|
La Esclavitud Moderna |
|
Si
bien las maquilas aparecieron en América Latina en los años 60 y 70,
bajo los auspicios de Estados Unidos, es en los 90 que toman un gran
impulso con la liberalización del comercio internacional y la
mundialización de la economía. Los derechos laborales, reconocidos
en numerosas declaraciones y convenciones internacionales, son letra
muerta para muchos gobiernos, transnacionales y empresarios de las
plantas maquiladoras, para quienes, el fin supremo de la
rentabilidad justifica todos los medios.
Las
empresas maquiladoras inician, terminan o contribuyen de alguna
forma en la elaboración de un producto destinado a la exportación,
ubicándose en las “zonas francas” o “zonas procesadoras de
exportación” en donde se benefician de numerosas ventajas que les
ofrecen los países receptores. En un contexto de fuerte competencia,
las transnacionales buscaron rebajar al máximo los costos de
producción por la vía de trasladar las actividades productivas de
los países industrializados a los países periféricos con bajos
salarios sobre todo en aquellas ramas en las que se requiere un uso
intensivo de mano de obra. Las maquilas aprovechan la enorme
diferencia salarial que existe entre el Norte y el Sur. Mientras un
obrero mexicano, en 1998, ganaba 17,2 dólares, es decir once veces
más.
En
América Latina
Las
maquilas cobran una creciente importancia. En México una cuarta
parte de la mano de obra industrial (más de 1.100.000 obreros/as)
trabaja en las 4.079 plantas maquiladoras ubicadas ya no solo en los
estados fronterizos con Estados Unidos sino en el interior del país.
En este país se han instalado grandes transnacionales japonesas,
europeas, canadienses y estadounidenses, que cubren ramas tan
variadas como la confección, accesorios y máquinas eléctricas y
electrónicas, muebles, automotriz, químicos, alimentos, juguetes,
calzado y cuero. En Costa Rica, El Salvador, Honduras, Guatemala,
Panamá y República Dominicana las maquiladoras dedicadas a la rama
textil, el vestuario y el montaje electrónico emplean más de 500.000
personas. La mayor parte son de propiedad coreana, taiwanesa y
norteamericana y exportan a Estados Unidos.
¿Son
la solución?
En
una situación de crisis, ajustes estructurales, crecimiento sin
precedentes de la pobreza y la conflictividad social, las
maquiladoras son presentadas por los gobiernos como la panacea para
“combatir el desempleo, obtener divisas y transferencia de
tecnología”. ¿Cumplen realmente este papel? Diversos estudios y
opiniones confirman que la respuesta es rotundamente negativa.
Los
gobiernos centroamericanos hacen alarde de sus cifras de exportación
que aumentan fuertemente gracias a la industria de las maquilas y,
según las estadísticas, 6 países de la región (Costa Rica, El
Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá) exportan más de
3.000 millones de dólares, según el estudio “Les Republiques
Maquilas” de Kain Lievens, de Oxfam Solidaridad de Bélgica. Sin
embargo, la realidad no es como la pintan.
En
El Salvador, por ejemplo, en 1996, las maquilas exportaron alrededor
de 709,7 millones de dólares, pero en el mismo tiempo importaron
alrededor de 541,5 millones de dólares. El saldo de estas dos
operaciones es de apenas 168,2 millones de dólares que incluyen
arriendo de terrenos, salarios, agua potable, electricidad y
mantenimiento de las máquinas. No pagaron impuestos sobre las
exportaciones e importaciones, ni tasas comunales o derechos de
aduana. Las maquilas no hacen uso de las materias primas nacionales
porque importan todos los insumos, desde el hilo hasta los botones.
Y tampoco transmiten conocimientos y tecnología porque la industria
del vestido, en esta etapa, no requiere de tecnologías avanzadas,
según el estudio de Oxfam Bélgica.
El
trabajo femenino
El
componente mayoritario de la fuerza laboral de las maquilas es
femenino. En México, en 1996, las mujeres conformaban el 58% del
personal no especializado, y en Centroamérica el porcentaje era más
alto, alcanzando hasta el 95% en el caso de Panamá. Los empresarios
de las maquilas prefieren mujeres jóvenes (de 15 años a 25 años),
sin hijos, sin experiencia laboral y no embarazadas (En México y El
Salvador les exigen certificados de no gravidez, y el embarazo
constituye causa de despido inmediato). Para ellos, la mano femenina
debe ser “dócil, disciplinada y paciente”, con destrezas para
realizar determinado tipo de tareas que son extensión de las tareas
domésticas y otras que se les ha “inculcado a través de los procesos
de socialización”, según señala el estudio “El fenómeno maquilador
en México y Honduras” de la Confederación Mundial del Trabajo, CMT.
Más
allá de estas consideraciones, sin embargo, se encuentran razones de
orden pragmático: el trabajo femenino aporta mayores ganancias a los
empresarios pues reciben salarios inferiores a los de los hombres,
incluso cuando realizan idénticas tareas. En Honduras hay un total
de 174 empresas que emplean unas 110.000 personas. Las mujeres, por
lo general, sufren acoso sexual, son sometidas a insultos y
vejaciones e incluso a castigos corporales cuando no cumplen con las
cuotas de producción. Las largas jornadas de pie, el estrés
relacionado con el trabajo, la mala ventilación de los locales y la
retención prolongada de la orina les provocan problemas de salud
como vómitos, sinusitis y alergias.
¿Dónde
están los beneficios?
“Las
industrias maquiladoras no solamente dejan mujeres enfermas o
exhaustas sino además todos los tóxicos de este tipo de industrias”,
afirma Alejandro Villamar, integrante de la Red Mexicana de Acción
frente al Libre Comercio.” No existe infraestructura ambiental, la
mayoría de las empresas no reporta ni cumplen con su obligación de
regresar todos los deshechos tóxicos a su lugar de origen, y
entonces, los afectados no solamente son los trabajadores que están
en la maquila sino toda la comunidad, incluyendo los niños y los
viejos. El norte de la República tiene los índices más altos en
cuanto a niños que nacen sin cerebro, o con espina bífida o con
cánceres en diferentes partes del cuerpo”, enfatiza.
El
enemigo # 1
Para
las plantas maquiladoras el enemigo irreconciliable es el
sindicalismo. Su ausencia les permite maximizar las ganancias a
costa de la precariedad de la fuerza laboral. Por ello, reprimen las
actividades sindicales y elaboran “listas de no recomendables” en
las que incluyen a los activistas. Cuando se forman sindicatos que
piden mejores condiciones de trabajo, los “inversionistas” amenazan
con cerrar la fábrica y marcharse a otro país. En Guatemala, las
maquiladoras emplean a unos 80.000 trabajadores/as. Aunque la
violencia en las maquiladoras ha disminuido, existen informes según
los cuales los dueños de las fábricas y los empleadores contratan
matones y pistoleros para intimidar a los trabajadores, señala el
informe de 2000 sobre violaciones de los derechos sindicales, de la
Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres,
CIOSL.
Rodeado por alambres de púas y custodiada por guardias armados la
zona franca industrial Las Mercedes, en Nicaragua, reúne a 19
fábricas taiwanesas, norteamericanas y coreanas. En 1997 se abrió
allí una oficina del Ministerio de Trabajo y se han formado algunos
sindicatos. Sin embargo, estos encuentran grandes obstáculos para
desplegar sus labores pues frecuentemente se amenaza y despide a los
dirigentes.
En
San Salvador, en donde hay unos/as cien mil trabajadores/as en unas
225 empresas maquiladoras, la situación es parecida. La oficina del
Defensor del Pueblo informó que más de una tercera parte de las
trabajadoras declararon haber sido maltratadas, más de un tercio
amenazadas, el 3% golpeadas y el 3% acosadas sexualmente. En
República Dominicana las violaciones de los derechos laborales son
constantes. Para evitar correr con los costos de antigüedad,
vacaciones y aguinaldos se despide a las trabajadoras antes de fin
de año y se las recontrata pocas semanas después.
¿Cuáles son las salidas?
Las
condiciones inhumanas de trabajo que imperan en las maquilas
alarmaron a organizaciones civiles del Canadá, Estados Unidos,
Europa y Australia que han lanzado, en los últimos años, campañas
para exigir a las empresas “productos ecológicos y socialmente
correctos”.
Las
transnacionales, para lavar su mala imagen, adoptaron códigos de
conducta elaborados por ellas mismas y a veces con el asesoramientos
de ONG´s. Grandes transnacionales de ropa, como Levis y Gap, y de
calzado, como Reebok y Nike, incluyeron en sus códigos aspectos
relacionados con salud y seguridad en el trabajo, discriminación,
trabajo infantil, niveles de salarios y trabajo forzado. Muchos de
estos códigos, sin embargo, no mencionan ni siquiera los convenios y
declaraciones sobre derechos laborales de la OIT y otros
instrumentos de derechos humanos. De otro lado, muy pocos reconocen
la libertad sindical. Un primer problema con los códigos de conducta
es que hay una gran distancia entre la letra de los textos y su
cumplimiento. En segundo lugar, está el problema del control. Las
transnacionales contratan a sus propias empresas auditoras para que
realicen el control en materia ambiental y laboral, y
excepcionalmente admiten el monitoreo de redes independientes de la
sociedad civil. En estos procesos siempre hay un gran ausente: los
trabajadores de la misma empresa. Organismos de derechos humanos
opinan que las transnacionales y sus subsidiarias no pueden ser
“zonas de no derecho”, es decir exoneradas de la normatividad
nacional e internacional que en cambio sí rige para los Estados.
Como personas jurídicas, las transnacionales y sus dirigentes deben
estar sujetos a las “normas vigentes de fuerza obligatoria (pactos,
convenios, etc.), ya porque son vinculantes o porque forman del jus
cogens (normas imperativas de aplicación universal) en materia de
derechos humanos en general, de derechos civiles y políticos y de
derechos económicos, sociales y culturales”, escribe el abogado
Alejandro Teitelbaum, representante en Ginebra de la Asociación
Americana de Juristas, en el artículo “El encuadramiento jurídico de
las actividades de las empresas transnacionales”.
Diario La Juventud
Uruguay
11
de octubre de 2001 |