Blanca Fernández es socióloga especializada en el medio rural, actualmente responsable del programa de desarrollo rural del Centro correspondiente de la ONG Flora Tristán, con sede en Lima. Su tarea es coordinar los diversos proyectos que atiende el Centro, para lo cual cuenta con dos colaboradoras y una secretaria. Meticulosa, refinada y sencilla al mismo tiempo, de voz suave y melodiosa, Blanca posee un vigoroso análisis de la situación de la mujer rural peruana, fruto de sus conocimientos teóricos, y sobre todo, de sus muchos años de experiencia. |
- ¿Cómo empezó su trabajo con las mujeres rurales?
- El Centro de la Mujer Rural Flora Tristán tiene 22 años trabajando a favor de los derechos de las mujeres. Hasta 1988 había trabajado exclusivamente con sectores urbanos, de clase media y pobres. El interés en los sectores rurales empezó ese año, cuando iniciamos el trabajo de analizar a nivel nacional cómo se estaba trabajando con la mujer rural. Fuimos visitando a las ONG para recoger esa información. Yo sabía por mi experiencia anterior que las promotoras sociales que trabajaban en el campo no estaban muy bien preparadas, y que a las instituciones tampoco les interesaba mucho formarlas. Con tener algún programa de mujer por ahí, medio perdido, les alcanzaba, cosa que a mí siempre me pareció terrible.
Yo venía de hacer un postgrado de sociología rural en Wisconsin, Estados Unidos, y después de una dura lucha conseguí que un centro jesuita cobijara un encuentro nacional de promotoras que trabajaban con mujeres rurales. Acudieron unas 15 mujeres. Esa fue la semilla, y allí conocimos a una persona por la cual finalmente nos vinculamos a Flora Tristán. Así fue cómo en 1988 comenzamos aquel relevamiento, tarea a la que le dedicamos tres años. Las demandas eran muchísimas, porque nadie tiene información, lecturas, no hay una metodología acerca de cómo trabajar con la mujeres, nadie tiene una perspectiva de cómo evolucionó el tema de la mujer hasta llegar a la cuestión de género, etc. Pero nos dimos cuenta de que estábamos gastando mucha energía, muchos recursos humanos para apenas dejar un recuerdo; no estábamos haciendo un trabajo permanente, organizado. Entonces decidimos comenzar animar a aquellos grupos que habían respondido mejor en cada departamento para que formaran redes locales. En este momento ya tenemos siete redes departamentales de mujeres rurales. Además, en Cusco apoyamos una mesa de género, y en Ayacucho, que es una zona donde hay mucho dinero, muchas instancias, apoyamos una federación que trabaja con mujeres.
- ¿Qué áreas abarca el Centro?
- Nuestro interés es trabajar dos temas articulados: la ciudadanía, porque pensamos que las mujeres rurales no tendrán acceso a la ciudadanía plena si no tienen acceso a los recursos productivos y económicos como agua, créditos, tecnología; y el segundo tema es tecnología alimentaria. La mujer rural es una tecnóloga alimentaria que está produciendo, transformando los alimentos constantemente, y la idea es ver cómo eso puede generarles ingresos ofreciendo sus productos con calidad en el mercado.
Las redes constituyen entonces nuestra sombrilla para otros proyectos que vamos concretando lentamente, al ritmo agónico de los financiamientos que son muy difíciles de conseguir. En los últimos tiempos estamos trabajando también con la biodiversidad, un área que se había cerrado a tal punto que ni siquiera nadie se daba cuenta de que los seres humanos, ya no sólo las mujeres, son parte de la biodiversidad. Porque las plantas son conservadas por alguien. Por eso estamos investigando en nuestras redes quién cultiva qué y para qué, cuáles son los conocimientos tradicionales al respecto y qué se ha incorporado en la camino.
Uno de los temas que trabajamos junto con otras áreas de Flora Tristán es la violencia doméstica, que en Perú, y particularmente en los Andes es un problema muy grave. Desgraciadamente desde la academia hasta el gobierno existe la concepción de que la violencia doméstica contra la mujer es un asunto privado y no se comprende la gravedad del problema. Algunos dicen que es una consecuencia del alcoholismo, pero yo creo que también es algo que está en la idiosincrasia, en la costumbre de cómo se tratan a la mujer y a los niños, que también llevan su parte tremenda de violencia. Estamos tratando de influir para que se dicten normas más precisas para el medio rural, porque allá no hay dónde acudir. Si las mujeres van a la comisaría los policías les dicen que algo habrán hecho para que el marido les pegue, si van al juez, el marido lo invita con una cervecita y ya se arregló. Nosotros intentamos sensibilizar a las autoridades sobre el tema, pero también buscamos mecanismos para que las mujeres se defiendan.
- ¿Cuál es la situación actual de la mujer rural peruana?
- Como en toda América Latina, el sector rural se ha venido achicando. Hace 25 años el 70% de la población era rural, ahora lo es apenas el 29%. Después del gobierno del general Velasco Alvarado, que supongo que con buena voluntad intentó hacer una reforma agraria, pero que salió muy mal porque se implementó de arriba para abajo, la gente del campo ha sido completamente abandonada por el Estado en todos los aspectos, ya sea en el productivo, en el social, en el económico y en el cultural. Cuando alguien se acuerda del medio rural llega hasta el productor mediano, pero jamás hasta el pequeño, que es no sólo quien nos alimenta sino que constituye la mayor parte de la población rural. Me refiero a ese que no tiene tierra propia, o tiene un cuarto de hectárea o una hectárea subdividida en no sé cuántas partes.
En este panorama son las mujeres las que han sufrido el mayor impacto, son ellas las que sufren la pobreza extrema, sobre todo en el sur andino. Ellas han tenido que afrontar el sustento de sus familias, porque los hombres han emigrado a las ciudades cercanas para trabajar como obreros o también hacia las minas, y las mujeres han quedado como jefes de familia. También afectó muchísimo el terrorismo porque empezó en las zonas rurales. Los hombres comenzaron a huir porque si no Sendero Luminoso los obligaba a sumarse a sus filas. Así que las mujeres, además, en muchísimos casos debieron hacerse cargo de la comunidad y así empezaron a fortalecer sus organizaciones, a aprender a ejercer la voz y el voto que tenían prácticamente impedido.
Ahora que la violencia ha cesado muchos hombres regresaron a sus casas y las mujeres han perdido espacio, así como se debilitaron las organizaciones de mujeres, y ahora hay que lograr que esa fuerza adquirida por ellas logre reflejarse en la comunidad.
- Usted identificó como uno de los graves problemas del medio rural a la violencia doméstica. ¿Por qué?
- Es un problema muy grave. En una investigación que efectuamos le preguntamos a decenas de mujeres qué violencia conocían, y definían a la violencia doméstica en primer lugar, y mencionaban la incidencia del alcoholismo en eso, pero también hablaban de la violencia del terrorismo, sobre todo en la zona de Ayacucho. Ellas decían que las mujeres no debían ser violadas ni maltratadas. Eso ha dejado allí una huella tremenda. Pero en algunos casos añadían que también Fujimori había ejercido violencia sobre ellas, por ejemplo en que sus ríos ya no tengan aguas sanas, que haya dispuesto metas de esterilización sin consentimiento informado. Esas son formas de violencia que se viven en el campo y que no son atendidas.
- ¿Cuál es el nivel de participación de las mujeres rurales en la sociedad?
- Nulo. Las mujeres rurales no tienen representación en las instituciones sociales, ni en las estadísticas. No hay información desagregada por sexo ni en los censos nacionales ni en los agrarios. Sería importante saber, por ejemplo, cuánto tiempo le dedica la mujer al trabajo en el campo, si tiene acceso a información de salud, a la educación, etc. Si bien el analfabetismo ha bajado en los últimos años, existe todavía una diferencia abismal entre los medios urbano y rural. Y si algún progreso se ha hecho es que existe mayor paridad entre la cantidad de varones y niñas que asisten a la enseñanza primaria, pero en la secundaria ya se encuentran más hombres que mujeres. Eso se explica porque se construyeron escuelas primarias en prácticamente todos los distritos del país, pero las secundarias están más concentradas, y entonces los padres dicen que no van a mandar a las niñas tan lejos, que de repente las violan en el camino, o que se van a enamorar y se van a querer quedar en otro pueblo. Pero el varón no tienen ningún problema en ir a la secundaria. Cuando la familia tiene dinero envían a sus hijas a la capital de la provincia donde viven toda la semana en un apartamento rentado, pero son excepciones.
- ¿Cómo varía la situación de la mujer según forme parte de una comunidad campesina, de una ronda o viva en una explotación individual?
- En las comunidades prácticamente no tiene participación. En la sierra quien cuenta es el jefe de familia, y dependiendo de los estatutos de cada comunidad, si por ejemplo la mujer está sola porque enviudó, tienen el título de la tierra en forma provisoria hasta que el primogénito sea mayor de edad y pueda asumir la titularidad. Allí las mujeres son eternas menores de edad. Hay otras comunidades, sin embargo, que han reconocido que las mujeres han jugado un papel muy importante durante el período de la violencia y quieren establecer una igualdad. No me consta personalmente, sino que me han trasmitido esta realidad. No sé si es un trato realmente igualitario o no. Creo que como máximo se forma dentro de la comunidad un pequeño comité de mujeres que es donde ellas se expresan, pero en las asambleas de la comunidad que es donde se toman las decisiones, ellas no están. Me han informado que en algunas rondas se han formado grupos de autodefensa que persiguen igualmente a quien roba o a quien le pega a la mujer, incluso sé que se han formado rondas paralelas de mujeres. La participación real de las mujeres en las rondas depende mucho de los dirigentes. En las pequeñas propiedades aisladas, más propias de la costa, las mujeres son amas de casa y hay menos organizaciones de mujeres. Con respecto a la remuneración, las mujeres de todos los ámbitos agrarios relatan que cuando trabajan les pagan la mitad que a los hombres con el argumento de que no tienen la misma fuerza física o resistencia. Por la misma tarea reciben la mitad del salario. Es una constante en todo el país.
- ¿No existe legislación al respecto?
- Por supuesto que sí, pero nadie la respeta.
- ¿Cuántas mujeres trabajan en el campo?
- No se sabe, es una estadística oculta, porque en el censo agrario la mujer que trabaja en el predio figura como trabajadora familiar no remunerada. ¿Qué hace exactamente? No se sabe. Se supone que trabaja con el marido, con el vecino, en alguna chacra cercana. Es un grave encubrimiento que hacen las estadísticas. Del total de agricultores censados en Perú, sólo el 18% son mujeres productoras, aunque la realidad indica que son muchas más, ¿o acaso el otro 80% no trabaja?, ¿a qué se dedica? No hay estadísticas confiables. La verdad es que la mujer trabaja en el campo en la mayoría de los casos, por eso debe tener acceso a la tierra, al crédito, al agua, a la capacitación.
- ¿Cuál es el origen de esa discriminación? ¿Se manifiesta igualmente en todos los grupos étnicos?
- Hay distintas versiones de ese machismo. En la zona norte, por ejemplo, es muy común que exista la violencia verbal y física como afirmación descarnada y cruel de la masculinidad del hombre. Yo he visto en un mismo caserío hombres con tres y cuatro mujeres. Les pregunté a ellas por qué lo admitían, y contestaron: “Que se preocupe la principal, que ella tenga los celos”, refiriéndose a la primera mujer. Y cada una tenía cuatro o cinco hijos. La percepción es que con más mujeres, más hijos, más macho, más violencia, más macho. En la zona andina, aunque persisten formas de violencia, el papel del macho es más protector, patriarcal, el que administra justicia. El argumento habitual para explicar la violencia es que la mujer “se portó mal”. Pero existe un mito acerca de la cultura andina en ese sentido, según el cual hombre y mujer son complementarios y no se debe intentar alterar o modificar las relaciones entre ellos porque “esa es su cultura”.
- ¿Quién creó ese mito y con qué funcionalidad?
- Es una teoría que se enseña aquí en las universidades, que el hombre y la mujer andinos se complementan en todo y por lo tanto cualquier cosa que hagan está en función de esa complementariedad. Esto es tan absurdo que incluso la violencia que lleva a la muerte de una mujer termina siendo justificada. También existe violencia en ciertas fiestas durante las cuales se producen enfrentamientos rituales entre distintos grupos, y si hay muertos no se buscan culpables, simplemente se dice que “murió en la fiesta”. La teoría mencionada lo explica como “una forma de regular la población”. Yo no lo entiendo. Y en esa concepción del mundo indígena desde la academia y desde muchas ONG caen también las cuestiones de género, que no son admitidas. De a poco algo van cambiando las cosas, pero es difícil.
En esa teoría de la complementariedad la mujer es la responsable de conservar la tradición, por eso sigue usando la típica pollera indígena, ellas son portadoras de una cultura y de conocimientos maravillosos, pero ¿por qué el hombre puede cambiar y la mujer no?
- ¿Qué tradiciones?
- Por ejemplo el hilar. Está bien que lo conserven, que mejoren su tecnología, pero que no se queden sin ir al colegio por conservar esa tradición, hablando solamente quechua por conservar esa tradición, no es bueno que la mujer se quede aislada y encerrada mientras el hombre aprende castellano, va a la escuela, se pone sus jeans, maneja carros y la mujer se queda estática en su comunidad porque así debe ser.
- ¿Esa concepción es dominante en el Perú?
- Sí, sobre todo en zonas como Cusco, en ámbitos como la Confederación Campesina del Perú, la Confederación Nacional Agraria...
- En el reciente congreso de la CNA fueron elegidas dos mujeres en la directiva.
- Ese es un paso adelante, sin duda.
- ¿Su opinión es que este tema avanza, que habrá ahora más posibilidades de alcanzar objetivos concretos?
- Entre la caída de Fujimori y la asunción de Toledo hubo un gobierno de transición en el cual había gente muy convencida de querer cambiar. Ahora hay un Ministerio de la Mujer, y habrá que esperar para ver hacia dónde se encaminan sus acciones. Es probable que en aspectos de salud tendremos problemas porque han nombrado un ministro muy conservador, y nuestras conquistas podrían venirse abajo. Sin embargo, creo que hay temas como los que interesan a Paulina, esta congresista de Puno (véase entrevista aparte), si bien viene de la CCP parece bastante inteligente como para no dejarse manipular o dominar. Hay ONG que plantean el tema con más apertura que hace un tiempo. El balance es positivo, con buenas perspectivas, pero con mucho esfuerzo.
- ¿Cuál es la posición de la mujer con respecto a la identidad indígena?
- Es muy confusa. Muchos de los que trabajan con “mujeres indígenas” se sorprenden porque ellas se definen como campesinas, no como indígenas. Las mujeres peruanas no tienen identidad indígena, con excepción de las que nacen en la selva dentro de grupos que se reconocen como tales.
- Pero la mujer campesina, ¿es indígena?
- Algunas sí, otras no.
- ¿Cuál es la diferencia?
- En las zonas andinas ellas pertenecen a comunidades campesinas donde tienen costumbres, tradiciones, rasgos físicos que las identificarían como indígenas, pero ellas no se identifican a sí mismas como tales. No sucede lo mismo que en Bolivia o en Ecuador.
- ¿Por qué?
- Sería demasiado osado de mi parte explicarlo. No hay una explicación elaborada, compleja, rica, que estemos admitiendo como sociedad.
- Quizás ése sea un síntoma muy claro, un indicio fuerte de qué está pasando en Perú con este tema.
- Puede ser. Es llamativo que no haya una explicación clara para este fenómeno. Me imagino que en parte se trata de que la imagen del indio es la de una persona sometida a la voluntad de todos los demás sectores sociales. Entonces, una vez que ha desaparecido aquella estructura colonial de servilismo, nadie quiere identificarse con aquel indio. Incluso, el 24 de junio era el Día del Indio, pero Velasco Alvarado lo cambió, y lo nombró Día del Campesino.
- O sea que en lugar de darle dignidad al indio, lo borró del mapa.
- Exacto.
Autor:
Carlos Amorín
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