Abandonando toda precaución |
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Desde su
fundación, sus críticos se quejan de que la Organización Mundial del
Comercio (OMC) está concebida para despojar a las naciones de su
soberanía, hurtando al control democrático decisiones de política pública
fundamentales.
Puede que
el mundo esté entrando en una era en la que esas preocupaciones abstractas
se concreten en formas que indignarán a millones de personas, al mismo
tiempo que harán peligrar los esfuerzos para proteger la salud humana y el
medio ambiente.
El mes
pasado, Estados Unidos anunció su intención de denunciar a la Unión
Europea ante la OMC por la suspensión que ha impuesto de hecho a la
aprobación de productos agrícolas modificados genéticamente. Desde finales
de 1998, la Unión Europea no ha dado la aprobación reglamentaria a ningún
producto nuevo de biotecnología. Esta suspensión de hecho de la UE impide
la entrada en la Unión de todas las semillas transgénicas que venden
Monsanto y otros proveedores de “Frankenfoods”
(alimentos Frankenstein),
sean de Estados Unidos, Europa o de cualquier otro lugar.
Al
anunciar su intención de formular la demanda, Robert Zoellick y Ann
Veneman, representante de Comercio y secretaria de Agricultura
estadounidenses, respectivamente, cantaron las excelencias y maravillas de
la biotecnología. Pero si Estados Unidos sigue adelante con la demanda, no
dependerá de los méritos de la biotecnología (lo que les viene muy bien a
los defensores de la biotecnología, porque no tienen pruebas sólidas que
respalden la mayoría de sus afirmaciones. Para una deconstrucción
exhaustiva de las afirmaciones de los propagandistas de la biotecnología,
lean el número de enero y febrero del 2000 de
Multinational Monitor y los libros y grupos que se enumeran en la
sección de recursos.
El
argumento jurídico que esgrimirá Estados Unidos ante la OMC, si sigue
adelante, será algo parecido a esto: las normas de la OMC exigen que los
países acepten productos alimentarios a menos que puedan demostrar que son
peligrosos con un elevado grado de certidumbre científica, incluso si sus
normas reguladoras se aplican por igual a productos extranjeros y
nacionales. Y no existen pruebas científicas concluyentes de que los
alimentos de biotecnología sean peligrosos.
Lo
sorprendente es que las normas de la OMC impongan la carga de la prueba a
los reguladores, que deben demostrar que algo es peligroso.
Estas
normas le dan la vuelta al principio de precaución, que impone la carga de
la prueba a la entidad que introduce un nuevo producto en el medio
ambiente o en el suministro alimentario, que debe demostrar que es seguro.
El principio de precaución se inclina a pecar por seguridad y no por
imprudencia. Posiblemente es el concepto más importante para guiar al
mundo hacia un futuro sostenible.
Hay todo
un trasfondo en el cuestionamiento por Estados Unidos de la suspensión de
la Unión Europea: está la lucha dentro de la UE sobre si hay que levantar
la suspensión. Están las normas de la UE sobre etiquetado de alimentos de
biotecnología –que exigen que en las etiquetas se especifique que el
alimento tiene un contenido genéticamente modificado a menos que el
seguimiento de todos los ingredientes hasta su origen demuestre que están
libres de dichas modificaciones– a las que se opone Estados Unidos en
nombre de la industria de la biotecnología. Está el ojo por ojo de una
demanda de la UE ante la OMC contra ciertas normas fiscales
estadounidenses. Está la tensión procedente de las grietas abiertas por la
guerra en Irak. Está el problema creciente que afrontan los agricultores
estadounidenses, que se están encontrando con países que no están
dispuestos a importar sus productos agrícolas genéticamente modificados. Y
mucho más.
Pero una
pieza crucial es el esfuerzo para acabar con el principio de precaución,
articulado en un informe de mayo del Consejo Nacional de Comercio
Exterior, una agrupación empresarial que viene siendo sumamente eficaz
para fijar la agenda de las grandes empresas en las cuestiones relativas
al comercio y convertir después la agenda en ley y política.
“Algunas
sociedades, como las que engloba la Unión Europea, tienen la mentalidad de
la precaución –se queja el Consejo–, y presumen que un producto es
gravemente peligroso hasta que se demuestre su “seguridad”, lo que exige
de hecho la prueba del “riesgo cero”. Por el contrario, otras sociedades,
como la de Estados Unidos, no se basan en un supuesto tan general.” En
Estados Unidos, “salvo que se demuestre que un determinado producto es
“peligroso”, se considera que es seguro, reconociendo así que hay cierta
cantidad de riesgo inevitable en la vida cotidiana.”
Aunque
esta caracterización exagera la tendencia a la seguridad del principio de
precaución, que no exige la certeza ni el riesgo cero, ni niega que cierta
cantidad de riesgo es inevitable en la vida, sí retrata con relativa
exactitud la dicotomía básica.
Las normas
de la UE sobre biotecnología son sólo las normas de precaución más
destacadas que, según el Consejo Nacional de Comercio Exterior
estadounidense, entran en conflicto con las normas de la OMC. Otras normas
que el Consejo dice que violan las disposiciones de la OMC incluyen las
normas de la UE que exigen a los fabricantes de electrónica que asuman la
responsabilidad legal de los productos al final de su vida útil, una
estrategia química de la UE (conocida como “REACH”) que exigirá a los
fabricantes de productos químicos que prueben la seguridad de sus
productos antes de comercializarlos, y una directiva que prohíbe el uso en
cosmética de sustancias cancerígenas o mutágenas.
El
cuestionamiento por Estados Unidos de la suspensión impuesta por la Unión
Europea a la biotecnología está concebido para invocar las normas de la
OMC para decir a la UE que ha cedido su derecho a perseguir estas medidas
de precaución. Lo mismo se aplica al resto del mundo, e incluso al propio
Estados Unidos, pese a que estas medidas de precaución empiezan a señalar
la ruta hacia un mundo sostenible.
Russell
Mokhiber
y Robert Weissman
(*)
Focus on
the Corporation. EEUU, abril del 2003.
Traducción
para La insignia: Berna Wang
25 de
junio de 2003
(*)
Russell Mokhiber
es editor de Corporate Crime Reporter, con sede en Washington D.C.
Robert Weissman es
editor de Multinational Monitor, con sede en Washington, D.C. Ambos son
coautores de Corporate Predators: The Hunt for MegaProfits and the Attack
on Democracy (Monroe, Maine, Common Courage Press, 1999).
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