Desde el año 1999, cada 25 de noviembre se “celebra” el Día Internacional contra la Violencia Doméstica. Se instauró en esta fecha recordando el asesinato (en el año 1960) de tres hermanas dominicanas cuyo delito fue reivindicar los derechos de las mujeres bajo la dictadura de Leonidas Trujillo: Patria, Minerva y María Teresa Miraval.
Según estimaciones del Fondo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM), cada diez minutos muere una mujer de forma violenta, lo que hace un total de 53.000 al año (sin incluir los muchos países que no aportan cifras). Se calcula que a lo largo de la historia son más de sesenta millones las mujeres que han muerto a manos de hombres. A este número habría que añadir las mujeres que no resisten los malos tratos psicológicos y acaban suicidándose, cifra que no entra en el global de las maltratadas.
En España, en lo que va de año, han sido 87 las mujeres que han perdido la vida a manos de sus parejas o ex compañeros, una cifra muy superior a los asesinados por el grupo terrorista ETA. Pero mientras que las autoridades españolas sí actúan contra el terrorismo nacionalista, no lo hacen contra el terrorismo de género. Muestra de ello son las 13 denuncias que interpuso una mujer contra su marido sin que nadie le tomara declaración hasta que al final acaeció lo esperado: su asesinato. Ahora, el juez Gonzalo de Dios Hoyo tiene abierta una serie de diligencias en las que se le imputa una falta muy grave por desatención a la víctima, por retraso injustificado en la tramitación de la causa y por inactividad procesal. Su verdadero delito, ser cómplice de un asesinato.
En la presentación del informe “Ni un minuto más: Poner fin a la violencia contra las mujeres” la directora del UNIFEM, Noeleen Heyzen, destacó que “debemos hacer de la erradicación de la violencia contra las mujeres una prioridad importante a nivel mundial”. También denunció los escasos, por no decir nulos, recursos financieros que dispone este organismo para hacer frente a la violencia doméstica.
Pero las muertes son sólo la punta del iceberg. El silencio de cada mujer asesinada da voz a los millones que sufren de forma diaria malos tratos. Las portadas de los periódicos reflejan los asesinatos, pero no las palizas, los insultos o las violaciones, otras formas de violencia hacia las mujeres. Según la Fiscalía de México D.F., se producen 82 violaciones cada día en el país, la mayoría de ellas sin denuncia. En Estados Unidos, cada nueve segundos se produce una agresión física a una mujer por parte de su compañero.
Una defensa para la mujer es la cota de independencia que ha ido adquiriendo con el paso del tiempo. Las mujeres trabajadoras sin dependencia económica de los maridos sufren menos malos tratos. Así lo expone el Banco Interamericano de Desarrollo con Nicaragua como escenario: el 41% de las mujeres no asalariadas sufren malos tratos, mientras que el porcentaje de mujeres trabajadoras maltratadas es de un 10%.
El índice de mujeres maltratadas aumenta cada año. Algunos intrépidos se han aventurado a decir que es un fenómeno nuevo, algo que no sucedía en el pasado. La diferencia estriba en que antes sólo había silencio; ninguna mujer denunciaba a su marido por miedo y, las que morían, lo hacían por “accidentes domésticos”. Ahora han roto esa barrera y se atreven a declarar su situación, sin encontrar respuesta adecuada de los sistemas políticos y judiciales.
Terminar con los malos tratos sobre las mujeres no radica únicamente en establecer una ley integral que sepa controlar los primeros brotes violentos de los hombres. Hay que actuar desde la base con políticas educativas que desarrollen la igualdad entre hombres y mujeres así como equiparar el acceso a la propiedad, a un trabajo digno y a las mismas oportunidades sin tener en cuenta la diferencia de sexo.
Christian Sellés Agencia de Información Solidaria |
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