¿El coche o la cosecha?

   

Las tierras cultivables del Sur se ven amenazadas por la extensión de las carreteras pavimentadas

 

Un nuevo frente de lucha se abre entre los pobres y los ricos: la guerra del asfalto. La multiplicación de carreteras asfaltadas, considerada por mucho tiempo como sinónimo de desarrollo, plantea nuevos interrogantes a comienzos del nuevo milenio. Hasta la década de los setenta la extensión masiva de estas redes de transporte tuvo lugar principalmente en el Norte industrializado, que hoy cuenta con cuatro quintas partes de los 520 millones de automóviles que existen en el mundo.

 

Por ejemplo, Estados Unidos, con sus 214 millones de vehículos automotores, tiene 6,3 millones de Km. de carreteras asfaltadas –con las que se podría circunvalar la Tierra 157 veces a lo largo del Ecuador– creadas en detrimento de extensiones cultivables.

 

Sin embargo, mientras asistimos a la progresiva saturación de automóviles en los países más desarrollados, con la consiguiente reducción de proyectos para construir nuevas autovías, en las regiones del Sur cada vez mayores extensiones de tierras se enfrentan a la amenaza de ser pavimentadas.

 

Su construcción mediante subsidios estatales –obtenidos a través de los impuestos de los contribuyentes (una nueva forma de transferir los recursos de los pobres a los más pudientes)– y su utilización por los pocos privilegiados, contrasta con la falta creciente de terrenos cultivables en países que no logran alimentar a toda su población.

 

Según el World Watch Institute, una proporción creciente de los 11 millones de automóviles que se añaden año tras año a la flota mundial se encuentra en los países del Sur, lo que obliga a la construcción de nuevas carreteras asfaltadas, provocando una verdadera guerra entre los coches y las cosechas.

 

Si tomamos en cuenta solamente dos casos, China y la India –un 38% de la población mundial en su conjunto–, las conclusiones son bastante temibles. Si China –una de las economías de más rápido crecimiento– optara por seguir la vía de los países industrializados, estableciendo como modelo el de "un coche por cada dos personas" de Japón, llegaría a una flota de 640 millones de vehículos frente a los 13 millones de hoy. Si la idea nos parece descabellada –apuntan los expertos de WorldWatch Institute– basta con recordar que China ya dejó atrás a los EE.UU. en producción de acero, uso de fertilizantes o producción de carne roja. Por tanto, no es nada imposible que llegue también a alcanzar este objetivo.

 

Tal cantidad de coches exigiría la pavimentación de 13 millones de hectáreas de tierras; comparémosla apenas con la extensión actual de los cultivos de arroz: 23 millones en todo aquel inmenso país. En las zonas donde se cuenta con dos cosechas al año, cada hectárea de tierra asfaltada significaría una pérdida doble, trayendo de vuelta el fantasma del hambre que tantas veces recorriera el campo chino en el pasado.

 

Es por ello que cuando en 1994 Pekín anunció su intención de convertir la industria automovilística en uno de los sectores de más rápido crecimiento en las próximas décadas, un grupo de científicos protestó contra esa decisión argumentando en primer lugar que el país debería optar por alimentar a sus ciudadanos en vez de destinar tierras para la circulación de automóviles.

 

El caso de la India plantea interrogantes similares: aunque su extensión es solamente un tercio de China, sus mil millones de habitantes –que para 2050 serán 500 millones más– difícilmente podrían prescindir de sus tierras valiosas cubriéndolas con asfalto para el disfrute de una minoría privilegiada.

 

Lo mismo se refiere a otros países densamente poblados, como México, Indonesia, Bangladesh o Pakistán, incapaces de sustentar sistemas de transporte centrados en los vehículos automotores sin poner en peligro la seguridad alimentaria de sus habitantes

 

La búsqueda de vías alternativas de desarrollo pasa por el perfeccionamiento de los sistemas de transporte masivo, una mayor popularización del uso de la bicicleta y la aplicación de mecanismos novedosos para preservar las tierras cultivables. Aún más si tomamos en cuenta que el actual cambio climático de por sí causa grandes destrucciones de cosechas en forma de sequías, desertificación, inundaciones y otros desastres naturales.

 

La falta de alimentos es una amenaza real para muchos países del Sur: según el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, el hambre afecta a 830 millones de personas.

 

Más allá de las sequías, de los conflictos armados que acaban con las infraestructuras agrícolas, o de las políticas que utilizan los alimentos como armas de guerra, se debe mencionar también el progresivo agotamiento de las tierras cultivables debido a la sobreexplotación. De acuerdo con un reciente estudio del Instituto Internacional de Investigaciones de la Política Alimentaria la degradación de los suelos afecta a casi un 40% del total de tierras cultivadas en mayor o menor grado. Mientras decrece la fertilidad de la tierra, el agua se convierte en un recurso cada vez más preciado debido a sus limitadas reservas, factores que, vistos en su conjunto, ponen en cuestión la seguridad alimentaria del mundo de mañana. Razón de más para poner coto a la industria automovilística que, ávida de ganancias, busca ahora nuevos mercados en los países más pobres del planeta.  

 

Autor: Edith Papp

Periodista

Centro de Colaboraciones Solidarias

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