos periódicamente pruebas para detectar presencia de OGM en esas partidas de alimentos. En la región, el único país que se ha comprometido aceptando los transgénicos, especialmente en el algodón, es Burkina Faso, cuya legislación sobre bioseguridad está tallada por las transnacionales. Esta misma ley, sin ninguna modificación, es la que se intenta imponer al resto de los países de Africa Occidental, hasta ahora sin éxito, pero la lucha debe ser permanente para contrarrestar las enormes presiones de estas empresas que son capaces de todo.
-¿Qué tiene que ver la nanotecnología en esto?
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-Es una tecnología de punta que existe ya desde hace algunos años, pero que ahora comienza a aparecer en los debates públicos. Mali es dependiente de dos rubros de exportación: el algodón y el oro, y ambas materias primas están concernidas en el desarrollo de la nanotecnología. Como en todas las tecnologías de punta, creemos que se presentan riesgos. En este caso aún no están todos identificados o probados, pero pensamos que tenemos la obligación de pensar que esas previsiones pueden ser correctas, sobre todo en lo que se refiere al posible impacto sobre la salud humana, el medio ambiente y la organización social y productiva.
Una parte importante de la investigación actual está enfocada hacia la alimentación, la vestimenta, otra parte apunta a una posible sustitución o inclusión en el proceso de transformación industrial de las materias primas. Así que esto se parece bastante al debate que ya hemos tenido acerca de los transgénicos, y es necesario profundizar aún más el análisis de las consecuencias de estas nuevas tecnologías.
Creemos que el movimiento social maliense y africano en general debe informarse, participar e involucrarse en este debate, ya que a menudo el propósito de “aliviar la situación africana” es anunciado como una de las motivaciones para muchas investigaciones y ensayos científicos aplicados a la producción, pero los africanos solemos ser los últimos en enterarnos del contenido concreto de esa actividad porque no somos consultados.
La nanotecnología viene por el mismo camino de los OGM, y las organizaciones sociales debemos hacer un esfuerzo para que la información científica llegue de una forma comprensible hasta los campesinos y trabajadores. Como lo hicimos con los transgénicos.
-En la convocatoria a este taller se menciona la “dependencia de los países pobres de las commodities”, en lo que parece una mirada unilateral de la realidad, ya que la dependencia de las materias primas, en todo caso, es de quien las vende, pero también de quien las compra.
-En esa lógica la correlación de fuerzas no es totalmente desfavorable para nuestros países, ya que las grandes industrias dependen de nuestra producción de materias primas para poder transformarlas. Creo que es la mala comprensión de todos los términos de la problemática lo que a menudo nos lleva a no identificar nuestro lugar en el comercio mundial. Ellos saben que si nosotros, los países productores, paráramos de manera coordinada de producir materias primas para la exportación, una parte importante de su industria no podría funcionar, y las estructuras económica y social de los países desarrollados sufrirían enormemente. Imaginemos un primer mundo sin café, sin bananas, sin algodón, sin soja, sin azúcar, sin oro, sin cacao, sin tantas cosas…
-¿Una suerte de OPEP de las materias primas?
-¿Por qué no? Deberíamos encaminarnos a nivel internacional hacia algo parecido. La relación sur-sur está insuficientemente explorada. Si hablamos con la misma voz tendremos fuerza, pero si nos dispersamos ningún país puede defender solo su posición. Si nos organizamos para construir un movimiento internacional fuerte entre los países productores de materias primas, no exclusivamente orientado hacia la coordinación de precios como lo hace la OPEP, sino también a la armonización de políticas productivas, entonces el futuro sería realmente promisorio.
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