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Cancún, 2003:

nueva oportunidad

para el comercio internacional

 

 

“Esta cumbre puede suponer para la Organización Mundial del Comercio (OMC) –asegura Ignasi Carreras, director general de la ONG Intermón Oxfam– lo que la guerra de Irak ha supuesto para Naciones Unidas. Un fracaso en Cancún debilitaría la credibilidad de la organización”. Esta es la advertencia con la que Intermón Oxfam se dirige al enclave turístico del Caribe mexicano para participar en la celebración de la quinta Conferencia Ministerial de la OMC. Una advertencia que incluye en el documento “Encallados en Cancún”, en el que también repasa la agenda de los 146 países miembros que asisten a la reunión: agricultura, libre acceso a mercados y propiedad intelectual. Precisamente la misma agenda que protagonizó la conferencia de Doha en noviembre de 2001. Nada de lo acordado en la capital qatarí se ha cumplido. Cancún abre una nueva oportunidad del 10 al 14 de septiembre para rediseñar las reglas del comercio internacional. Pero, ¿por qué se juega tanto la OMC en su quinta reunión?

 

La OMC se juega mucho porque todavía no ha logrado dibujar un mercado mundial en el que los países en desarrollo, algo más del 40% de la población del planeta, participen en más del 3% del comercio internacional. No lo ha logrado porque aquellos temas que sirvieron al documento final de Doha en 2001 y que marcaban un plan de actuación para los países OMC no sólo no se han solucionado, sino que se han agravado: en Doha se ofrecía un tratamiento protector a las naciones más pobres para que fueran desmantelando sus aranceles a un ritmo adaptado al crecimiento de su industria; se rechazaba el uso de subsidios agrarios por parte de los países ricos; se animaba a liberar el mercado de patentes para que los países menos avanzados pudieran comprar medicinas genéricas a menor coste.

 

Después de casi un año de bloqueo estadounidense al plan diseñado por el embajador mexicano, Eduardo Pérez Motta, para abrir el mercado de medicamentos genéricos a los países más pobres, el pasado 30 de agosto se llegó a un nuevo acuerdo de patentes en el seno de la OMC. Según este acuerdo, aquellos países sin capacidad farmacéutica propia podrán importar genéricos producidos al margen del sistema de patentes para hacer frente a emergencias sanitarias. Las condiciones: que estos países utilicen el nuevo sistema de ‘buena fe’, es decir, para proteger la salud de sus ciudadanos y no para favorecer los intereses de su industria. Esta ‘buena fe’ se resuelve en un entramado de licencias obligatorias que denuncian las ONG Intermón Oxfam y Médicos Sin Frontera, y en el que si un país pretende importar genéricos necesitará primero declarar su emergencia sanitaria y demostrar su incapacidad para fabricar estas medicinas. Esta primera licencia tendrá que ser supervisada por la propia OMC e ir acompañada por otra expedida por el país que venda los genéricos. Es fácil imaginar que este mecanismo se convierte en un instrumento de presión: para la entrada en la OMC de Camboya (país que junto a Nepal formalizará su adhesión en Cancún), Estados Unidos ha presionado para que adelante de 2016 a 2007 la incorporación a su normativa nacional de la legislación sobre patentes.

 

Otro de los grandes temas pendientes de la OMC son las subvenciones a la exportación en la agricultura. Unas subvenciones que arrasan los campos del Sur del planeta en una práctica absolutamente desleal. Sirva de ejemplo el estado mexicano sureño de Chiapas, una de las zonas más pobres del país con casi tres cuartas partas de la población en la extrema pobreza, que ha visto como las dos semillas de su campo, el maíz y el café, han llevado a muchos trabajadores a abandonar su trabajo. El café porque sufre la caída de precios más pronunciada de los últimos 25 años gracias a una producción descontrolada de grano y gracias a la tolerancia frente a las prácticas injustas de las grandes transnacionales del café. El maíz porque ha sido apartado como primer cultivo en el campo mexicano después de 10.000 años de existencia; porque el Tratado de Libre Comercio en Norteamérica ha permitido la invasión de maíz estadounidense a bajo precio; y porque el agricultor mexicano compite con las subvenciones de más de 10.000 dólares al año que Estados Unidos concede a sus agricultores. El resultado: una caída del 70% de su valor desde 1994.

 

En el documento “Encallados en Cancún”, Intermón Oxfam también centra sus expectativas en lo que la OMC pueda hacer en torno a los aranceles que los países del Norte siguen manteniendo en su intercambio comercial con el Sur. Un ejemplo de ello es Bangladesh (en el puesto 139 del Índice de Desarrollo Humano de la ONU): los aranceles que Estados Unidos impone a Bangladesh son 14 veces más altos que los impuestos a Francia. También por motivo de los aranceles que Estados Unidos impone a las importaciones, la OMC ha rechazado por ser ‘contraria’ a las reglas comerciales la subida de hasta un 30% los aranceles a la importación de acero adoptada en marzo de 2002. Washington ha recurrido esta decisión y hasta finales de este año no será definitivo el fallo de la OMC.

 

La reunión de la OMC en Seattle terminó sin la firma de un documento definitivo debido a la presión de los movimientos antiglobalización. Dos años después, en Doha, las promesas quedaron en el aire y el proceso de regularización del comercio internacional sufrió un estancamiento. Ahora en Cancún, la agenda vuelve a abrirse con los temas de siempre, a la espera de que no todo siga igual. Se espera un cambio, se esperan nuevas reglas, un comercio justo, el compromiso con los países menos desarrollados. Se espera que la OMC cumpla las expectativas y no vuelva a fracasar.

 

 

Óscar Gutiérrez

Agencia de Información Solidaria

 

5 de setiembre 2003 

 

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