Internacional

 

 

El hambre, un problema global

que no se resuelve

Balance de la Cumbre de la Alimentación en Roma

En el mundo hay 815 millones de personas que padecen hambre. Cada cuatro segundos muere una persona por desnutrición; es decir, 24.000 personas diarias, casi nueve millones al año.

En Roma se ha reunido la II Cumbre de la Alimentación convocada por la FAO (agencia de la ONU contra el hambre). Desde el inicio de la asamblea ha habido un dato desesperanzador: no han asistido a la Cumbre los dirigentes de los países desarrollados que se han limitado a enviar a sus ministros de agricultura. En 1996 hubo otra cumbre de la FAO y el balance del cumplimiento de sus compromisos es desolador. El objetivo de reducir el hambre a la mitad para 2015 está cada día más lejos; al ritmo actual se tardarán 45 años en alcanzarlo, si no se estropean más las cosas.

Jacques Diouf, director general de la FAO, ha acusado a los países ricos del fracaso de la lucha contra el hambre. Se ha dicho que la falta de compromiso de los países ricos no permite alcanzar los objetivos de la lucha contra el hambre, pero eso es un eufemismo. Es más exacto decir que gobiernos y clases dirigentes del Norte no tienen intención de comprometerse en serio en esa lucha. Diouf incluso ha intentado convencer a los países ricos de que "la eliminación del hambre redunda en beneficio de los poderosos al crear un nuevo mercado". Pero ni por esas. Habrá que concluir que las clases dirigentes de los países ricos, además de insolidarias hasta el delito, son ciegas.

En realidad no cabía llamarse a engaño. George Bush ya anunció en la cumbre de Monterrey sobre financiación del desarrollo que EE.UU. solo ayudaría a los países pobres que "liberalicen" su economía. Para Bush y los líderes del Norte, una condición imprescindible para recibir ayuda es "promover las libertades económicas". Entiéndase que son "libertades económicas" para ellos; para sus finanzas globales y empresas transnacionales.

En la lucha contra el hambre, una muestra de la insolidaridad del Norte es que el consumo masivo de carne en los países ricos ha llevado a dedicar más territorio a pastos para ganado y menos a agricultura para personas: el 36% de cultivos del mundo es de plantas forrajeras y en EE.UU., el 70%. También podríamos decir que el grano que no llega al plato de los pobres del mundo se lo comen las vacas y los bueyes cuyos filetes van a las mesas del Norte.

Y respecto a la libertad económica reclamada al Sur por Bush y otros líderes de países ricos, no hace falta recordar cómo esos países se blindan con barreras arancelarias, pero no sólo con aranceles; también con subvenciones a sus agricultores. En los desarrollados países de la OCDE, sus gobiernos regalan una media de 12.000 dólares anuales por agricultor; es decir, 300.000 millones de dólares anuales. Por el contrario, esos países ricos solo aportan 8.000 millones al año para la agricultura de países pobres: 6 dólares por agricultor. Sin comentarios.

Más allá de los desgarramientos de vestiduras en la cumbre de Roma, lo cierto es que el hambre no será vencida si los intereses de los más ricos están tan escandalosamente por encima de la solidaridad humana. Y no se conseguirá nada relevante si no se liquida de una vez por todas la deuda externa, se replantean las prioridades de la política agraria y se controlan democráticamente el Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y Organización Mundial del Comercio. A propósito, cancelar la deuda externa sería en realidad una reparación justa por lo mucho que el Norte ha esquilmado al Sur durante siglos.

Para empezar a afrontar el problema del hambre con seriedad, como dice Jeffrey Sachs, director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia, "bastaría con que los países ricos apartaran cinco centavos por cada 100 dólares y los dedicarán a aumentar la productividad de la agricultura de subsistencia, a proporcionar y enseñar tecnología a los agricultores, a mejorar las infraestructuras rurales y a elaborar programas de nutrición y almuerzos escolares, así como asegurar la ayuda urgente para los damnificados de los desastres".

Los países más ricos han olvidado que el hambre atenta contra un derecho fundamental: la vida. Una vida digna. Kofi Annan, secretario general de la ONU, ha recordado en esta cumbre que "el hambre es una de las peores violaciones de la dignidad humana". Y nosotros añadimos que el hambre mata más personas que el terrorismo internacional. Es la peor de las plagas.

Al fin, éste es el mundo que nos aporta la globalización neoliberal, la globalización del más voraz e insolidario capitalismo que ha conocido la historia. Quizás al capitalismo le ocurra como al escorpión que pidió a una rana llevarlo a través de un río caudaloso, pero la rana le dijo que no, que le picaría. El escorpión juró y perjuró que no lo haría porque si le picaba, se hundiría con ella. Finalmente convenció a la rana, que permitió que se subiera en su espalda y lo llevó a través del río. Cuando estaban a medio camino, el escorpión picó con su aguijón a la rana que empezó a agonizar. "¿Por qué lo has hecho? Ahora te ahogarás", dijo la rana. "No lo puedo remediar", contestó el escorpión. "Es mi naturaleza".

Acaso al capitalismo voraz de nuestros días le pase lo mismo. Está en crisis un año sí y otro no, se carga el mundo, acaba con las materias primas, provoca el efecto invernadero que destruirá la Tierra, acaba con la capacidad de consumo de media humanidad... Puede ser el fin, pero no lo puede remediar: es su funesta naturaleza.

Pero, frente a la globalización del hambre y de los beneficios desmadrados, la globalización de la precariedad y la desigualdad, la de la destrucción del medio ambiente, hay otra globalización posible; la globalización de la solidaridad, la de los derechos sociales y humanos, la del equilibrio ecológico, la del avance económico sostenible sin dañar la Tierra  ni a los seres humanos.

Autor:

Xavier Caño Tamayo

Periodista

Centro de Colaboraciones Solidarias

xavicata@wanadoo.es

27 de junio de 2002

 

 

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