Construir la paz después de la guerra |
A la espera de ver cómo se
desarrolla la fase posbélica de la guerra de Irak, millones de personas de
todo el mundo comparten ahora una extraña mezcla de angustia y desencanto
respecto a cómo han ido las cosas hasta ahora y sobre lo que pueda suceder
en el mundo en el próximo futuro. Mucha gente se pregunta también cómo
canalizar de manera constructiva el impresionante clamor cívico por la paz
desatado en los cinco continentes. Desde mi punto de vista, para pasar del
"no a la guerra en Irak" al proyecto de "construir paz para todo el
planeta" hay al menos ocho grandes objetivos sobre los que se podrían
dirigir las energías mostradas durante estos últimos meses, creando una
especie de agenda de trabajo a mediano plazo, en la que podrían participar
entidades ciudadanas, ONGs, movimientos sociales, partidos políticos,
municipios y otras instancias participativas.
1.
Reformar y fortalecer Naciones Unidas
Hace poco más de una década, desde
Naciones Unidas se inició un proceso de reflexión para adecuar este
organismo a la realidad del momento, y se invitó a los Estados miembros a
que presentaran propuestas de reforma, pero lo cierto es que los cambios
producidos desde entonces han sido mínimos y de carácter más bien
administrativo, quedando pendientes todos los aspectos de mayor
trascendencia. La crisis actual de la ONU constituye, a mi parecer, una
oportunidad única para debatir ahora varios de estos temas, entre los que
señalaría la necesidad de suprimir el anacrónico derecho de veto de los
cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y la ampliación de
dicho Consejo de los 15 miembros actuales a 20 o 25 países; promover que
en dicho Consejo entren aquellos países que tradicionalmente se han
distinguido por su compromiso con el desarme, la cooperación al
desarrollo, la defensa de los derechos humanos, las operaciones de
mantenimiento de la paz y la prevención de conflictos violentos (los
países del eje del bien); ponderar el voto de los países en la Asamblea
General en función de su peso demográfico, excluir del derecho a voto los
países que no pagan sus cuotas, someter a consideración de la Asamblea
General algunas resoluciones significativas del Consejo de Seguridad,
exigir que todas las resoluciones del Consejo tengan el mismo valor en
cuanto a su cumplimiento, fortaleciendo los mecanismos que lo hagan
posible, y exigir que todas las operaciones de mantenimiento de la paz se
hagan con el aval y en el marco de Naciones Unidas.
2.
Fortalecer las diplomacias de paz
El desequilibrio de recursos
humanos y económicos dedicados a la promoción de la paz y a la preparación
de la guerra es abismal. Para fortalecer las diplomacias de paz, por
tanto, habrá que hacer un mayor esfuerzo (también desde los medios de
comunicación) para dar más visibilidad a la gran cantidad de conflictos
armados que parecen olvidados y a los procesos de negociación que ya están
en marcha, y que requieren de un amplio apoyo mediático. Convendría crear
un fondo económico de Naciones Unidas para ayudar a los procesos de paz
que puedan surgir y para asegurar la implementación de los acuerdos
alcanzados; exigir que los enviados especiales o personales del secretario
general, así como cualquier persona negociadora, mediadora o relatora en
dichos conflictos, lo sean con dedicación exclusiva; promover desde
Naciones Unidas y otras instancias regionales o nacionales el envío
anticipado y preventivo de enviados especiales para situaciones de tensión
y alto riesgo (y no sólo en los conflictos armados), asegurar que el
posible envío de soldados al extranjero tenga siempre el aval previo de
los parlamentos nacionales, y garantizar un compromiso efectivo de
Naciones Unidas para acompañar durante una década todos los procesos de
rehabilitación posconflicto.
3.
Promover una propuesta regional de paz para todo Oriente Medio
Oriente Medio es la zona del
planeta con mayores niveles de militarización y tensión, y con uno de los
conflictos de larga duración más enconado y simbólico del planeta. Para
cambiar este panorama habrá que articular una estrategia conjunta que
permita poner encima de la mesa todos los elementos generadores de
inseguridad y desconfianza en la zona, sea en términos de territorio,
capacidades de autogobierno, fronteras, procesos de democratización, agua,
derechos de las minorías y otros muchos temas. Entre las actuaciones que
convendría activar figura el compromiso para declarar Oriente Medio como
Zona Libre de Armas de Destrucción Masiva, preparar una Conferencia
Regional de Paz, con múltiples medidas de confianza al estilo de las que
desarrolló en su momento la CSCE; instaurar un mecanismo de verificación
de lo pactado, activar la diplomacia del Cuarteto Diplomático para
terminar con la espiral de violencia entre Israel y los palestinos, y
condicionar la ayuda política, económica y militar a Israel y a la
Autoridad Nacional Palestina a un firme compromiso con el fin de la
violencia.
4.
Compromiso sobre los objetivos de la Declaración del Milenio
La agenda de la paz pasa
inevitablemente por un compromiso compartido de carácter universal sobre
los grandes objetivos que todos los países acordaron en la Declaración del
Milenio, y relativos a la pobreza, el hambre, el desarrollo sostenible, la
enseñanza, la mortalidad infantil o la salud materna. No es posible
vislumbrar un futuro más seguro sin abordar con decisión todos los
aspectos que impiden los mínimos de decencia que han de tener todos los
seres humanos. En este sentido, la agenda de paz habría de procurar que
todos estos objetivos, más los de construcción de paz que se comentan
aquí, sean introducidos en las agendas locales, regionales y nacionales,
dedicando el 0,7% del PIB a los fines de la declaración y a los temas
fundamentales señalados por las agencias de Naciones Unidas (educación
básica universal, agua potable y saneamiento para todo el mundo, vacunas
para las enfermedades curables, etcétera). En los próximos años, además,
habría que lograr un apoyo parlamentario muy explícito para avanzar en el
derecho a la alimentación y al agua, y dar un apoyo político y social al
derecho de la gente a tener acceso a los medicamentos esenciales.
5.
Universalizar el régimen de protección de los derechos humanos
Si bien no basta con disponer de
leyes y tratados para garantizar el respeto de los derechos humanos,
también es cierto que sin la existencia de un cuerpo normativo sobre tales
derechos es imposible exigir su cumplimiento. En este sentido, la agenda
de la paz habrá de trabajar para la ratificación universal de todos los
instrumentos de derechos humanos y del Derecho Internacional Humanitario
promovidos por Naciones Unidas, la ratificación también universal del
Tribunal Penal Internacional, exigir que el Comité contra el Terrorismo
del Consejo de Seguridad vigile por los derechos humanos de las personas
detenidas, apoyar la creación de un Relator Especial sobre los delitos de
terrorismo, lograr una moratoria en la práctica de la pena de muerte, y
vigilar que la legislación antiterrorista no perjudique los derechos de la
población inmigrante, refugiada o asilada.
6.
Establecer un régimen universal de desarme
Durante décadas, el mundo ha
vivido bajo la amenaza nuclear y un sistema de defensa basado en la
acumulación continuada de armas de todo tipo, sin que este rearme haya
sido capaz de generar mayor seguridad o alterar las dinámicas
conflictivas. Los avances en el campo del desarme y el control de los
armamentos, importantes en unos campos y muy modestos o inexistentes en
otros, nos han dado, sin embargo, suficientes pautas como para ver las
ventajas de avanzar en un régimen compartido, equilibrado y universal de
desarme.
Para que ello sea una realidad,
sin embargo, habrá que reducir los todavía desorbitados presupuestos
militares de muchos países y los gastos dedicados a investigar en
armamentos, recortar de manera significativa los arsenales nucleares de
todos los países que disponen de este tipo de armas, lograr una
ratificación universal de los instrumentos existentes de no-proliferación,
apoyar un régimen universal de inspecciones de desarme, lograr un
compromiso para no vender armas a actores no gubernamentales, instaurar un
control parlamentario y una total transparencia en las transferencias de
armas, establecer un Código de Conducta universal sobre las ventas de
armas, controlar la proliferación de armas ligeras y promover su
recolección y destrucción.
7.
Promover la educación y la cultura de la paz
Si la guerra es un invento humano,
hemos de inventar ahora la manera de resolver los conflictos sin necesidad
de recurrir a esta forma tan primaria y destructiva de intervenir en
contextos conflictivos. La educación para la paz y sobre el conflicto ha
de tener una preeminencia a lo largo de toda la etapa formativa, desde la
infancia hasta la universidad y de manera transversal, mediante el
aprendizaje de la resolución no violenta de los conflictos, el
conocimiento de los mecanismos de derechos humanos y todos los temas aquí
mencionados. Es fundamental que las administraciones promuevan
producciones culturales atractivas, especialmente audiovisuales,
destinadas a enseñar a resolver de manera pacífica las situaciones de
conflicto, así como establecer políticas consensuadas de educación
intercultural que ayuden a una mayor fluidez en el diálogo entre culturas
y religiones.
8.
Reducir nuestra dependencia y adicción al petróleo, y promover una nueva
cultura de la energía
Con el trasfondo de la guerra de
Irak, es oportuno señalar que muchos conflictos violentos tienen relación
con estrategias de control sobre los recursos naturales, y en especial los
energéticos. Una política de paz no puede en ningún momento olvidar esta
dimensión ecológica y medioambiental, por lo que habrá de poner gran
énfasis en promover un consumo crítico, responsable y sostenible, promover
sistemas de producción que no estén tan basados en el carbono y la
contaminación, reducir nuestro consumo de energía hasta un máximo de un
metro cúbico por persona y año, conseguir una ratificación universal del
Protocolo de Kyoto, impulsar programas de responsabilidad medioambiental,
promover las energías renovables, y establecer Códigos de Conducta para
que las empresas petroleras rompan con la vinculación actual entre
petróleo, conflictos y vulneración de los derechos humanos.
Como puede verse, trabajar para la
paz implica ir mucho más allá de la simple oposición a una guerra
determinada. Supone un esfuerzo constante e inteligente dirigido a las
raíces de las cosas, y que ha de ir acompañado de toda una infraestructura
política, económica, social, cultural y educativa. En la medida en que se
construyan, trabajen y consensúen agendas a medio plazo y se fortalezcan
vías concretas de paz como las señaladas, puede que llegue un día en que
finalmente veamos caducar las armas y que las guerras sean consideradas
cosas del pasado.
Vicenç Fisas
Director de la Escuela
de Paz de la
Universidad Autónoma
de Barcelona
Agencia de Información
Solidaria
rromeva@pangea.org
7 de mayo de 2003
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