El drama de los
desplazados en Colombia |
La peor tragedia humanitaria del
hemisferio occidental. Así es como las agencias internacionales de ayuda
que trabajan en Colombia, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los
Refugiados (ACNUR) entre ellas, han calificado el drama que viven más de
dos millones de desplazados debido a un conflicto interno que dura ya 38
años, y al nuevo estallido de violencia posterior a la ruptura de las
negociaciones de paz en febrero de 2002. Según la Red de Solidaridad
Social, organización que trabaja en el cuidado y el regreso de los
desplazados, el número de colombianos que abandonó su hogar el
pasado año dobló su cifra hasta alcanzar los 250 mil. El destino
de estos desplazados forzosos, mujeres, niños y minorías étnicas en su
mayoría, los conduce a la cuerda fronteriza que los separa de Venezuela,
Ecuador o Panamá, países que siguen sin contribuir para que esta crisis
deje de ser invisible incluso para la propia sociedad colombiana.
El pasado mes de febrero, Naciones
Unidas hizo un llamamiento a la comunidad de donantes para que cumpliera
con los 50 millones de dólares que restan del presupuesto aprobado en el
Plan de Acción Humanitaria para Colombia. Un plan que, gracias al trabajo
de ACNUR y la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA),
pretende "asegurar el respeto a los derechos humanos para la población
afectada por la crisis humanitaria, así como fortalecer las instituciones
del Estado y el imperio de la ley". Sin embargo, los fondos no llegan y la
ayuda es aún insuficiente.
Es por este motivo por el que más
de 350 agricultores, que cambiaron sus tierras en Catatumbo por La
Gabarra, en Tibú, amenazados por los combates entre autodefensas y
guerrilleros, dirigieron una carta al Presidente Álvaro Uribe solicitando
nueva asistencia y la puesta en marcha de programas de desarrollo para la
región. Una vez que la ayuda se acaba, los campesinos son capaces de
aguantar el sufrimiento que provoca el hambre y la nostalgia antes de
intentar volver para cultivar sus tierras. "No podemos salir –afirma un
agricultor–, porque el que sale, no regresa". Este agricultor huyó
aterrorizado por la llegada a su casa de grupos armados. Temía que sus
cinco hijos fueran alistados a la fuerza o simplemente asesinados. "Por
eso dejé abandonada mi casa. Teníamos plátano, yuca, maíz, animales, lo
dejamos todo. No se puede recuperar a menos que uno entre con miedo,
trabaje un poco y luego salga".
Con ese mismo miedo es con el que
han regresado, de la mano de la Red de Solidaridad Social y el Batallón
Colombia del Ejército, un grupo de 2.800 campesinos de la vereda Lagunas
de Viotá, días después de que hubieran abandonado sus casas alertados de
la incursión armada de autodefensas. Para su salvaguardia contarán ahora
con el despliegue de 250 soldados contraguerrilla. A pesar de la
protección de estos soldados, los desplazados siguen resistiéndose a
volver por temor a convertirse en objetivo militar de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC), de los paramilitares o del Ejército de
Liberación Nacional (ELN). De hecho y según informa Codhes, la
Consultoría para Derechos Humanos y el Desplazamiento con sede en Bogotá,
tan sólo el 2% de los desplazados regresa a sus tierras.
Miles de estos colombianos cruzan
la frontera de Panamá, Venezuela o Ecuador para esquivar la sombra de una
crisis que viaja a sus espaldas. Y es así, no sólo porque los
enfrentamientos estén empezando a salpicar a países vecinos, sino porque
estos países pasan por encima del respeto a los derechos que refugiados y
desplazados tienen con carácter especial. El pasado 21 de abril, 109
colombianos, entre los que se encontraban 63 niños, fueron forzados a
dejar Panamá y obligados a firmar su retorno voluntario a la tierra de la
que también a la fuerza habían huido. Según ACNUR, "estas acciones tienen
graves implicaciones para la protección de refugiados, solicitantes de
asilo y otras personas que huyen del conflicto en Colombia". Y lo que
resulta más grave, rompe con el acuerdo firmado entre ambos países, según
el cual ACNUR debe ser siempre informado sobre acciones de repatriación
para cumplir en todo caso con los principios básicos de voluntariedad,
seguridad y dignidad.
En Venezuela, el drama de los casi
2.000 colombianos desplazados y huidos de los enfrentamientos entre
guerrilla y paramilitares en la zona fronteriza, ha permanecido archivado
junto a las peticiones de asilo. Parece ser que ahora y sólo después de la
reunión que mantuvieron el presidente venezolano, Hugo Chávez, y el
colombiano, Álvaro Uribe, en Puerto Ordaz, se empezará a hablar de
desplazados gracias al memorando para la cooperación que firmaron los
cancilleres de ambos países. Este memorando coincide también con la puesta
en funcionamiento de una nueva oficina nacional para los refugiados en
suelo venezolano que, en palabras de la representante de ACNUR, María
Trimarco, tendrá como objetivo "determinar quién es y quién no es
refugiado".
Ante la duda sobre el estatus de
estos desplazados, lo más vulnerables –campesinos, mujeres, niños,
indígenas y afrocolombianos– siguen padeciendo las altas tasas de
mortalidad provocadas por la falta de agua, alimentos o saneamiento. Su
éxodo continúa marcado por la aparición de enfermedades diarreicas,
infecciones respiratorias, desnutrición crónica, malaria, dengue... Los
menores de edad, más de la mitad del contingente que forman los
desplazados, se ven sometidos a los trabajos forzados, la prostitución y
al absentismo escolar. La solución debe sentar a gobierno y guerrilla de
nuevo para empezar a hablar. Están en juego los derechos humanos y
la vida de más de 2 millones de personas.
Óscar
Gutiérrez
Periodista
Agencia de Información
Solidaria
oskiguti@hotmail.com
20 de mayo de 2003
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