08-11-01

Entrevista con Miguel Altieri 1

Un promotor de la agroecología

 

Los campesinos saben tanto o más

 que los universitarios

 

 Altieri ha dedicado su vida a la investigación y difusión de alternativas a la agricultura basada en la química. Además, ha desarrollado un potente análisis crítico de las estructuras que sustentan ese modelo agrícola hegemónico. Actualmente es profesor en la Universidad de Berkeley, California, Estados Unidos.

- ¿Qué es la agroecología?

- Es una ciencia que plantea un nuevo paradigma científico para el desarrollo de la agricultura. En realidad, rescata lo que es verdaderamente la ciencia, porque la que promueve la agricultura industrial, agroquímica, biotecnológica, es una ciencia cooptada que sirve a los intereses de la transnacionales. La agroecología no sólo se basa en los elementos de la ciencia moderna, sino también en lo que llamamos la etnociencia, o sea, el conocimiento de los propios agricultores. Al inicio de su desarrollo la agroecología ha puesto mucho interés en el trabajo con los campesinos de América Latina porque rescata mucho el conocimiento ancestral de los Andes, de Mesoamérica. Por lo tanto, es una combinación de saberes resulta en una serie de principios que se transforman en formas tecnológicas que finalmente nacen de lo que nosotros llamamos la investigación participativa. Los agricultores forman parte del proceso de investigación en un pie de igualdad con los universitarios o técnicos especializados. La agroecología implica, entonces, un verdadero cambio del paradigma científico, pero también de la práctica, de la tecnología concreta de trabajo, de la relación con la tierra y con el producto de ella.

- ¿Cuáles son las diferencias esenciales de esa nueva ciencia con la actualmente hegemónica?

- Todos los agricultores milenarios tienen una cosmovisión y han desarrollado un sistema de clasificación y apropiación de la naturaleza. La etnociencia consiste en ése saber generado por los agricultores, no necesariamente milenarios, sino que también proviene de aquellos que han trabajado varias generaciones en el campo. No es necesario entrar en detalles acerca de cómo cada grupo étnico trata a la naturaleza porque habría que lidiar con multitud de cosmovisiones diferentes y de conceptos de etnobotánica. Nosotros tratamos de rescatar los principios según los cuales esas comunidades se han relacionado con la naturaleza. Y vemos que esos principios son en realidad universales.

- ¿Son técnicas concretas?

- No, son principios que generan técnicas.

- Por ejemplo...

- La diversidad, siempre la diversidad. Jamás el monocultivo. Pero en los Andes será la mixtura de las papas nativas, y en el trópico medio bajo será agroforestación, y en Mesoamérica serán policultivos de maíz con frijol. El principio siempre es el mismo: la diversidad ecológica. Otro principio esencial es la rotación de los cultivos, o dicho de otra forma el reciclaje de los nutrientes con integración de animales. Estos principios toman formas tecnológicas diferentes, pero su esencia es siempre estable. Nosotros rescatamos ese conocimiento como los grandes principios de la agroecología que explican cómo funcionan los sistemas agrícolas, al igual que los sistemas naturales. Si se toma una tundra por un lado, y un sistema tropical húmedo por otro, se verá que los principios de cómo funciona cada uno son exactamente los mismos, lo que pasa es que cada uno toma su propia dinámica: la tundra es mucho menos diversificada que el trópico, pero hay sucesión, hay competencia, hay flujos de energía.

En la agroecología no trabajamos con recetas ni con paquetes tecnológicos sino con estos principios.

- ¿Por qué es importante la diversidad?

- Es esencial. No se trata de diversificar los cultivos porque sí, de cualquier manera, como sembrar lechuga con tomate, por ejemplo. Tratamos de crear combinaciones de cultivos y animales que creen una sinergia, que se potencien en un sistema autorregulado. Pero esas combinaciones tampoco pueden ser caprichos teóricos, sino que deben estar basadas en el conocimiento profundo de las interacciones ecológicas de cada lugar. Por ejemplo, si creamos un sistema que resulta benéfico para desarrollo de ciertos insectos que matan plagas, entonces ya no es necesario el pesticida externo, pero tampoco se precisan "insecticidas botánicos" y ese tipo de cosas que usan muchos agricultores orgánicos.

Otro principio es el del reciclaje de los nutrientes. Las formas en las que se incorpora a la tierra la biomasa vegetal y animal, cómo se debe utilizar de manera eficiente para que el sistema autorregules u materia orgánica, la fertilidad del suelo. Hay muchas formas de hacerlo.

- ¿Cuál es la diferencia entre la agricultura orgánica y la agroecología?

- Bueno, en Estados Unidos, al menos, gran parte de la agricultura orgánica que se practica actualmente se basa en la sustitución de unos insumos por otros, siguiendo el mismo patrón que la agricultura convencional. Conozco muchos agricultores orgánicos en California que son muy dependientes de las empresas que fabrican los insumos. Son otras industrias, más biológicas, pero a la vez es el mismo modelo capitalista dependiente. Nosotros creamos un sistema en el cual no hay dependencia.

- ¿Esa forma de vincularse con la naturaleza está más presente en algunos países de América Latina más que en otros?

- Históricamente esos vínculos están muy enraizados en culturas tradicionales nuestras, en agriculturas milenarias. Ellos no le llaman agroecología, pero es lo que practican en los Andes, en Mesoamérica. Cuando nace como ciencia, a fin de los años setenta, la agroecología toma mucho auge en las organizaciones no gubernamentales (ONG), en países como Chile, Perú, Bolivia. En esa época las ONG trabajaban en un contexto de dictaduras en todo el Cono Sur. En esos momentos habían enfocado la necesidad de los agricultores pobres de implementar tecnologías que les permitieran sobrevivir. Así se empezaron a implementar redes entre los grupos, sobre todo andinos. Pero después ese movimiento llegó influenciar a la academia, y también a institutos de investigación. El país donde más se ha desarrollado la agroecología es Cuba, que desde la crisis que empezó a vivir a fin de los ochenta se creó un grupo que se llama Asociación Cubana de Agricultura Orgánica, que implementó un proceso de desarrollo de agricultura orgánica basado en la agroecología. El segundo país es Brasil. Allí la agroecología ya es un movimiento social, sobre todo en el sur, Rio Grande do Sul, Santa Catarina y otros estados, están empezando a utilizar la agroecología como una herramienta de desarrollo de la agricultura familiar, pero lo más importante es que ha penetrado en las instituciones estaduales, como el Emater en Rio Grande do Sul.

Ahora hace un mes que estamos en Brasil y volvemos allá por otro mes para continuar con el programa de entrenamiento de 400 investigadores y extensionistas de EPAGRI, la institución del estado catarinenese responsable de la investigación y la extensión agrícolas. El gobernador de ese estado ha dicho que en dos años deberán desaparecer todos los agrotóxicos de Santa Catarina, y segundo que tiene que haber una moratoria de cinco años para la biotecnología hasta que se demuestre que su aplicación en agricultura no causa impactos ambientales desfavorables. De hecho, cuando la agroecología se asume como una política, causa enormes cambios dentro de las estructuras.

- Algunas personas critican la opción cubana por la agricultura orgánica porque consideran que el gobierno hizo un cambio meramente instrumental sin una revisión profunda del modelo convencional.

- Es así a nivel de la cúpula dirigente del Ministerio de Agricultura y Ganadería. Para la mayoría de ellos fue un cambio meramente oportunista. Pero a nivel de base, los grupos que promovieron la agroecología, crearon un proceso de capacitación con los principios de la agroecología, proceso en el cual participamos activamente. De hecho, se logró crear una masa crítica no sólo de profesionales sino también de agricultores practicando la agroecología. Y eso es independiente de las políticas del gobierno. Se trata de un verdadero movimiento de masas. El grupo gestor de este proceso, la ACAO, fue suprimido, lo terminaron.

- ¿Cómo lo terminaron?

- Lo colocaron bajo la supervisión y dependencia del gobierno y con un control muy fuerte. Pero yo he regresado a Cuba varias veces, y el movimiento ya es imparable. Comparto, entonces, esa crítica, pero este grupo fue muy inteligente, y utilizó como siete años para hacer una educación masiva de lo que es la agroecología. Se hicieron seminarios, cursos a distancia, bibliotecas móviles, se crearon "faros agroecológicos" que eran establecimientos modelo de producción adonde acudían de visita cientos de agricultores cada mes. Yo creo que en Cuba ese movimiento de base es imparable.

- ¿Se puede decir que los países del Cono Sur son los más refractarios a este tipo de planteos?

- Chile, Argentina y Uruguay, sí. Son países que están completamente entregados al modelo agroexportador. El campesinado ha perdido mucha fuerza, las ONG fueron corrompidas o absorbidas por el sistema. El aparato público fue desmantelado así como la crítica académica, y es el sector privado el que dirige las políticas. En Brasil sucede lo contrario, allí el aparato público está vivo. Podrá tener sus problemas, pero también admite mucha crítica interna. En los países del Cono Sur prácticamente se ha suprimido el diálogo. Estuve en Argentina recientemente, todas las personas me dijeron que no existe allí un diálogo, ni siquiera un debate sobre los vegetales transgénicos. Se organizan foros, coloquios, pero las empresas y los funcionarios públicos los ignoran, lo que es una clara muestra de pensamiento poco democrático.

- ¿En qué países la agroecología ha llegado a la academia?

- En varios países europeos como España, Italia y oOtros. En la universidad española de Córdoba ya se desarrolló un doctorado en agroecología, y existe una maestría para latinoamericanos que cuenta con el apoyo del gobierno de Andalucía. De allí salen unos 35 latinoamericanos cada año formados en esta nueva ciencia, tanto a nivel de doctorado como de maestría. En Italia hay algunos polos importantes de irradiación de estos principios, incluso en Estados Unidos también los hay. No son aún masivamente reconocidos, pero sí son respetados y tienen mucha actividad, publicaciones de investigaciones que demuestran la viabilidad científica de la propuesta. En ese sentido, existe una preocupación de no quedarse sólo en la crítica, sino de mostrar alternativas concretas y con las mismas herramientas científicas, de manera de que no haya duda de que la agroecología está respaldada por un conocimiento desarrollado. Lentamente se comienza a lograr generar impactos en las políticas públicas. Por ejemplo en Berkeley, la ciudad donde vivimos, los movimientos de consumidores, de cultivadores orgánicos, de ambientalista y otros lograron que la ciudad decidiera que todas las meriendas que se ofrecen deben ser elaboradas exclusivamente con productos orgánicos. Estamos hablando de 42 mil bocas que diariamente se alimentan así. Eso ha abierto un importante mercado para los agricultores orgánicos periurbanos y aún más lejanos que está creando una revolución. También hay prefecturas del PT en Brasil que adoptan políticas parecidas y logran cambios radicales. Esa es una característica esencial de nuestra propuesta, la de provocar modificaciones a nivel local, regional, pero no meterse con el rollo globalizante porque en ese nivel no hay manera de competir con el poder.

- Muchos dicen que la agricultura sin químicos tiene baja productividad y que con ese sistema de cultivo no se genera suficiente alimento para todo el mundo.

- El problema del hambre en el mundo no tiene nada que ver con la producción de los alimentos. Es un asunto de distribución. Hay 2 mil millones de personas viviendo con menos de dos dólares al día. Existe una mala distribución de la tierra y de su uso. En países africanos netamente exportadores de alimentos la gente muere de hambre. El 70% del grano que se produce en Argentina, en el Cono Sur, es para alimentar ganado. Toda la soja y la mandioca que se cultiva acá tiene ese fin. Los sistemas agroecológicos son en realidad más productivos que el sistema convencional (con químicos), no sólo en cuestión de rendimiento, también porque proporciona una serie de servicios ambientales. Es multifuncional. Algunos estudios que hemos hecho en California sobre manzanos, por ejemplo, permitieron comprobar que en ambos sistemas son igualmente productivos en el mediano y largo plazo. Pero tienen una enorme diferencia en el impacto ambiental: el del agroecológico es 30 veces menor que el convencional, siendo que sólo medimos residuos de pesticidas y concentración de nitrato en suelo, sin tener en cuenta biodiversidad y otros parámetros asociados. Ese escaso impacto ambiental no está siendo compensado por la sociedad. Creo que este tipo de enfoque puede empezar a influenciar a los políticos para que entiendan que se debe premiar a esa gente y castigar a los otros. Ya casi nadie hace comparaciones de productividad porque está más que demostrado que la agricultura orgánica, paradojalmente sin el apoyo científico de los aparatos público y académico, es igualmente productiva que la convencional. Y eso con escasos medios de investigación, mientras que los convencionales tienen 50 o 60 años ininterrumpidos de apoyo científico estatal, y apenas llegan a tener la misma productividad, pero con un tremendo impacto ambiental que la sociedad está pagando caro.

- Otra crítica que se hace es que los vegetales orgánicos son más caros, y que por lo tanto no son productos para el pueblo.

- Desgraciadamente mucho de la agricultura orgánica está controlada por intereses que no tienen nada que ver con el pensamiento de un modelo alternativo. Están en eso porque se abrieron brechas en el modelo neoliberal que premian ese tipo de agricultura. Lo hacen estrictamente como un negocio, como harían cualquier otro negocio. Pero existe tanto en Europa como en Estados Unidos un amplio movimiento de crítica a esta postura que están planteando que los aspectos sociales fueron ignorados por la agricultura orgánica, y que es necesario cambiar eso. De hecho, ya se están implementando las redes de distribución directa de los agricultores a los consumidores mediante, por ejemplo, ferias orgánicas y las canastas semanales.

Pero atención: hay mucha agricultura orgánica que no es agroecológica porque sigue siendo de monocultivo y de sustitución de insumos, y además abasteciendo mercados elitistas. En las primera discusiones que se promovieron en California para reglamentar la certificación, varios grupos planteamos que se debía limitar la escala a no más de 50 hectáreas, porque hay empresarios que tienen 2 o 3 mil hectáreas que desplazan a los pequeños y medianos, y también defendimos la posición de que se debía incluir una definición de condiciones laborales aceptables para los trabajadores rurales asalariados, pero todos esos reclamos quedaron fuera. En la actualidad, en Estados Unidos la agricultura orgánica es mayormente una etiqueta que dice que no se usaron tóxicos para cultivar esos productos, pero no es un planteo sustentable porque ignora completamente los aspectos sociales, La agroecología, en cambio, se juega con base científica por un modelo de desarrollo alternativo de atiende la equidad social, la seguridad alimentaria, la superación de la pobreza. Es una propuesta política con base científica y, claro, de izquierda.

- ¿Entonces por qué la izquierda tradicional en América Latina se ha jugado históricamente por la opción productivista?

- Porque la agronomía capitalista y la soviética fueron alimentadas teóricamente por el mismo paradigma científico. La revolución verde convenció igualmente a los estadounidenses, a los mexicanos, a los soviéticos y a los uruguayos. Según ese esquema siempre habrá un factor limitante en la agricultura, y cualquiera sea ese factor se deberá usar químicos para superarlo, sin advertir que esa limitante era un síntoma de una enfermedad más sistémica de la agricultura. La agroecología desecha los síntomas y ataca las causas fundamentales que son los desequilibrios biológicos en la tierra. Hay que crear las condiciones para restaurar ese equilibrio.

- ¿Pudo haber existido en la izquierda un cierto menosprecio del saber popular, del conocimiento campesino?

- Lo dice la historia. Cuando la Fundación Rockefeller comenzó a pensar en la revolución verde envió una comisión de científicos a México y cometieron el error de invitar a Carl Sauer, que era geógrafo. Escribió él un informe en solitario, en el que decía que si un grupo de agrónomos estadounidenses agresivos iría a México para llevar el maíz de Iowa y de Ohio, sucedería un catástrofe que describió con bastante detalle. Esa catástrofe es exactamente lo que está sucediendo desde hace varias décadas en el mundo. Sauer fue sustituido en la comisión por otro que no hacía críticas. La revolución verde no sólo significó el cambio de una variedad por otra, sino la supresión de todo un conocimiento acumulado durante milenios. Lo mismo está pasando ahora con la biotecnología: las instituciones públicas son cooptadas por las transnacionales. La universidad de Berkeley donde yo trabajo recibe 50 millones de dólares anuales de la Novartis. Eso crea un sesgo institucional del cual emerge una visión y se suprimen las otras. A nosotros nos intentan suprimir a menudo. Y eso es muy peligroso para la sociedad, porque las opciones, la diversidad de enfoques empieza a desaparecer. Ni siquiera los agricultores soyeros convencionales que usan químicos ya no tienen muchas opciones : o Roundup o nada. O entran en el juego o quedan fuera. En Estados Unidos, como en Argentina, disminuye la cantidad de agricultores dedicados a la soya, pero aumenta la cantidad de hectáreas. Porque esa tecnología alienta la concentración de la tierra. En Estados Unidos el sistema de subsidio, creado por el lobby de los grandes empresarios agrícolas, otorga 40 dólares por acre a quienes tienen menos de 400 acres, pero le da 400 dólares por acre a quienes tienen más 400 acres. Es una agricultura sin agricultores.

La biotecnología es la fructificación del modelo de la revolución verde y es impulsada por los mismos actores. Yo no distingo entre agroquímicas y transgénicos. Nuestra idea es condenar igualmente a ambas agriculturas porque están podridas.

- ¿La imposición de la revolución verde en América Latina puede tener alguna relación con la generalización de las dictaduras en ese período?

- No sé si ambas cosas tienen un vínculo directo, pero no pienso que las estrategias de desarrollo rural que impulsa el gobierno de Estados Unidos sean diferentes a su política externa. Todo surge de la misma concepción. La dominación tiene muchos campos, y una manera de dominar ha sido educar al mundo científico latinoamericano con una mentalidad al servicio de ese modelo. Cuando llegué a California me di cuenta de que en Chile me habían enseñado agronomía californiana. Todos mis profesores habían hecho uso de un convenio por el cual completaron su formación en California. Nunca me enseñaron agricultura campesina. En mi opinión, tanto la revolución verde como la biotecnología actúan de manera fascista, porque suprimen la disidencia. A mí no me han podido echar de la universidad porque va contra los principios del centro de estudios, y además porque soy profesor titular del máximo nivel, pero las ganas no han faltado. El costo de hablar esto públicamente es muy alto, enseguida empiezan a tildarte de pseudocientífico, antiprogreso, y segundo te cortan todos los fondos. Por eso es que allá ahora hay mucha gente que ya no habla. La represión es muy grande.

- ¿Puede haber un cambio de modelo agrícola si no se produce un cambio social general?

- Sí, de hecho esos cambios se están dando ahora mismo. Recientemente participé en una actividad en la cual evaluamos 208 proyectos provenientes Africa, América Latina y Asia, y estimamos que hay 9 millones de campesinos que han adoptado el modelo agroecológico, cubriendo aproximadamente 30 millones de hectáreas, con una producción de 1,7 toneladas de grano por hectárea en zonas marginales. Estos pequeños ejemplos son los que denominamos "faros agroecológicos", porque influencian a su entorno y crean redes entre agricultores por donde pasa el conocimiento. No sé si la suma de los cambios locales provocará un cambio global, pero pienso que es posible. Cómo se dará eso en el futuro, lo ignoro, pero hay mucha gente buscando nuevos caminos.

Autor:

 Carlos Amorin

© Rel-UITA

 


1  Ingeniero Agrónomo de la Universidad de Chile, desde 1980 es Profesor de Agroecología en la Universidad de California, Berkeley. También es colaborador en materias científicas de CLADES, un consorcio de ONGs latinoamericanas que desarrolla trabajos de desarrollo campesino con una base agroecológica y desde 1996 es el coordinador general de SANE (Sustainable Agricultural Networking and Extension) un programa auspiciado por PNUD para promover la capacitación de enfoques agroecológicos en el mundo en desarrollo.

Desde 1997 ha servido como Presidente del comité de ONGs del CGIAR (Grupo Consultivo sobre Investigación Agrícola Internacional, que agrupa a varios centros de investigación), con la misión de influenciar la agenda de los centros internacionales de investigacion agrícola para el beneficio de los agricultores pobres de Asia, África y América Latina.

Sus contribuciones en control biológico de plagas, agricultura sustentable y últimamente sobre el impacto ecológico de la biotecnología agraria, se encuentran plasmados en más de 200 artículos científicos y 7 libros, entre los cuales "Agroecología: bases científicas para una agricultura sustentable" ha sido editado en 5 idiomas con una circulación mundial de más de 50 mil ejemplares.

 

 

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