30.04.02
Las masacres regresan a Urabá
Hace cinco años denunciábamos el asesinato en
Medellín de un joven de 15 años. Era uno de los hijos de Mario Agudelo,
por entonces diputado departamental. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia (FARC), nunca perdonaron a Agudelo, y a otros tantos ex
guerrilleros del Ejército Popular de Liberación (EPL), que en 1991
abandonaron la lucha armada constituyéndose en un grupo político
denominado Esperanza, Paz y Libertad. En aquella ocasión, Agudelo
recibió como regalo una caja conteniendo un libro de ciencia, dado que
su hijo era estudiante de medicina lo llevó a su casa, cuando el
muchacho abrió el libro, este explotó provocándole la muerte.
Mario Agudelo, ahora alcalde del municipio de
Apartadó, vuelve a denunciar un nuevo crimen de las FARC. Con la
autoridad que surge de sus antecedentes y de un cargo al que fue electo
democrática y libremente por la población, afirmó: "Hay una
pretensión de las FARC de recuperar nuevamente la región (Urabá)
y esto es una demostración de fuerza y también de la degradación
a la que han llegado".
El viernes 26 de abril nueve personas fueron
asesinadas en una finca bananera situada muy cerca del casco urbano de
Apartadó. Alrededor de las seis de la mañana de ese día, una veintena de
hombres armados -identificados como integrantes del V frente de las
FARC- se presentaron en la finca con una lista de nombres, trasladaron a
esas personas a 200 metros de la empacadora, los acostaron en el suelo y
los asesinaron. Varias personas resultaron heridas y antes de retirarse,
el grupo armado dinamitó la planta empacadora de fruta.
¿Quiénes eran los muertos? Siete trabajadores
de la finca, un hombre que había ido a pedir trabajo y una mujer (se
ignora si empleada de la finca o no). La masacre hace parte de la lógica
perversa de las FARC, que justifica el terrorismo como una herramienta
válida para reconquistar el protagonismo perdido.
A finales de los 80 y gran parte de los 90,
las guerrillas, los grupos paramilitares y el propio Ejército,
originaron una escalada de violencia por el control de esta región
considerada, geopolíticamente hablando, sitio estratégico. Montañas,
ríos, selvas, puertos y una posición geográfica que permite un fácil
acceso al Océano Atlántico y al Canal de Panamá, la hizo muy disputada
por los actores armados, donde la población civil puso la mayor cuota de
muertos. En 1995 fueron asesinadas en Urabá más de 700 personas, de las
cuales 111 eran dirigentes y activistas sindicales, en su mayoría de
SINTRAINAGRO. Por esos años de plomo y pólvora, se comentaba: "a
Urabá se le mira casi siempre, con el enfoque del horror de la masacre
que acaba de ocurrir y a la espera de la siguiente".
En el período señalado, SINTRAINAGRO
constituía prácticamente el único sostén de la sociedad civil, por ello
fue el blanco de ataques sistemáticos por parte de los grupos armados.
En 1996 la UITA aprobó la realización de una Campaña denominada:
"Urabá, Somos Todos", la cual se transformó en un espacio donde
se articularon fuerzas y voluntades de la sociedad civil nacional e
internacional que luchaban por una Colombia en paz y con justicia
social. En la misma intervinieron sindicatos, partidos políticos y ONGs
de todo el mundo, denunciando con igual tono las violaciones provocadas
por los paramilitares, el Ejército y las guerrillas, así como el impacto
de las políticas neoliberales que sometían (y todavía someten) a la
miseria a millones de colombianos.
La Campaña fue aprovechada por SINTRAINAGRO
para encabezar un proceso de participación de la sociedad en su
conjunto, destinado a detener la guerra y consolidar la paz. Se firmaron
convenios colectivos para toda la industria, destinados a normar
salarios y condiciones de trabajo; se impulsó la reorganización de las
seccionales del Sindicato motivando la participación directa de los
trabajadores (cabe destacar que en sus últimas elecciones celebradas en
octubre del pasado año, votaron más de once mil afiliados); se vinculó a
la gente en emprendimientos comunitarios y solidarios, como la
construcción de una escuela en el barrio obrero de "La Chinita", de
policlínicas populares y la organización de los pequeños productores de
plátano de la región.
A partir de 1997, las FARC y otros grupos
alzados en armas, perdieron el control de la zona. Se inició entonces un
periodo de relativa paz que duró casi cinco años, al que ahora las FARC
pretenden poner término con la matanza llevada a cabo el viernes 26 de
abril.
Esos cinco años no fueron fáciles para
SINTRAINAGRO, entre otras cosas porque se multiplicaron sus frentes de
trabajo. Además del social y político (candidatos provenientes o
propuestos por el Sindicato ganaron las elecciones para las alcaldías de
varias poblaciones de la región); extender la organización a otras
regiones o sectores (por ejemplo los azucareros del Cauca, o los
bananeros del Magdalena, donde actualmente sostiene un conflicto con la
transnacional DOLE); atender el cargo que el Sindicato
ocupa en la dirección de la CUT; constituirse en uno de los principales
artífices en la constitución de una organización que hoy cubre toda la
cadena productiva (la Unión Nacional Agroalimentaria, de la Hotelería y
el Turismo de Colombia -UNAC-); mantener una activa participación
internacional (especialmente en el ámbito de la UITA y de la
Coordinadora Latinoamericana de Sindicatos de la Industria Bananera);
etc.
Aquellos que deberían ser sus naturales
aliados tampoco le hicieron fácil las cosas a SINTRAINAGRO. Algunos
dirigentes sindicales y de ONGs de países industrializados, muy alejados
de Colombia y de la realidad de Urabá, al enterarse de los logros de las
acciones del Sindicato, se preguntaron desde su cómoda incapacidad:
¿cómo es posible tanta actividad -y éxitos- en medio de tamaña
adversidad y dificultades? Y la respuesta, con la facilidad que otorga
la distancia y una gran dosis de cinismo y soberbia, surgió rápida:
"están vinculados a los paramilitares... están en complicidad
con el Ejército". Tampoco falta algún seudo periodista, que
mientras en su lugar de origen, Europa, la ultraderecha, el racismo y la
xenofobia ganan terreno aceleradamente, piensa que su militancia pasa
por convertirse en vocero de los que en nombre de la guerra, justifican
que los civiles sean las principales víctimas, y con frecuencia, los
principales objetivos. No tenemos ninguna duda que el silencio que estos
actores mantendrán sobre la matanza del 26 de abril, será estruendoso.
Por nuestra parte, reafirmamos nuestra
solidaridad de siempre con SINTRAINAGRO y "su gente", lo que abarca
mucho más que sus 15.000 afiliados.
Autor:
Gerardo Iglesias
© Rel-UITA
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