Los ricos quieren vivir solos |
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La
división de las ciudades en ricos y pobres es algo más que un hecho;
países, organizaciones e instituciones así lo reconocen. En los últimos
años esta separación se ha hecho más notoria y el número de ‘afiliados’ al
grupo de los desfavorecidos aumenta sin que se tomen medidas reales para
evitarlo. A esto se le une el creciente deseo de los ricos por aislarse,
por crear un mundo de color y fantasía donde los problemas, aunque sean
los de otros, no les afecten.
Así lo
demuestran los gastos en seguridad privada que en pocos años se han
multiplicado de forma acelerada. En Brasil los gastos ascienden a un total
de 2.000 millones de dólares al año. El miedo de los adinerados es extremo
y las medidas a tomar son diversas y, en ocasiones, llegan a ser
estrambóticas: helicópteros, coches blindados y hasta trajes a prueba de
balas.
En México
la seguridad privada es una gran fuente de empleo, eso sí, con muchos
riesgos. En la actualidad son más de 30.000 los agentes de seguridad
privados que protegen el sueño intranquilo de los ricos.
Ante este
sentir surge un nuevo mercado que aglutina los deseos de defensa y
protección. Podríamos catalogarlo como el “mercado del pánico”. Las
tecnologías más modernas se adaptan para dar servicio a estos ‘ricos
paranoicos’. Desde cámaras de vigilancia de última generación, hasta
vallas electrificadas: todo vale para protegerse.
En Buenos
Aires, debido a la inseguridad provocada por la crisis económica, los
ricos se han trasladado hacia las afueras. Han creado los llamados barrios
privados que ascienden a más de cientos. Son barrios cerrados donde todo
lo que necesitan lo tienen dentro, desde centros comerciales, pasando por
parques, campos de golf o lagos para actividades náuticas, hasta escuelas
para sus hijos. Es similar al avestruz que mete la cabeza en la tierra
para no ver el peligro. Si no veo a los pobres, no existen.
La táctica
avestruz va acompañada también de un nuevo estilo arquitectónico: las
casas-castillo. Las defensas que “adornan” las casas de los ricos se
asemejan a las residencias de los señores feudales de la Edad Media. Las
verjas de las ventanas vencen a las macetas de flores, las murallas
sustituyen a las típicas paredes y las garitas de los guardias inundan las
aceras. Incluso hay palizadas y portones dobles. Sólo falta el foso con
cocodrilos y los puentes levadizos.
Pero este
sistema, en principio defensivo, ha pasado a ser ofensivo. Los muros
acaban en lanzas amenazantes consiguiendo así una posición más bien de
ataque. Si una persona pasea ante una de estas casas tiene la seguridad de
que cientos de ojos invisibles vigilan sus movimientos, y ante un gesto
extraño o una conducta considerada inapropiada tendrá a su lado en
cuestión de segundos a una persona que le dirá que se encuentra en una
acera equivocada. No hay libertad de movimientos.
Toda esta
parafernalia montada en torno a la seguridad intensifica la brecha social.
Se aísla a los marginados y se protege la opulencia.
América
Latina tiene unos altos índices de criminalidad, pero estas medidas no son
la solución para paliar la desigualdad reinante. Gobiernos con medidas
sociales efectivas y fuerzas de seguridad del estado alejadas de la
corrupción pueden ser dos pilares esenciales para el cambio.
El rico
quiere vivir tranquilo, mientras que el pobre sólo puede malvivir. En vez
de acortar distancias, se deja patente la posición de unos y otros
marcando territorios y acotando espacios para la opulencia y la
miseria. Recluirse en un gueto no es la solución. La verdadera seguridad
sólo puede nacer de un sistema sustentado en la justicia social y en un
bienestar accesible a todas las clases sociales.
Christian Sellés
Agencia de Información Solidaria
chselpe@yahoo.es
14 de
agosto de 2003 |