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Pequeña lección de economía
en
Los gurus del neoliberalismo nos bombardean
machaconamente todos los días con sus “verdades”. Entre otras cosas
mencionan las bondades del libre mercado
y las posibilidades que este brinda a los consumidores de elegir libremente comparando precio y calidad. También nos anuncian que
estamos entrando a la sociedad del
conocimiento. Economistas de todo el mundo escriben millares de libros para
ilustrarnos, advertirnos y prevenirnos sobre esos “avances”. No estamos en
contra que los economistas escriban libros, que al fin y al cabo, según sus
reglas del libre mercado, podemos comprar o despreciar. Pero malos y peligrosos
resultan para la democracia y la calidad de vida de la gente, aquellos
economistas que ingresan al gobierno como empleados o contratados y terminan
imponiendo las políticas económicas que aplicarán los gobernantes, estos sí,
elegidos por la mayoría de los votantes.
En la medida que se observe la realidad cotidiana,
podremos constatar que los porfiados hechos se encargan de desvirtuar las
bondades pregonadas por los propagandistas del modelo. Un ejemplo de lo que
afirmamos lo encontramos en algo tan sencillo como un tomate.
El
tomate
El tomate fue encontrado por los conquistadores españoles
en México, donde se le conocía por la palabra azteca “tomati”,
pero existen documentos que la planta también era cultivada por los incas en
Perú y Ecuador. A partir del siglo XVI, se expandió en España e Italia (donde
se le dio el nombre de “pomo d’oro”,
es decir, “manzana de oro”) y
posteriormente por toda Europa. La utilización del tomate como alimento en
Europa demoró su tiempo, al principio se utilizaba como planta ornamental y
solamente dos siglos más tarde fue utilizado como alimento. En aquella época,
el tomate tuvo sus primeras connotaciones políticas: en Inglaterra se le
consideró venenoso, como consecuencia que en ese entonces Inglaterra y España
(introductora de la planta a Europa) se encontraban en guerra.
En lo que tiene que ver con Italia, la primer receta
utilizando tomate de la que se tiene noticia figura en el libro “Cuoco
Galante”, escrito por Vicenso Corrado en 1765, y se trataba de una salsa.
Casi dos siglos y medio más tarde resulta una ignorancia o una estafa hablar de
nuevos conocimientos en la salsa de tomate.
Conservando
el tomate
Siendo un fruto tan codiciado, es fácil imaginar el interés que despertó por conservarlo en forma natural entre zafras. El sistema, muy antiguo, está al alcance de todos y forma parte del conocimiento popular:
Se seleccionan los tomates, se lavan, se escaldan durante 1 minuto en
agua caliente para desprenderle la piel.
Una vez pelados se pasan por agua fría, se les quita el cabo y se
calientan hasta que lleguen a punto de hervor.
Se llenan los frascos (ya esterilizados) con los tomates calientes y se
cubren con su propio jugo. Se agrega ½ cucharadita de sal fina por cada 2
tazas de fruta envasada.
Se esterilizan los frascos sumergiéndolo en un recipiente lo
suficientemente grande como para que quepan los frascos parados y descansando
sobre una rejilla que los mantenga separados del fondo y que el agua sobrepase
los frascos por lo menos 2 cm. Para frascos de ½ kilo se esteriliza durante
10 minutos.
Los tomates contienen ácidos que ayudan, junto con el calor, a
destruir los microorganismos que pueden descomponer el producto. Si el
producto se ha echado a perder, es fácilmente detectable por la formación de
moho o espuma de fermentación en la superficie.
¿Fácil,
verdad? Pero sea cual sea la razón, hoy la industrialización y comercialización
del tomate se encuentra entre uno de los negocios más rentables, prácticamente
monopolizado por grandes compañías transnacionales. Característica que se
observa tanto en la elaboración de pulpa de tomate (Unilever, Parmalat, etc.)
como en las sopas (Campbell) y, a partir del incremento de la comida chatarra,
en la fabricación de catchup.
A
todo esto, un artículo aparecido en Gazeta
Mercantil
el 23.07.01 nos informa que la evolución en Brasil de la compra de empresas en
el sector alimentos, bebidas y tabaco, fue la siguiente:
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BRASIL: Evolución de la adquisisión de empresas |
El
mismo artículo menciona el caso de la tradicional empresa de derivados del
tomate Paimeiron, situada en el
estado de Pernambuco. Paimeiron fue
adquirida por Bestfoods, la que a su
vez fue adquirida por Unilever, compañía
que acaba de anunciar la eliminación de 800 de sus 1.200 marcas. Los analistas
estiman que Paimeiron será una de
las marcas eliminadas.
En
cifras, la “progresista” movida fue la siguiente: En octubre de 1997, Arisco
compró al grupo Bompreço la empresa
Paimeiron, pagó R$ 35 millones (en
la época casi la misma cifra en dólares) y realizó fuertes inversiones en la
misma. Dos años después, Bestfoods
pagó US$ 490 millones por Arisco,
incluyendo Paimeiron. Apenas cuatro
meses más tarde, Unilever adquirió Bestfoods
por US$ 24.000 millones.
El
prefeito (alcalde) de la localidad de Belo Jardim, localidad donde está
instalada Paimeiron recuerda su
preocupación de años atrás porque la fábrica
resultaba pequeña para Bestfoods;
bueno, ahora para Unilever es más
pequeña todavía. Los 240 puestos de trabajo directo que genera la empresa
corren peligro de desaparecer, una cifra importante para cualquier población
del empobrecido nordeste brasileño.
Todas
estas adquisiciones en un lapso de tiempo tan increíblemente corto, nada tienen
que ver, como hemos visto, con los nuevos
conocimientos. Tampoco los consumidores se benefician -todo lo contrario-
con estas acciones monopolistas que hacen de la libertad
de opción un verdadero mito.
Razón
tenía una canción de moda durante la Guerra Civil Española: ¿Qué
culpa tiene el tomate?...
Autor:
Enildo Iglesias
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