Agricultura en URUGUAY

 

 

  AGROTÓXICOS

 

Fugitivos de La Charqueada


Arroz amargo

Agricultura en URUGUAY

 

La entrevista ocurrió en Barra de Valizas, en un rancho bien cuidado, humilde y recién adquirido adonde Carola se estaba tratando de instalar con sus hijos. Ella aportó un testimonio directo, asombroso, de los riesgos de vivir junto a los arrozales, y de un Uruguay profundo que vive y muere en silencio.

 

Rodrigo García

Carlos Amorín

Carola tiene 29 años y es madre de cuatro hijos entre los 7 y los 2 años. Nació y se crió en la ciudad de Treinta y Tres, y con Sergio, el padre de sus hijos, en 1998 se mudaron a La Charqueada, un pueblo a 60 quilómetros de la capital departamental, muy conocido por las coplas de Los Olimareños. Hoy Carola recuerda que “era un lugar que siempre visitaba de chica y ayudó mucho a decidirnos que se nos presentó una oportunidad, una casita bien barata. La Charqueada es un hermoso lugar cercano al río Cebollatí, con extensos montes nativos, el yerbal, lagunas y... totalmente rodeado de arroceras”. El sueño duró sólo tres años, al cabo de los cuales decidieron abandonar el pueblo para proteger la salud de sus hijos.

—Vivíamos a dos cuadras del monte, un lugar bellísimo... pero te tenés que ir, porque te mata, te matan, es clarísima... –comenta Carola desconcertada–. Toda la vuelta del pueblo está con arroceras, de falsas cooperativas, llena de brasileros; la estancia La Gloria tres quilómetros antes con silos y todo.

—¿Qué hacían allí ustedes, a qué se dedicaban?

—Hicimos quinta, era lo que más nos interesaba, pero te queman todo, la quinta se quema. Claro, si estás a una cuadra desde donde empieza la primera arrocera, entonces imaginate, cuando fumigan te queman todo. Al principio teníamos 120 plantas de tomate, 80 de morrones; se iban desarrollando muy bien, pero no nos quedó nada.

Y después teníamos una quintita más chiquita con las demás cosas para comer. Una viejita de 80 años, vecina, también se quedó sin nada; le quemaron todo, todo quemado...

—¿Eso ya le había ocurrido a esta vecina con tantos años en el lugar?

—Nunca le había pasado tan fuerte...; vos lo ves en los árboles del pueblo, las hojas quedan con manchas. La que mata yuyos dicen que es la más fuerte de todas.

—¿Y la gente qué dice?

—Eso es muy, muy fuerte. Una vez Wayra (la niña de 3 años) se enfermó cuando empezaron a fumigar, empezó con tos y nosotros no teníamos todavía conciencia de lo que era, mismo. Ya había pasado un mes y recién le preguntamos a la doctora del pueblo si podía ser por la fumigación, y nos dijo que sí, ella ya lo sabía. Todo el mundo lo sabe, pero nadie lo enfrenta, para nada. El pueblo entero trabaja en las arroceras o vive de ellas, y no pasa nada. Los banderistas se paran debajo de la nube de producto químico sin ninguna protección, sin nada, el tipo con la banderita, ahí... y pasa el avión... y como que ya están acostumbrados.

—¿Qué casos conocen allí de gente afectada?

—A Sergio últimamente le daban como unas constantes ganas de vomitar. Un amigo de Treinta y Tres, que se llama Guará, fue a trabajar a la arrocera y no tenía noción de lo que estaba haciendo; cuando apenas empezó a ir se caía... y luego hasta tiraba espuma por la boca. Lo internaron 15 días en el cti y de eso no supo más nadie.

—¿Había gente con problemas en la piel?

—Todos en el pueblo están manchados, con problemas bronquiales; el cáncer digestivo... altísimo. Te mata estar ahí, es estar esperando que te mueras. Conozco a una persona que cuando lo veías pasar pensabas que siempre estaba borracho. Al tiempo uno empieza a dudar de que tenía algo más. Un día empezamos a conversar con el tipo y nos dijo: “¿Ven cómo estoy yo?, bueno, yo era banderista, y lo fui mucho tiempo”. Este hombre siempre camina como borracho, hasta la voz tiene de alcohólico, todo por la fumigación. Bueno, después, niños enfermos una cantidad, siempre. A una conocida, Adriana, cuando empezaban a fumigar, la niña más grande se le atacaba de los bronquios. El marido también iba a trabajar a la arrocera. Si hablabas con ella y le preguntabas qué era lo que le pasaba a la niña, ella te decía que no sabía. La nena se enferma siempre en la fecha de las fumigaciones, ¿y ella no sabe?

Un verano en el cual vinimos a veranear a Aguas Dulces estuvimos hablando con esta gente que cuida el bosque de ombúes, y ellos nos comentaron que en esa zona donde vivíamos se daba la incidencia de cáncer digestivo más alta del país. Ahí nos decidimos, con el dolor del alma, vendimos y nos fuimos.

—¿Nunca nadie denunció esa contaminación masiva?

—Sí, denunciaron, sí. A la vuelta de la casa donde vivíamos, el Laucha Prieto, una persona muy buena, con conciencia de lo que pasa, decía que la gente joven como nosotros teníamos que irnos. El nos dijo que en Treinta y Tres un grupo de médicos había elaborado un informe e hicieron una denuncia hace algunos años. Pero no pasó nada, quedó todo ahí, como siempre. La Charqueada, Vergara, Rincón, San Luis al Medio, todo está igual. Hay gente que se ha movido, que trató de hacer algo. Pero llegué a una conclusión –y el Laucha también me dijo que pensaba lo mismo–, que hasta que la gente que va a laburar, al que están mismo lastimando, hasta que ellos no se muevan, hagan algo, hablen, que se den cuenta y denuncien, entonces recién ahí va a cambiar algo, si no... no creo.

La gente labura de noche a noche y ganan 3 mil pesos; es una esclavitud, pura esclavitud, y no pasa nada. Siempre hay gente que precisa laburar.

—¿Pensás que los patrones saben lo que pasa?

—Mirá, yo hice amistad con uno de los capos de ahí, el Negro Jara (de la cipa, una de las cooperativas arroceras), y le pregunté si se daban cuenta los patrones de lo que pasaba. Y es claro que lo saben, pero te dicen que no tienen otra.

—¿Que no es posible cambiar esa situación?

—Sí, a mí ellos siempre me dijeron que no tenían otra manera de hacerlo. Pero qué les vas a hablar de un cambio con todo el arroz que sacan, ¿qué les vas a decir, que vamos a parar de intoxicar al pueblo y para eso va a parar totalmente la producción? No, a ellos no les importa.

Y para mucha gente del pueblo el patrón es lo más grande que hay. Es tanta la sumisión que parece esclavitud. Tal vez en muchos lugares se vean cosas parecidas, pero no sé si tan graves como acá. Es la miseria pura en todo su esplendor. No te la bancás. Sacan el agua del Cebollatí y después la devuelven contaminada; están haciendo un estrago infinito. Probablemente uno de los daños ambientales más graves del país. Lo peor es que ellos, los arroceros, también se matan, porque se fumigan en la cabeza, están ahí, viven ahí, con su casa en el medio de la arrocera. El mismo que fumiga se mata, es una cadena, todo es muy loco. Además, la gente que trabaja ahí te canta la posta, y todos decían que muchos de esos venenos los entraban de contrabando, que incluso acá en Uruguay están prohibidos.

—¿Qué dice de eso el médico del pueblo?

—La doctora es muy buena gente, pero si ella se pone en una postura dura la echan. O te mantenés tranqui en el pueblo, o te vas. Ella atiende a todos y sabe clarito qué es lo que pasa, pero la gente es difícil. A la doctora la entiendo, si ella quiere seguir estando ahí se tiene que callar la boca.

El Negro Ferrer, un historiador, vive allá. Es el único que no tiene ningún problema en contarte todo; tiene una biblioteca en la casa con una información increíble.

—¿Por qué te parece que sucede todo este drama de impotencia?

—Creo que lo principal es que hay mucha ignorancia, mucha falta de información. Y la miseria genera más miseria. Además, cualquier cosita que vos plantees suena raro, no se entiende. Desear un cambio es visto como algo raro.

Si hay gente que cree en los llamados infiernos, bueno, ahí tenés uno clarito, ahí lo tenés. Y hay mucho, mucho miedo, ignorancia. Solamente viviendo en el lugar te das cuenta de lo que pasa ahí, porque si no vos vas de paseo y es todo precioso, toda buena gente, pero cuando empezás a tratar mano a mano... es otra cosa; posibilidades de cambio, ninguna.

—¿Pero nunca nadie hizo nada para intentar revertir esta situación?

—Tengo entendido que hubo un cura católico que construyó un hogar de niños, que tuvo problemas con la gente porque les cantaba la posta y otros anduvieron hasta a los balazos. Allá es la pesada, si no te gusta andate... Aparte, es tal la ignorancia que el propio laburante apoya al patrón.

El cura quiso ayudar, y ayudó. El Negro Ferrer nos informaba de lo que debíamos hacer. Informarse es la única manera de saber dónde estás parado.

—¿Qué les decía?

—Nos decía que no nos matáramos plantando al aire libre porque invariablemente se nos iba a quemar todo.

 

 

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