Cuba
Desde el día 25 de agosto han tenido lugar en La Habana una serie de reuniones preparatorias como antesala a la Sexta Conferencia de los Estados Parte de la Convención de las Naciones Unidas para la lucha contra la Sequía y la Desertización (COP6), emplazada entre los días 1 y 5 de septiembre. La conclusión es la de siempre cuando hay conferencias o cumbres internacionales relacionadas con la pobreza, el desarrollo y la ecología: no hay dinero.
Durante estos días han debatido representantes de 160 países, siendo los países africanos los más interesados en solventar esta problemática, ya que son los más afectados por la sequía. El interés de cada país se aprecia en función de los representantes. La Unión Europea no parece estar muy involucrada con este grave problema y los países miembros de la UE han enviado funcionarios o delegaciones de medio o bajo perfil. Sólo Italia ha tenido una representación de nivel ministerial.
Los pocos jefes de estado que decidieron acudir a esta convención giran en torno a la decena y casi en su totalidad son africanos. África es el continente más castigado por la sequía. Etiopía es un claro ejemplo con catorce millones de personas que se encuentran en estado de máxima alerta a causa de la hambruna.
La desertización es un término que se aplica a la degradación de las tierras en zonas secas, debida fundamentalmente al impacto humano. Fue el primer problema ambiental en ser considerado de carácter global, catalogación que quedó establecida en la Conferencia sobre Desertización de las Naciones Unidas (ONU), celebrada en Nairobi en 1977.
Las principales formas de desertización giran en torno a tres: la sobreexplotación de las tierras destinadas a los cultivos; el sobrepastoreo, resultado de mantener demasiado ganado en una zona dedicada a pastos; y la tala excesiva de bosques. Este proceso de pérdida de la productividad del suelo afecta al 75% de las tierras secas del mundo, la cuarta parte del planeta. Afganistán y Mongolia son los dos países que más la sufren.
Naciones Unidas calcula que la sequía y la desertización afectan a 1.200 millones de personas en todo el mundo, mientras que las pérdidas anuales ascienden a 42.000 millones de dólares. Resulta contradictorio que no se quiera desembolsar cantidad alguna para contener la sequía cuando en realidad sería una inversión segura y recuperable a corto plazo. A mayor extensión de tierras cultivables (sin abusar), mayor beneficio.
El documento de Naciones Unidas estima que en los próximos veinte años la inversión debería ascender a una cantidad anual situada entre 10.000 y 20.000 millones de dólares. A priori estas cifras pueden asustar, pero viendo las pérdidas que ocasiona la sequía y con un buen reparto y planificación multilateral, se podrían alcanzar estas cifras con relativa facilidad. Las principales fuentes de financiación provienen de los países que sufren la sequía, cuya aportación es casi nula debido a que soportan los mayores índices de pobreza a causa de la escasez de agua. También hay aportaciones externas para África mediante préstamos bancarios con intereses elevados. Esta suma de ingresos es ínfima comparada con las cifras que se consideran adecuadas para empezar a observar resultados significantes. Los países teóricamente desarrollados tendrían que ser los que se responsabilizaran de un mayor porcentaje para facilitar así el desarrollo de los más desfavorecidos.
No se puede evitar relacionar pobreza con medio ambiente. Los que más sufren en la ecología, con situaciones climáticas más extremas por su situación geográfica son también los países más pobres. Si los países más ricos no muestran ningún interés por las personas que mueren de hambre, ¿lo van a hacer por salvaguardar la salud del planeta?
Christian Sellés Agencia de Información Solidaria
5 de setiembre 2003
|
UITA - Secretaría Regional Latinoamericana - Montevideo - Uruguay
Wilson Ferreira Aldunate 1229 / 201 - Tel/Fax (598 2) 900 7473 - 902 1048 - 903 0905