Contra la privatización

del agua

El agua es un bien escaso y mal repartido. Sin embargo, por el uso irreflexivo cotidiano que hacemos de este recurso parece que fuera inagotable. Su consumo se ha disparado a lo largo de este siglo paralelamente al aumento de personas que carecen de acceso al agua potable: más de 1000 millones de afectados. La ONU advierte que, de continuar con la tendencia actual, en el año 2025 un tercio de la población mundial vivirá en un serio estado de carencia de agua. Para paliar los efectos de esta crisis y solucionar la escasez y el reparto desigual del agua, los gobiernos se han decantado hacia una estrategia contundente: la privatización.

Lucrativo negocio

El agua se ha convertido en un bien muy preciado y, como tal, en objeto de deseo de las grandes corporaciones multinacionales que pugnan por hacerse con su control. El Oro Azul, según su nueva denominación, se antoja como uno de los negocios más lucrativos de este nuevo siglo. No en vano, el Banco Mundial establece el valor del mercado actual en un billón de dólares, una cantidad todavía insignificante si tenemos en cuenta que de momento las empresas privadas abastecen sólo a un 5% de la población mundial. Dos de ellas, Vivendi y La Suez Lyonnaise, antes seguidas de cerca por la maltrecha Enron, acaparan el 70% de este mercado, operan en más de cien países y ofrecen servicios muy diversificados que van desde el abastecimiento de agua potable a la televisión por cable, pasando por la energía eléctrica. El objetivo prioritario para ambas es acaparar el jugoso mercado estadounidense, el mayor del mundo, que genera unos ingresos anuales del orden de 80.000 de dólares.

Pero el negocio no parece tan redondo para la gran mayoría. La privatización provoca en muchos casos un aumento del precio del agua, que afecta especialmente a los países más pobres donde ese coste extra no se puede asumir. En Cochabamba (Bolivia), el Banco Mundial condicionó la concesión de un préstamo a la privatización del suministro de agua. El gobierno de la localidad cedió. La empresa adjudicataria de la concesión, que dependía del conglomerado Bechtel, duplicó los precios, de manera que el agua pasó a suponer en los hogares con menos recursos casi la mitad del presupuesto mensual familiar. En Bolivia, la reacción organizada de la población civil consiguió que la compañía abandonara el país. El agua pasó a ser gestionada por la comunidad que tomó como primera medida la puesta en funcionamiento de una cisterna para abastecer a los barrios más humildes que habían sido ignorados por la compañía.

Esta y otras experiencias similares alertan sobre los peligros de las tendencias actuales hacia la liberalización, la desregulación y la privatización del suministro y saneamiento del agua, que amenazan con convertir el líquido elemento en un bien económico más. Como en el caso de otros productos, el libre mercado no ofrece ninguna garantía para su reparto equitativo, ni para racionalizar su consumo, sino más bien lo contrario. Mercantilizar el agua equivale a venderla al mejor postor, excluyendo a quienes no puedan pagar por ella. De la misma manera que quien aspira a obtener el máximo beneficio de la venta de un producto no puede estar interesado en que su consumo decrezca.

Comercio de agua

Al tratarse de un bien escaso e irremplazable, hay quien encuentra en el emergente mercado del agua ciertas semejanzas con el de los hidrocarburos. Maude Barlow, presidenta del Consejo de Canadienses (una de las organizaciones más activas en la lucha contra la privatización del agua) se pregunta si Alaska y Canadá se convertirán en la futura OPEP del agua. La idea no es del todo descabellada. En la Columbia Británica (Canadá) todo estaba dispuesto para proceder a la exportación de agua en gran tonelaje cuando el gobierno decidió detenerla. Dieciséis petroleros cargados de agua, navegando continuamente, hubieran transportado a California una cantidad equivalente al consumo anual de Vancouver.

El agua figura en la lista de productos de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) como bien comerciable. Algunas de las cláusulas que incluyen estos acuerdos y tratados, suponen para los países que los suscriben la cesión efectiva de sus derechos sobre el agua que acaban en manos de las grandes corporaciones. Así, Sun Belt Water Inc, la compañía ubicada en Santa Bárbara que esperaba el agua procedente de Canadá, ha demandado al gobierno de este país, amparada en una de las cláusulas del NAFTA que impide la restricción de las exportaciones de un producto una vez que se haya iniciado su exportación.

Bien común

Frente a los nuevos mercaderes del agua, se alzan multitud de analistas, estudiosos y organizaciones de todo tipo que defienden que el agua, fuente de vida, debe ser considerado un bien común, y el acceso a la misma, un derecho social y humano inalienable. En estos términos fue abordada la cuestión en la ciudad brasileña de Porto Alegre, durante la última edición del Foro Social Mundial. Allí estuvo presente, entre otros, Ricardo Petrella, uno de los más comprometidos expertos en la materia, autor del "Manifiesto del Agua" y promotor del "Contrato Mundial del Agua", que considera que el acceso al agua es un derecho no sujeto a discusión. Nuestra mera existencia -afirma- nos concede ese derecho. Entre las iniciativas que propuso en Brasil destaca la creación de un Parlamento Mundial del Agua, integrado por representantes de organizaciones de la sociedad civil, con el cometido de asegurar que todos los seres humanos tengan acceso al agua en cantidad y calidad suficiente.

La privatización del agua representa "la frontera final". Ese "mundo mercancía" hacia el que caminamos amenaza con engullir uno de los últimos reductos de los bienes comunes. Por su carácter indispensable para la vida el agua no puede ser tratado como un producto más. Su conservación requiere de una gestión más eficaz de este recurso, pero también más solidaria. Debemos aprender a no confundir su valor con el precio de mercado, y promover así un consumo más racional que se ajuste a las necesidades reales. El agua es todavía un recurso demasiado barato, especialmente para los procesos industriales donde se usa en grandes cantidades sin que se haya optimizado su aprovechamiento. Pero los costes del despilfarro de los países ricos no pueden ser trasladados a los países del Tercer Mundo. El agua se ha convertido en un factor de seguridad, y de su reparto igualitario dependerá en buena medida el desenlace de algunos conflictos presentes y el desarrollo de otros en el futuro.

El próximo día 22 de marzo se celebra como cada año el Día Mundial del Agua. También se cumple el décimo aniversario de la Cumbre Mundial de Río con el lema "Agua para el desarrollo". Para que ese propósito llegue a buen puerto, desde Porto Alegre nos proponen una fecha alternativa: que el día 14 de marzo se convierta en una jornada contra la privatización del agua. Como afirma Ricardo Pretella: "debemos combatir la privatización del agua, de la misma forma que se combatiría la del aire".

 

Autor:

Íñigo Herraiz

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