Agro y alimentos
en la globalización
(1),
el documentadísimo trabajo de Miguel Teubal y Javier Rodríguez, no
puede ser sino bien recibido al responder a un imperativo de la hora
que se torna más y más decisivo para el porvenir de toda la
humanidad: el del destino del campo, de lo rural, del origen de la
mayor parte de nuestros alimentos, del campesinado y los asalariados
rurales.
Hay que
felicitarse porque aparezcan más y más aproximaciones a esta
cuestión. Porque existe una conciencia y una preocupación creciente
por el devenir de nuestras sociedades que han advertido que estamos
indefectible y necesariamente ligados al destino de “la ruralidad”,
a la relación del hombre con el suelo, con la tierra.
Cuando un
trabajo, como el que presentamos, encara la cuestión críticamente,
sentimos que contribuye a forjar ese reacercamiento, a restañar el
olvido o el desprecio en el que Occidente parecía haber caído
durante un par de siglos respecto de aquellas cuestiones, tan
absorbidos parecíamos estar por los problemas de la ciudad (o la
civilización urbana), del “hombre industrial”.
Teubal y
Rodríguez (TyR) desarrollan el tema del título dándole a la cuestión
la debida perspectiva histórica, y así, por ejemplo, le quitan al
vocablo “globalización” la inmediatez semántica que parece
caracterizarlo hoy día. Siguiendo a autores como Immanuel
Wallerstein explicitan los diversos procesos globalizadores que han
ido surcando las historias de pueblos y sociedades, desde los
albores de la modernidad (siglo XV).
Contenido y expresión
El tratamiento de
temas y cuestiones a lo largo del libro recibe una dualidad
conceptual que hay que registrar como estructural. El contenido, lo
que se desprende conceptualmente del recorrido histórico por las
globalizaciones, así como la descripción de la última oleada
globalizadora en la Argentina de los 90, es muy crítico y los
autores toman así distancia de las posiciones dominantes (lo que se
denomina neoliberalismo, que de “neo” nada tiene puesto que es el
remozamiento del liberalismo primigenio, es decir es una vuelta “a
las fuentes” que rechaza aditamentos “socializadores” como el
keynesianismo). Las denominaciones de los fenómenos, en cambio,
parecen a menudo más afincadas en el lenguaje, en la terminología
dominante. Un ejemplo podría ser el mismo título del trabajo:
Agro y alimentos en la globalización le concede al vocablo
“globalización” una especificidad y una estatura que el mero
recorrido histórico que los propios autores nos ofrecen, derrumba. A
partir del texto, la palabreja de moda tendría que haber venido
entre comillas o haber reescrito el fenómeno como agro y alimentos
en la etapa de concentración del capital o en plena
transnacionalización corporativa o en el momento de desregulación
incentivada, en fin, la elección no nos corresponde.
Consultados los
autores sobre este hiato entre la semántica de los conceptos y la de
las denominaciones, destacaron el valor pedagógico de una
denominación ”neutra” y de conclusiones sí cargadas de significado
político. Lo cual es metodológicamente atendible, aunque discutible.
Porque toda denominación es de por sí ideológica. Y por lo tanto,
aceptar una terminología que proviene de un centro de poder con el
cual se tienen fuertes, decisivas diferencias, por más impuesta que
esté desde los medios de incomunicación de masas, tiene sus riesgos,
aun cuando el método sea bucear desde lo dado, es decir partir desde
un lenguaje ”común”.
Este aspecto
metodológico no empaña en absoluto la riqueza documental, el
análisis de causas y efectos en las sucesivas cuestiones que abordan
y el propio abordaje, desde los comienzos de la modernización
occidental, pasando por los cambios que se van operando en América
Latina y desembocando en la Argentina actual, a través de las
sucesivas transformaciones tecnológicas.
Un aspecto
crucial para la Argentina actual -el hambre- es encarada por los
autores a través del análisis de Amartya Sen sobre ”el acceso a los
alimentos”, el derecho a ese acceso (p. 130 y ss.). En este caso,
precisamente, la denominación de la cuestión ya está mostrando una
valoración, lejos de planteos como ”la entrega de alimentos”, o
”enseñar a comer”, tan al uso en la Argentina actual.
Agro y producción de alimentos
Quedan algunas
cuestiones por desollar. El caso argentino es paradigmático porque
desde hace algunos años se ha ido desatando un proceso de
empobrecimiento galopante y de hambre consiguiente, que está
afectando a más y más sectores de la población (se estima que están
pasando hambre a fines de 2002, cotidianamente, un cuarto de
la población del país, ocho o nueve millones de habitantes).
Este proceso de desocupación, exclusión y hambre (y por lo tanto,
inevitablemente, muerte) tiene entre sus causas el proceso de
contrarreforma agraria agresiva y dinámica que prosperó durante el
menemato, arrancando la tierra de los productores pequeños
y entregándola crecientemente a los productores ”de escala”, a
menudo a grandes ”pools de siembra” cada vez más en manos de
capitales estadounidenses (directamente, por gestión empresaria, o
indirectamente a través de productores argentinos totalmente
soldados al know-how de origen estadounidense). El caso
paradigmático es la soja transgénica con insumos controlados por
Monsanto, el principal laboratorio, la principal transnacional
mundial en agroquímicos y transgénicos, que tiene así a toda la
Argentina como su principal laboratorio planetario, con ”sus”
semillas” y ”su” herbicida.
Algunos entienden
-es el caso del Grupo de Reflexión Rural (GRR) conocido por los
lectores del SIREL- que el actual proceso de oleaginización del
suelo argentino ha ido arrasando a los alimentos de la tradicional
dieta argentina (pletórica de carne vacuna, lácteos, cereales,
frutas), traspasando cada vez más tierra a la producción de soja. Y
que por lo tanto estamos hablando de un país que está cada vez en
peores condiciones para alimentar a su gente. Como lo resumen desde
The Ecologist (oct. 2002): ”Por qué la Argentina no puede
alimentarse a sí misma”.
Los autores, en
cambio, toman partido por la tesis, muy mediatizada, de que ”el país
puede alimentar a 300 millones de habitantes” y los datos que
presentan, efectivamente, abonan esta tesis. Por eso, TyR insisten
en la perversión de un sistema que hambrea a millones de coterráneos
mientras produce alimentos para por lo menos diez veces su
población. La información que dan al respecto nos permite entender
esta visión. Porque a lo largo de los 90 -década clave para la ola
de hambre hoy presente- la producción agraria aumentó en rubros tan
decisivos como el arroz, la papa, el maíz, y ciertamente la soja
(que debería ser tratada aparte, como veremos a continuación). Por
otra parte, en rubros que TyR relevan como en retroceso, como es el
caso de la carne vacuna, la información presentada registra una
disminución de un 3%, volumen que no permite, no ya justificar, ni
siquiera explicar la pérdida de carne en la alimentación cotidiana y
obliga a pasar el tema una vez más por el poder adquisitivo de la
población, por la exclusión programada o consentida por el poder
político, o en todo caso, programada por el poder económico y
consentida por el poder político.
Los datos
presentados por TyR no logran, empero, desentrañar los ejemplos de
”comida desaparecida” expuestos por el GRR, como la lenteja y la
batata, o en trance de ”desaparecer”, como la leche. Si bien se
puede conceder que algunas carencias nada tienen que ver con ”la
sojitis” que ha afectado el país, como, por ejemplo, el colapso de
la lenteja de producción nacional (hoy se consigue canadiense o
chilena), puesto que es más bien la consecuencia de la desaparición
de la ”colimba” (el servicio militar obligatorio; el principal
consumidor tradicional de tal leguminosa era el ejército), también
es cierto que el desbarajuste que está afectando a la industria
láctea sí parece fruto de la sojitis (lo cual, para el escaso
sentido común parece realmente una locura: desmontar una industria
de la importancia de la láctea, con todas sus instalaciones o por lo
menos arrumbarlas para cultivar y cosechar plantas que casi no
necesitan trabajo humano).
Sin embargo,
sobre este rubro, lo lácteo, los datos que presentan Teubal y
Rodríguez son francamente contradictorios con lo anterior: la
producción láctea registra un aumento del 69% durante los 90 (cuadro
1, p. 101), y aunque carecemos de datos de producción física,
tenemos que suponer que semejante crecimiento en diez años ha
sobrepasado generosamente las necesidades ampliadas del período. Y
sin embargo, con el crac que vive el país con su pasaje a la
agricultura ”trans” (transgénica y transnacional), se estima que
para el 2003 la Argentina importará leche...
Por otra parte,
puesto que en la tesis de la comida para 300 millones se incluye
claramente la soja, el cálculo resulta así más bien indigerible
por varias y muy pesantes razones:
-
a la soja GM no se la puede igualar con la
tradicional (porque el concepto de equivalencia sustancial no es
sino un superchería para ganar mercado y desarrollar una política
de hechos consumados);
-
la soja dista de ser una panacea alimentaria como
sus interesados sostenedores afirman;
-
la soja es ajena a la dieta, a la trama cultural
del país, y su introducción no es tema menor.
-
Adquirir la sabiduría indispensable para aprender
a usarla no es cuestión que resuelven
boys scouts,
rotarios y otros ”pioneros” ”enseñando a comer” (que generalmente
se cuidan de comerla).
Agro y OGMs
El trabajo que
nos ocupa trata la creciente producción transgénica y adhiere
claramente a criterios de cautela sobre su expansión y critica con
justeza la política de hechos consumados con la que inversores,
laboratorios y reguladores oficiales totalmente proclives a ”la
revolución biotecnológica”, han ”abierto la tranquera” del país a la
virtual invasión de alimentos GM. Sin embargo, a la vista de los
resultados más o menos inesperados del hambre en expansión, se
podría establecer que la cuestión transgénica no tiene el espacio
que en la Argentina actual merece. En diálogo con los autores sobre
este particular, el mismo Teubal se apresuró a reconocer la
situación, aclarando que, de haberlo escrito apenas un poco después,
habría desarrollado más este aspecto. Tal vez esa misma confesión
sea el germen de una nueva investigación que ponga cada vez más en
negro sobre blanco el proceso infame de commoditización de
la Argentina, su pérdida de cultivos de calidad por cultivos
”basura”, la insensata apuesta a la cantidad y no a la calidad de la
cosechas y su correlato inevitable, la ”quimiquización del suelo (y
los alimentos) y la consiguiente dependencia de la economía agraria
argentina respecto de voluntades ajenas, tanto para el diseño de una
política exportadora como para obtener mercados para semejantes
productos.
Teubal y
Rodríguez incursionan y esclarecen también otros aspectos de la
modernización, como la expansión de los feed-lots que los
autores analizan como otra expresión de penosa dependencia
tecnológica: ”La difusión de esta manera de producción cárnica
acarrearía la pérdida de una ventaja comparativa importante en
materia alimentaria al perderse la típica ’carne argentina’ de buena
calidad.” (p. 152). Los
feed-lots son una avanzadilla más en el
proceso de homogeneización cultural y nutricional en el que están
empeñadas las grandes transnacionales, y están claramente en la mira
de TyR.
Hay otra
problemática que los autores examinan con ojo crítico y que tiene
enorme importancia, que es la del ALCA. Donde se juegan las
soberanías nacionales latinoamericanas, ya tan carcomidas. Nos
muestran con elocuencia el destino de las economías latinoamericanas
en general y la argentina en particular: el TLCAN ”fue el primer
paso en la consolidación de este proyecto corporativo de los EE.UU.,
un proyecto que le daría vía libre a sus corporaciones para
expandirse sin ’trabas de ninguna especie’ hacia todo el
continente.” (p. 174).
En resumen, hay
que considerarlo como una estimulante introducción para un tema cada
vez más crucial: hay que agradecer entonces su carácter pionero, y
esperar que sirva para estimular nuevos desarrollos, desafíos y para
seguir profundizando y esclareciendo cuestiones que poco a poco se
nos van revelando como cruciales.
22 de enero de 2003
NOTAS
(1)
Colección Agricultura y Ciencias Sociales, Editorial La Colmenna.
Buenos Aires 2002 |