28-11-01
La
industria petrolera
y
los acuerdos de Kioto
La apuesta
por
el desastre
Las grandes empresas y grupos económicos norteamericanos del sector de la energía, sobre todo petrolífera, han empezado a recoger los beneficios de la inversión que hicieron al financiar la campaña electoral de Georges W. Bush a la presidencia: los Estados Unidos de América, liderados por Bush junior, no firmarán el protocolo de Kioto. Es decir, no se comprometerán a reducir sus emisiones de monóxido de carbono, causante del efecto invernadero que está cambiando el clima de la Tierra. Entre las razones expuestas destacan la supuesta recesión económica de EEUU y la crisis energética.
También
se añade que las medidas que recoge el protocolo de Kioto supondrían una
crisis económica y de empleo. Para Georges Bush y los intereses que representa
no tiene sentido que la comunidad científica internacional, casi al completo,
esté de acuerdo en que las temperaturas pueden aumentar casi seis grados en
menos de un siglo y que eso supondría un riesgo real de inundación de tierras
bajas, desaparición de islas y frecuencia inusitada de desbordamiento catastrófico
de ríos, huracanes y sequías.
Ya
no se pone en duda que las emisiones de monóxido de carbono son las causantes
del llamado efecto invernadero y del aumento de la temperatura del planeta y que
es urgente reducirlas. Es más, ya hemos empezado a ver las consecuencias del
calentamiento de la Tierra en las últimas décadas; inundaciones como las de
Europa y Latinoamérica y las prolongadas sequías que han sido noticia de
primera página en los últimos años tienen mucho que ver con el calentamiento
de la Tierra. Lo más sangrante es que los
Estados Unidos, que albergan sólo al 4% de la población mundial, son
responsables del 25% de la emisión de gases causantes del efecto invernadero.
Pero a Bush no le ha temblado la mano al decidir que no se comprometerían a
reducir las emisiones de monóxido de carbono, sin hacer caso de las críticas
de los medios informativos más importantes de su país ni de las de los
mandatarios de Europa, Japón y Australia, ni de que la islas del Pacífico Sur
le recordaran que el ascenso del mar, causado por la fusión de parte de los
casquetes polares, las borraría del mapa.
Georges
W. Bush no sólo paga así la deuda contraída con las grandes compañías
petroleras que han sufragado su llegada a la Casa Blanca sino que continúa con
la política antiecológica que comenzó siendo gobernador de Texas; allí
modificó la legislación estatal para poder aumentar las emisiones de gases y
consiguió que Houston obtuviera el dudoso título de ciudad más contaminada de
los Estados Unidos.
La
composición de su Gobierno es un claro aviso de sus intenciones. Dick Cheney,
su vicepresidente, es un antiguo tiburón de la industria petrolera; Christie
Whitman, directora de Medio Ambiente, consiguió que Nueva Jersey pasara de ser
el "estado jardín" a (como se le llama ahora) el "estado
cloaca"; Gale Norton, secretaria de Interior, como fiscal general del
estado de Colorado ha defendido los intereses de las grandes industrias
contaminantes. El remate de las auténticas intenciones de Bush junior lo dan el
aumento de un 14% del presupuesto militar y el abandono de los programas
medioambientales del Gobierno de Bill Clinton. Quizás, como dice Ralph Nader,
excandidato a la presidencia por el Partido Verde de Estados Unidos, con Bush
como presidente la gente saldrá de dudas, sabrá a que atenerse y reaccionará.
Pero,
de momento, la nación que más recursos naturales devora y más contamina la
atmósfera se lava las manos. Y, para contrarrestar las críticas, pone en
marcha los grupos de presión cómplices que inundan de mensajes Internet y
los medios informativos. Uno de los argumentos utilizados ha sido difundido por
el Consejo Laboral para el Avance de los Latinoamericanos que agrupa a los
hispanos dentro del sindicato AFL-CIO; este Consejo asumió y publicó un
estudio sobre las consecuencias económico-laborales del protocolo de Kioto. No
dijeron que el estudio había sido financiado por la industria del carbón de
EE.UU., pero sí pretendieron que era verdad que la aplicación del protocolo de
Kioto significaría la pérdida de unos tres millones de puestos de trabajo y
que de ellos casi un millón y medio serían hispanos y afroamericanos, amén de
que 25 millones de esos grupos étnicos verían disminuidos sus ingresos en un
10%. Evidentemente, esa visión tremendista es falsa porque oculta parte de los
datos y no pone de manifiesto que las posibles reducciones de empleo estarían más
motivadas por la sed de beneficios crecientes de las industrias contaminantes
que por el descalabro económico que se insinúa. ¿No está ocurriendo que las
grandes empresas electrónicas americanas y europeas despiden a miles de
personas para salvar el incremento de sus beneficios en ejercicios venideros y
no por pérdidas? La industria petrolera y energética no ha escatimado
esfuerzos para crear un estado de opinión favorable a sus intereses y oculta
que la reducción de los gases de efecto invernadero supondría ahorro de energía,
utilización de energía limpia, desarrollo de nuevas tecnologías energéticas,
creación de nuevas empresas y, por tanto, también de nuevos puestos de
trabajo.
A
mediados de los setenta, el mundo desarrollado sufrió una crisis que le hizo
temblar. El aumento inesperado y brusco de los precios del petróleo sacudieron
la estabilidad de la economía occidental. Surgió entonces la idea del ahorro
energético y, como los estudios geológicos indicaban entonces que las reservas
de petróleo eran muy limitadas y apenas durarían hasta 2010, se inició una
carrera para descubrir y desarrollar nuevas fuentes de energía. Por su parte,
el movimiento ecologista influyó para que la búsqueda fuera de energías
limpias, no contaminantes y renovables. Entonces se pusieron en marcha los
primeros proyectos de utilización de energía solar, se investigó la energía
eólica, la de las mareas y las olas, la de la biomasa, etc. Surgieron proyectos
como los del motor de agua o de hidrógeno para automóviles...
Años después, Occidente se recuperó de la crisis energética y se comprobó que las reservas de petróleo eran mucho más abundantes de lo que se había temido. Fue el tiempo de abandonar la pasión por la búsqueda de nuevas energías limpias y renovables. Y ahora nos vemos obligados de nuevo a hacerlo pues está fuera de toda discusión que la emisión de monóxido de carbono por la industria productora de electricidad, por las calefacciones y, muy especialmente, por los motores de explosión de automoción, nos llevan al desastre del que ya tenemos algunas muestras contundentes. Científicos de la ONU que estudian el cambio climático creen que es posible estabilizar y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y proponen reducir progresivamente el consumo energético de derivados del petróleo y aumentar en la misma proporción el del gas natural, apostando al mismo tiempo por el metano, la energía eólica y la procedente de saltos de agua. Lo malo es que esa lúcida recomendación de algo posible topa con los sagrados intereses del grupo de empresas petroleras y de la automoción. Mal negocio.
Pero
tenemos contraída una deuda con nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos:
dejarles una Tierra no sólo algo mejor de la que heredamos sino sin desastres
ni peligro de desgracias o cataclismos.
Autor:
Xavier
Caño Tamayo
Periodista
Centro
de Colaboraciones Solidarias
UITA - Secretaría Regional Latinoamericana - Montevideo - Uruguay
Wilson Ferreira Aldunate 1229 / 201 - Tel. / FAX (598 2) 900 7473 - 902 1048 - 903 0905