URUGUAY
Cosechadores
de naranja de Salto
Cuando la vida cuelga
del cuello
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Los
trabajadores de la naranja hacen su trabajo en condiciones
medievales y por un salario de hambre. En esta zona del
Uruguay no llegan los convenios, los derechos laborales, ni
siquiera la Constitución de la República. En ese marco, el
sindicato SUDORA
desarrolla una tarea remarcable. La siguiente es una de
otras muchas historias que tristemente se podrían contar
acerca de los cosechadores de la naranja en Uruguay.
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Santos Tabárez tiene 56 años
y hace más de 40 que trabaja "en la naranja". El sábado 17 de agosto
estaba cosechando en una quinta de la firma Guarino,
sosteniendo con el cuello la bolsa naranjera con más de 100 kilos de
fruta como lo hace habitualmente. "Venía caminando, tropecé y
caí", recuerda. Sus compañeros más próximos saben que ese no es
un accidente banal cuando se lleva tanto peso encima, así que
detuvieron sus tareas y lo ayudaron a levantarse. Santos vació el
contenido de su bolsa después de pesarlo y, aunque sentía un fuerte
dolor en el cuello, siguió trabajando. El domingo descansó. De
hecho, durmió casi toda la jornada porque se sentía muy cansado. Al
día siguiente, lunes 19, volvió a su trabajo, pero en la tarde
cuando regresó a su casa, le dolían la espalda, los hombros, el
cuello. Los siguientes tres días permaneció inactivo sin poder
levantarse de la cama. Finalmente hizo un esfuerzo y con la ayuda de
un vecino pudo acudir al médico, quien le diagnosticó un
"problema muscular". "Me dio una pastilla y me dijo que en
tres o cuatro días volviera a trabajar". No quedó conforme, y
fue a ver a otro médico de la misma institución, quien le recetó una
placa del cuello y luego lo derivó al Sanatorio Uruguay,
considerando que se trataba de un accidente de trabajo y que por lo
tanto el Banco de Seguros del Estado debía responsabilizarse del
caso. En ese sanatorio le hicieron otra radiografía, le prescribieron
relajantes musculares, aplicaciones de lámpara infrarroja y masajes
localizados en la parte alta de la espalda y el cuello.
"Ahí fue que me jodí más
–dice Tabárez-, porque andaba caminando de un lado para el otro y,
además, después de las aplicaciones con la lámpara quedaba peor,
porque sentía que me quemaba por dentro". Sintiéndose realmente
morir, consultó a otro médico, quien revisó todo el caso y le dio
pase urgente al sanatorio del Banco de Seguros en Montevideo.
Después de permanecer dos días allí internado, el Banco le comunicó
que no lo admitiría ya que habían pasado más de 72 horas desde su
caída. No le dieron asistencia porque consideraron que no se trataba
de un accidente laboral. Tabárez fue derivado al CASMU, donde se le
practicaron diversos estudios. Una tomografía descartó que tuviese
una fractura cervical, sin embargo confirmó que había desarrollado
una profunda infección que estaba probablemente afectando al propio
tejido óseo de sus vértebras. Los médicos decidieron operarlo,
encontraron que la infección había disuelto parte de una vértebra,
por lo que tuvieron que extraerle un pequeño trozo de hueso de la
cadera e injertárselo en las cervicales.
Según los médicos, es
imposible saber cuál fue la causa concreta que provocó la infección
y no es probable que la caída la haya provocado. Sin embargo,
aceptaron que el trabajo de Tabárez lo obliga a usar intensamente
esa parte de su cuerpo, que soporta un enorme peso durante horas
cada día y que eso puede provocar un desgaste intenso y prematuro de
esas vértebras generando
predisposición a una infección. Este
razonamiento, acotaron, no deja de ser una hipótesis de difícil comprobación, como también lo sería negar que la camisa naranjera
tuvo que ver en la enfermedad de Tabárez. En realidad lo que queda
al descubierto es el escaso estudio de casos concretos de
trabajadores de la naranja afectados por enfermedades o daños en la
salud que puedan ser relacionados con sus penosas condiciones de
trabajo.
Julio Quinteros, compañero
de Tabárez en el trabajo y en el sindicato SUDORA,
lo asiste desde hace más de dos meses. Quinteros se desplazó desde
Salto, la ciudad donde residen, hasta Montevideo para ayudar al
compañero enfermo. De hecho, se ha internado junto a Tabárez
y gracias a la solidaridad de los funcionarios y empleados de la
institución de asistencia médica tiene un lugar decoroso para dormir
y hasta una alimentación correcta. El se ha ocupado de todos los
trámites administrativos, de reunir la documentación, de hablar con
los médicos y de ser el enlace de Tabárez con su familia, el
sindicato y la Rel-UITA, que ha seguido este caso de muy cerca.
Quinteros relata que a los
cosechadores de naranja se les paga actualmente 3 pesos (14 centavos
de dólar) por cajón de 40 kilos. Se gana por el total de naranja
cosechada y por lo tanto se trabaja a la mayor velocidad posible.
Como la fruta se exporta, el horario de trabajo es corto ya que es
necesario procesar la cosecha en el mismo día. La jornada comienza a
las 9 o 10 de la mañana y termina a las 3 o cuatro de la tarde. El
máximo que se puede ganar en un día es 80 pesos (poco más de 3
dólares), eso si "se anda rápido, con chispa". Tabárez lo
sabe bien: "Nosotros siempre andamos ligero. Nos juntamos un
grupo de seis y trabajamos juntos, nos ayudamos". No sólo hay
que despegar la naranja del árbol con un gesto preciso, sin
"arrancar", también hay que saber seleccionarla por el tamaño
de la fruta, su color, su madurez general. Los camiones y
transportes en los cuales se traslada a los trabajadores, su ropa,
sus zapatos y la camisa naranjera son fumigados con un producto
químico para prevenir infecciones en los cultivares. En numerosas
oportunidades los trabajadores han reclamado que se les informe el
nombre del producto, pero las empresas se niegan a hacerlo. "Lo
único que sabemos –dice Quinteros- es que tiene un olor
feísimo. En algunas empresas se usa el bolso que se puede colgar
lateralmente y que no llega a contener 40 kilos. El sistema de la
camisa frontal es más antiguo, cada cual se la tiene que comprar y
sale 300 pesos la más chica. Dos por tres hay que cambiar la camisa
porque los remedios esos que ponen las pudren enseguida". No
sabe cuáles son los problemas de salud más comunes que padece su
gremio y lo explica diciendo que "Nosotros nos concentramos en
trabajar lo más que se puede para llevar la plata para la familia.
No nos dejan pensar mucho. Uno llega cansado del trabajo a su casa,
come algo y se acuesta a dormir y al otro día se sale temprano a
conseguir el jornal nuevamente. Así todos los días. Es una historia
repetida." Ahora las fumigaciones aéreas se han hecho más
excepcionales, pero "se cura con unas máquinas gigantes que
pasan entre los árboles y en cada pasada fumigan cuatro hileras de
plantas. Si la cuadrilla debe cosechar un cuadro recién fumigado se
entra igual con la planta todavía mojada."
Tabárez espera poder
regresar al trabajo en un par de meses, aunque no sabe si recuperará
completamente sus capacidades físicas. En verdad, nadie lo sabe.
Qué dice el
Convenio 184
El Convenio 184, Seguridad y
Salud en la Agricultura, de la Organización Internacional del
Trabajo (OIT), establece en su Artículo 11, inciso 2, que:
"No deberá exigirse o permitirse a ningún trabajador que manipule o
transporte manualmente una carga que, debido a su peso o a su
naturaleza, pueda poner en peligro su seguridad o su salud".
En cuanto a la fumigación de
la ropa y los elementos de trabajo de los cosechadores de naranja,
es obvio que se trata de una práctica abusiva, violadora de todos
los convenios vigentes sobre seguridad laboral, hasta es posible que
se trate de una transgresión de otro código rector de las sociedades
modernas: el Código Penal.
Autor:
Carlos
Amorín
©
Rel-UITA
19-11-02 |