Mauro Romero tiene 32 años, es viudo, padre de un niño de cuatro años. Desde 1999 trabajaba en la finca Los Álamos, hasta que el pasado 16 de mayo un sicario rompehuelgas le voló una pierna de un balazo. Álvaro Noboa tiene 48 años, es abogado y recibió un postgrado en administración de negocios, es el dueño de Los Álamos y de otras catorce fincas bananeras. También posee cuatro empresas navieras, un banco, dos aseguradoras, dueño de aceite La Única y de azucarera Valdez, para no cansarte... ¡es uno de los dueños del Ecuador! Mauro Romero vive ahora con su hermana en el barrio Unión de Bananeros, una zona de casas a medio terminar en los suburbios de Guayaquil. Álvaro Noboa tiene su residencia principal en Nueva York, en una zona donde viven otros multimillonarios. Allí no necesita guardaespaldas, ni vidrios polarizados. Es un excelente sitio para reflexionar y contar billetes sin el asedio de los pobres: esos fastidiosos, malolientes y resentidos que están terminando con el Ecuador. Mauro Romero mira su pierna mocha y no encuentra consuelo. Nos cuenta que en la noche el dolor es agudo, tremendo. "¿Qué voy hacer ahora, dónde voy a trabajar así?", se pregunta, también lo hace su familia pero no hay respuestas. Álvaro Noboa lanzó su candidatura a la presidencia de la República el pasado 22 de mayo. Ante la insistencia de los periodistas sobre los trágicos sucesos en la finca Los Álamos manifestó: "amo a los obreros de Los Álamos...". Mientras Mauro aguarda que alguien le consiga una silla de ruedas que le permita trasladarse y visitar a su hijo que vive con su suegra, Álvaro Noboa recorrerá el país en su helicóptero, sus vehículos cuatro por cuatro, y algunas veces a pié por las calles de algún pueblito perdido. Lo hará con su característica altanería, sonriente, rodeado por los mismos matones que el 16 de mayo entraron a los tiros a Los Álamos para que los ingratos huelguistas recuerden por siempre que Álvaro Noboa los ama. En el semáforo "impuesto a la miseria hay que pagar" El "bus" que nos lleva a Unión de Bananeros es un supermercado andante donde se venden lapiceras, medias, pastillas, forros para celulares. También hay un supermercado en cada semáforo: "fruta, flores, dulces, cocos, fósforos, lo único es que tiene que parar", como canta Rubén Blades. El hermano de Mauro Romero nos cuenta: "esta pobre gente se gana la vida así, aquí no hay trabajo y ellos no tienen como comprar un pasaje para irse del país". Cada buhonero recita su pregón y desata su lenguaje gestual, mirando a los ojos de los pasajeros en la búsqueda de un interesado. Esa saloma nos acompaña casi la totalidad del recorrido. En una parada sube una niña, pequeña en edad y físico, y sin mediar palabras va entregando estampitas. Su silencio habla, y denuncia como viven siete de cada diez ecuatorianos sumergidos en la pobreza. Alguien le da unas monedas, sin embargo ninguno se queda con las estampitas: ¿será por qué el rostro de las figuras celestiales está tan sucio como la cara de la chiquilla y dan la sensación que también están pidiendo una ayuda? Mauro, en el socavón verde de las bananeras
"En la bananera no había descanso, trabajaba los siete días, enfundando banano", nos comenta Mauro.
- ¿Cuánto ganabas? - 32, a veces 34 dólares por semana, no más. Es muy poco y uno reclama pero es inútil. - ¿Vivías en la plantación? - Sí, mucha gente vive ahí. - ¿Cómo es un día de trabajo en la finca? - Yo me levantaba a las 6.15, desayunaba y 6.40 había que estar en la planta para empezar a laborar. El almuerzo es a las 12.30, te dan 15 minutos y hay que volver a trabajar. No te dan ni un minuto de descanso, uno come y vaya a seguir con su trabajo hasta las 6 y media de la tarde. Igual que otros entrevistados, Mauro manifiesta que la comida de la empresa es pésima y que muchas veces mientras se almuerza, pasa el avión y los fumiga. - Cuando terminas la jornada ¿qué haces? - Bueno, uno se pega un baño y trata de descansar. Pero a veces quedan cajas por estibar en los contenedores. Así que uno cena y vuelve a meter cajas hasta las 8.00, 9.00 de la noche si tiene suerte. - ¿Les pagan horas extras? - Hasta las 6.30 no hay horas extras. Si te quedas más tiempo metiendo cajas te daban 4 dólares por semana. ¡Pero es muy poco igual! Toda la noche metiendo cajas, cansa. - ¿Pagan 4 dólares por semana sin importar las horas extras realizadas? - No importa las horas que trabajas, ni la hora en la que llegaba el contenedor, a veces a la una, dos o tres de la mañana. - ¿Cómo era la vivienda dónde dormías? - Un cuartito pequeño, donde había dos literas y ahí dormíamos cuatro personas. - ¿En ese lugar hay algo más que las literas? - No, la litera únicamente, sin colchón y sin nada. Uno coloca los cartones de las cajas de banano y ahí se duerme. El sueldo no alcanza para comprar un colchón. - ¿Hay baños? - Recién ahora los están arreglando, porque estaban todos destruidos no valían nada y uno tenía que hacer sus necesidades en el monte.
¿Cómo exigir derechos constitucionales y no morir en el intento?
- ¿Cómo surge el sindicato? - La gente comenzó a reclamar que se les pagaba poco. "Vamos a tener que hacer un paro. ¡Algo hay que hacer!", se comentaba por toda la hacienda y un día se formó el sindicato. Al principio yo no quería firmar, había muchas presiones y nos amenazaban que iban a botar a todos los trabajadores, pero un día junté fuerzas y firmé uniéndome a la lucha. Y ahí estaba yo en medio de la huelga cuando sucedió la tragedia... Mauro, calla, recuerda, mira el muñón, lo frota con ambas manos, levanta la vista y mira a su hermana, se cubre el rostro, llora. Nosotros estábamos dentro de la finca, continúa Mauro con su voz entrecortada y enjugándose el sudor de su frente, cuando de pronto escuchamos que tumbaron la puerta y entró un grupo de gente encapuchada. Comenzaron a disparar y echaban balas por todos lados: bum, bum, bum, y luego fueron llevándonos hasta la garita. Allí pusieron boca abajo a todo el mundo. Uno de esos forajidos, me sacó el reloj y dijo: "¡camina chucha 'e tu madre!", y luego me pegó un tiro en la pierna. - ¿Qué pasó después? - Estuve tirado por varias horas, desangrándome, creí que me moría del dolor. Esos "manes" se fueron cuando escucharon unos disparos que venían desde el Puerto Inca y recién ahí la gente pudo ayudarme y me trasladaron a Guayaquil donde me amputaron la pierna. - ¿Alguien de la empresa te ha visitado? - ¡No! Solo los compañeros de la federación y del sindicato han venido. - Esa noche Álvaro Noboa manifestó a la prensa que el conflicto en la finca Los Álamos estaba superado, y que se trabajaba con normalidad. Pero los huelguistas se enteraron a través del programa radial de la Federación que la lucha prosigue, que hay mucha presión internacional y que se prepara un boicot a la marca "BONITA". Esa noche, Mauro seguramente no pudo dormir por el dolor, por la angustia, por la rabia, pensando en los compañeros que continúan en huelga; pensando en su hijo, tan lejos, deseando estar con él para abrazarlo y decirle que nunca olvide que su papá lo quiere más que a todo en esta vida. Autor: Gerardo Iglesias © Rel-UITA 20 de junio 2002
Fotos: Luis Alejandro Pedraza , Gerardo Iglesias, © Rel-UITA |
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