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Los
“beneficios”
de
las maquilas |
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Nuevos
despidos y abusos laborales
en las
maquilas latinoamericanas |
El pasado 11 de octubre
último cinco trabajadores de la maquiladora mexicana
California Connection fueron despedidos. La empresa no
oculta el motivo: son trabajadores conflictivos. Es decir,
pertenecen a un sindicato independiente y se movilizan para luchar
por sus derechos. Este caso no constituye una excepción. Las
condiciones de trabajo en las maquilas de América Latina
(concentradas sobre todo en el área de Centroamérica y el Caribe)
violan de forma sistemática los derechos básicos de sus
trabajadores: jornadas interminables, sueldos míseros,
ausencia de seguridad, falta de protección ante materias peligrosas,
eliminación de cualquier derecho laboral, abusos físicos y
sexuales... Si hay cualquier tipo de queja el
obrero es despedido. El derecho a organizarse no existe más allá de
las asociaciones solidaristas creadas y dirigidas por las empresas.
Si un obrero se afilia a un sindicato independiente se le
asignan tareas más duras o es directamente despedido. Las listas
negras de trabajadores "conflictivos" circulan entre los
propietarios de las maquilas. Si a pesar de esta represión
un sindicato adquiere importancia, sus afiliados son despedidos para
evitar que la organización alcance el porcentaje de trabajadores
necesario para negociar el convenio colectivo. Si por fin las
condiciones no son las más convenientes para la obtención del máximo
beneficio por parte de la maquila, ésta se traslada a otra región o
país.
La situación empeora en el
caso de las mujeres. El 87 por ciento del empleo en las
maquilas es femenino. La mayoría tienen entre 16 y 30 años.
Las jornadas dobles, los despidos en caso de embarazo, los abusos
sexuales, la violación sistemática de la intimidad o la exigencia
-previa a la firma del contrato- de un test de embarazo son
circunstancias generalizadas.
El ejemplo de Guatemala es
significativo. Según Human Rights Watch en el año
2000 había 250 maquilas que daban trabajo a 80.000 personas.
De entre ellas, el 80 por ciento eran mujeres y el 12 por ciento
tenía menos de 16 años. Según la Organización Internacional
del Trabajo (OIT) la situación está hoy lejos de mejorar. Además, a
la discriminación de género se une la discriminación racial que
sufren las mujeres indígenas. Y aún así, en muchos casos, la maquila
es considerada como una forma de "liberación" respecto al ámbito
familiar o al trabajo doméstico donde los abusos son, si cabe, más
graves y los derechos de las mujeres aún más reducidos.
Los acuerdos internacionales
(Convenio para la Eliminación de cualquier Forma de
Discriminación contra la Mujer -CEFDM- o
el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos,
entre otros) no se aplican y los gobiernos carecen de los medios,
pero sobre todo de la voluntad necesaria para luchar contra estas
condiciones de explotación.
Sin embargo, la mayoría de
los Estados con maquilas en su territorio alaban la capacidad de
estas formas de producción para generar empleo, activar la economía
y aumentar las inversiones directas y las exportaciones. Pero esto
no es sino un espejismo. Los empleos son precarios y en pésimas
condiciones; además, la mayor parte de las exportaciones son
productos que se han importado para su elaboración final (por
ejemplo, camisas que llegan a la maquila elaboradas y a las que sólo
hay que poner los botones). Es decir, se crea una balanza comercial
ficticia que no responde en ningún caso a la realidad. Por otro
lado, no existe una transferencia de tecnología a los países
receptores de estas industrias y -salvo contadas excepciones- las
materias primas son importadas. Por ejemplo, en México, paraíso de
las maquiladoras, sólo un 2 por ciento de materias utilizadas
proviene del propio país. Por último, la inversión directa es mínima
y los impuestos escasos o inexistentes.
¿Dónde está entonces el
beneficio de las maquilas? La lógica del máximo beneficio por encima
de cualquier otra cuestión ha llevado a una deslocalización de las
grandes industrias. Las nuevas tecnologías de producción permiten
eliminar el inventario y los stocks y adaptar la producción a la
demanda diaria. La productividad y el aumento del beneficio son los
únicos objetivos. Un dato: a finales de los noventa la
empresa norteamericana GAP vendía sus camisas a un precio 134 veces
superior al salario que cobraba una obrera de El Salvador por
elaborarlas.
Resultado final: el
trabajador se convierte en una mercancía más, desechable e
intercambiable, y los derechos humanos y laborales quedan en nada,
como mucho simples declaraciones de buenas intenciones sacrificadas
en el altar de los enormes beneficios de las grandes
multinacionales.
Autor:
Juan
Carlos Galindo
Agencia de
Información Solidaria
brot32@yahoo.es
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