Internacional

 

Emigrantes Ecuatorianos

 

España es una madrastra

Con esta crónica BRECHA inicia la publicación de la serie de notas ganadoras del Premio de Periodismo Latinoamericano José Martí convocado por la agencia Prensa Latina. El autor obtuvo el tercer premio por su relato de “la tragedia de la migración en España”.

 

 

José Villarroel Yanchapaxi

 

Hacía meses que trataba de encontrar trabajo en Barcelona. “Se necesita personal con experiencia: fregaplatos, camarero, recogevasos”, leía los anuncios en La Vanguardia, Anuntis y Laboris. Metido en una chulla gris que traje de Quito, afeitado y perfumado por eso de “como te ven te tratan”, hice una cita para inscribirme en una agencia de colocaciones. Una hermosa española me atendió tras su escritorio. “Veinte euros cuesta llenar la ficha, caballero, y debe renovarla cada mes por la misma cantidad. Si le interesa, ofrecemos también un curso para auxiliar de geriatría. Por una inversión de 1.200 euros usted tendrá una profesión rentable, a los tres meses tendrá prácticas pagadas y a los seis, al finalizar el curso, será contratado”. Me puse a estudiar esa extraña ciencia que ha inventado el mundo globalizado que consiste en asear a los viejitos, sacarles a pasear y soportar los berrinches que los propios hijos no quieren soportar, con el resultado de que al final de este curso de altísimo nivel perdí el poco dinero que tenía ahorrado, porque esos cursos no eran reconocidos por el gobierno español.

 

Anduve como judío errante en bares, discotecas, cafeterías y restaurantes pidiendo laburo como decían los uruguayos, tan sólo para recibir la misma respuesta: “Pues, hombre, sin permiso de trabajo o de residencia no contratamos, después, majo, vienen los inspectores del ministerio público y nos multan. Coño. ¿Por qué no se quedan en sus países a trabajar?”.

 

En esas penurias andaba hasta que William Cevallos, un cuencano que conocí en el Palacio de La Salsa donde fueron a cantar los Miño Naranjo el 18 de diciembre, día del migrante, me dijo: “Búscale a don Ricardo, él contrata a ilegales, por la Plaza España sabe estar”. Ricardo Casas, blanco, regordote y con una prominente panza respondió: “El lunes os presentáis a las 8 de la mañana en Girona, trabajaréis de paleta. Usualmente pago 4 euros la hora, pero como sois ecuatorianos ganaréis cinco”. Trabajé toda la semana haciendo la mezcla y cargando ladrillos. Llegó el viernes, día de pago. “Chavales –la voz de ventarrón de maestro mayor-, a este lado los antiguos, a este otro los nuevos. El ingeniero no ha girado el dinero completo, así que los antiguos cobraréis, los otros esperad hasta la próxima semana”. Entonces yo le digo que no sea mala gente, que me pague aunque sea la mitad. “¿Y por qué os voy a tratar diferente a los demás? Si os digo que no hay plata es porque no hay. Si quiero os pagaré. ¡Cobradme si podéis! ¿Dónde está vuestro contrato?” Repliqué, protesté, grité, de nada valió: De pronto me agarra William del brazo. “Ven José: no te va a pagar el español y si le quieres pegar estos mismos te han de hacer carga montón. Yo pasé tres meses sin que me pague, y eso que yo ya estoy años aquí, ándate nomás.”

 

Después me dio por desempolvar mi guitarra e irme a cantar al metro cuidándome de los municipales como canta Joaquín Sabina, los domingos me iba a cantar en la Sagrada Familia y los turistas me dejaban algunos euritos para pasar la semana, hasta que un día de esos la policía me agarró en la parada de San Antonio. Me llevaron al Gobierno Civil para darme orden preventiva de expulsión. Amablemente me pusieron en la calle. “Y eso porque en Europa se respeta a los artistas, si os volvemos a agarrar seréis enviados a un campo de refugiados en Valencia hasta que el gobierno de Aznar quiera contratar un vuelo charter y expatriar a tanto inmigrante que viene a aumentar la violencia y la delincuencia”, masticaba su desprecio el comisario.

 

Abdul, un inmigrante marroquí compañero de desgracia, me invitó a un plato de cuscús en el bar Los Álamos del Barrio Gótico. “Los españoles prefieren a los ecuatorianos porque nunca reclaman sus derechos, bajan la cabeza y por eso les pagan lo que les da la gana, pero los otros inmigrantes no les quieren, desconfían de ellos porque a veces son más malditos que los mismos españoles”, comentaba, mientras Serrat cantaba en la radio una canción en catalán: “España es una madrastra”, y el mar Mediterráneo seguía llorando la catástrofe del Prestige.

 

Los ecuatorianos somos capaces de generar riqueza para España y ser la segunda entrada de divisas de Ecuador, y que por eso no ha caído la dolarización, pero para Europa son indeseables. A partir de abril los países de la Unión Europea pedirán visa  de entrada a los ecuatorianos, lo cual constituye una barrera selectiva y sectaria puesto que aquello se vincula con la solvencia económica del solicitante. El visado es un veto para los pobres, un arma de la diplomacia hipócrita y cínica  al servicio de las conveniencias políticas; en contraparte los ecuatorianos poco o nada podemos hacer, porque imponer recíprocamente visado a los europeos supone perder ingresos turísticos e inversiones.

 

 

Semanario Brecha

(Uruguay)

4 de julio de 2003

 

Enviar correo electrónico

UITA - Secretaría Regional Latinoamericana - Montevideo - Uruguay

Wilson Ferreira Aldunate 1229 / 201 - Tel/Fax. (598 2) 900 7473 -  902 1048 - 903 0905