Movida orgánica en Maldonado
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La tierra es de quienes
la trabajan
Más de mil
personas han comenzado a labrar la tierra en Maldonado a
partir de la confluencia de cuatro energías complementarias:
un docente, un veterinario con vocación social, un
comunicador y un agricultor. Carlos Corujo es el
veterinario, Carlos Repetto el comunicador, Nelson Rodríguez
el docente y Francisco García el agricultor
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Nelson Rodríguez, director de la Escuela
Técnica (UTU) Agrimensor Julio Rubio, de Pan de Azúcar, además ingeniero
agrónomo durante 25 años director de escuelas agrarias, el año pasado
quiso hacer la experiencia de iniciar un curso de huerta
extracurricular. Nuevo en la ciudad, recurrió a sus recientes conocidos
para que lo ayudasen a encontrar un profesor adecuado. El doctor Corujo
fue el intermediario, y recordó que Francisco participaba una vez por
semana en el programa radial que anima Repetto en rbc del Este (am
1210), con quien hablaban alto y claro del agro nacional y de técnicas
tradicionales de cultivo. Fue así que García empezó a impartir un curso
de huerta orgánica en la utu, que para sorpresa de todos, rápidamente
contó con decenas de alumnos. Este año el curso en la utu convoca aun
más alumnos que el anterior, e incluso se comienza a pensar en la
formación de una cooperativa de producción entre quienes participan y/o
participaron en él. Rodríguez insiste en que se debe resaltar el aporte
“totalmente honorario del señor Francisco, sin cuya colaboración
entusiasta esto no hubiese sido posible”.
En la escuela rural número 45, de Playa Verde,
los niños saben que están haciendo “una huerta orgánica”, que se
diferencia de las que no lo son “porque nosotros no usamos químicos,
porque son malos para nosotros y para las plantas”. Muchos de ellos
afirman que en sus casas hay huertas, en general atendidas por los
abuelos o las abuelas. Lechugas, acelgas, rabanitos, son algunos de los
rubros que recuerdan, y aseguran unánimemente que entienden todo lo que
“el maestro Francisco” les explica. La directora y maestra de primero,
segundo y tercero, Elena Torres, y la maestra de cuarto, quinto y sexto,
Silvia Brusco, están satisfechas de haber iniciado hace ocho meses el
trabajo de la huerta con los niños, así como un programa de plantación
de árboles autóctonos y otro de reconocimiento de plantas medicinales y
yuyos en general. Han cocinado y degustado tortillas de lengua de vaca y
de ortiga, por ejemplo. Pero lo esencial es que la huerta “da
posibilidades de desarrollar todo el programa, así que es bueno para los
niños y para la escuela. Esperamos que con el tiempo más y más niños
puedan seguir trabajando en huertas en sus casas”. Según Torres, la
escuela debería ser considerada como de contexto crítico porque muchos
de los niños presentan comportamientos que corresponden a esa
definición, y porque provienen de sectores sociales muy castigados.
Ambas notan que los niños más chicos tienen más entusiasmo con las
tareas vinculadas al cuidado del ambiente, aunque piensan que el año que
viene también los más grandes comenzarán a mostrar cambios.
“El trabajo con los niños tiene varios
aspectos, el del propio alumno, claro, pero también el papel
multiplicador que él puede tener con sus padres”, explica Torres. “Claro
–agrega Brusco–, quién sabe cuántos padres podrían cultivar alimentos
que hoy no pueden comprar, y aún no se les ocurre, o no se animan.” Los
padres de esta zona respondieron al llamado de la escuela y muchos se
integraron al trabajo de la huerta junto con sus hijos. En esa misma
zona se formó un grupo de adultos que Francisco guía hacia el cultivo
orgánico. Algunos son padres de alumnos de esta escuela.
Hoy, la directora y la maestra dicen querer
quedarse aquí varios años para poder desarrollar más el trabajo
iniciado, alentadas por la respuesta de los padres y de las
posibilidades pedagógicas de los programas que están desarrollando.
Milton Casales y Claudia Negrete viven sobre la
ladera norte del Cerro de los Burros, de cara a la Sierra de las Ánimas.
Llegar hasta allí, actualmente la última frontera monte adentro, exige
unos 15 minutos de caminata a campo traviesa, algo dificultosa después
de la lluvia porque el agua baja lentamente desde el cerro convirtiendo
el suelo en un verdadero bañado.
Milton y Claudia se instalaron en ese paraje
idílico intentando concretar un cambio de vida que incluyera la
autosustentación. “Sin darnos cuenta –dice Milton– nos estábamos
preparando para lo que se vino ahora. Todavía no logramos producir todo
lo que necesitamos, pero lo estamos intentando. De a poco vamos
mejorando. Empezamos hace cinco años, y el año pasado nos concentramos
sobre todo en la producción de semilla orgánica, lo que perjudicó un
poco la parte de los alimentos. Eso sí, comemos todo lo que cosechamos.”
Ahora están reordenando la huerta, “y con la ayuda de Francisco este año
pienso que vamos a andar bien. Él ha sido una gran bendición para esta
tierra”.
Milton y Claudia practican algunos ritos
guaraníes referidos a la relación con la tierra y la conservación de las
semillas. “Hace 12.900 años hubo grupos indígenas que habitaron este
paraje, y nosotros, modestamente, estamos tratando de rescatar algo de
lo que ellos tenían. Estamos vinculados a grupos que están trayendo las
tradiciones guaraníes al Uruguay, y de alguna manera es también la
memoria de este país. Para ellos la tierra, el trabajo, lo espiritual
forman parte de un todo cuyo eje es el maíz. Esto que tenemos acá –dice
señalando un círculo cerrado con piques y cañas– es un maety, que es un
diseño de plantación para conservación de las semillas que los guaraníes
practican desde hace 13 mil años.”
Fabiana Danta es médica y edila suplente de
Cabildo 2000 (ep-fa). Hace varios meses presentó ante la Junta
Departamental un proyecto de reglamentación de los diversos aspectos
vinculados a la producción y consumo de alimentos orgánicos, y así lo
fundamenta: “El proyecto de reglamentación de la producción orgánica
surgió hace dos años porque muchos planteaban que tenían dificultades
para comercializar sus productos, a pesar de que cumplían con todos los
requisitos que exigen las certificadoras uruguayas. En el momento de
vender encontraban que aparecía un montón de competidores que vendían
como orgánicos productos que no lo eran. En Maldonado había pocos
productores orgánicos, así que primero pensamos en incentivar su
crecimiento, pero eso coincidió con el agravamiento de la situación
económica general y con el crecimiento explosivo de la cantidad de gente
haciendo huertas en el departamento. De los primeros cursos en la utu se
saltó a otros en Pan de Azúcar, de ahí a Piriápolis, Maldonado, San
Carlos... Lo que nos propusimos, entonces, fue presentar un proyecto en
la Junta Departamental para estimular y proteger la producción orgánica
en el departamento. Quizás, si esto surge desde la periferia hacia el
centro, se vaya logrando que las propuestas que ya existen a nivel
nacional se muevan del Ministerio de Ganadería y Agricultura.
Creemos, además, que la agricultura orgánica
emplearía mucho más mano de obra y aportaría muchos más beneficios al
país y a la población que la forestación, por lo cual, como mínimo,
debería recibir los mismos beneficios.
En este momento, el proyecto está en la
Comisión de Agro de la Junta Departamental”.
La escuela rural número 44, Petrona Fontes de
Bonilla, está situada en la ruta 93, quilómetro 105, en un paraje
llamado Rincón de Olivera, y atiende a 50 niños con dos maestras. La
directora, Serrana Correa, estima que aunque la escuela se denomina
rural, en realidad la mayor parte de sus alumnos proviene de un
asentamiento situado en las inmediaciones de la Laguna del Sauce,
formado por familias recientemente instaladas en la zona y procedentes
de medios urbanos pauperizados, especialmente de Maldonado, pero también
de Lavalleja, Florida, Durazno y otros.
Esta distancia física entre el lugar donde
viven muchos alumnos y la escuela influye, asegura Correa, para que la
integración de los padres con las tareas y propuestas de la escuela sea
débil. “También influye para eso que la gente está muy desmotivada,
aplastada por las dificultades económicas”, agrega.
Correa proviene ella misma del medio rural
donde pasó su infancia, y “llevo el proyecto de huerta a todas las
escuelas rurales donde voy, porque eso nos da la posibilidad de trabajar
mucho en los aspectos curriculares, desde ciencias naturales hasta las
matemáticas, cálculo, lenguaje y otros. Antes trabajábamos con huerta
tradicional, pero desde hace unos cinco años, con la ayuda de Francisco,
empezamos con la huerta orgánica, no sólo en lo teórico sino en lo
práctico, porque él viene religiosamente todos los viernes. Este año,
por suerte, pudimos terminar de construir un invernáculo con la ayuda de
algunos vecinos que donaron madera y trabajaron, y de la Fundación
Logros que donó el polietileno y la cinta para riego que aún no pudimos
instalar. Lo que hemos producido en la quinta a campo lo comemos a
mediodía, del invernáculo aún no cosechamos. Tenemos habas, arvejas,
algunas lechugas, si hay muchas se reparten a los niños. También
tratamos de que se lleven almácigos, a ver si la idea va prendiendo en
cada casa, porque donde está la gente más carenciada ahora se están
haciendo huertas como una solución alimentaria”.
Para Correa, el trabajo en la huerta “es un
excelente vehículo pedagógico porque facilita el desarrollo del programa
escolar, motiva mucho a los niños, les encanta e interesa porque sienten
que es algo de ellos, y todo aquello que los involucre emocionalmente
les hará obtener mejores resultados. Favorece la cooperación, la
relación entre pares porque se tienen que ayudar, y siempre aprovechamos
para señalar qué suerte tenemos de que otro haga lo que nosotros no
podemos”.
En el jardín de infantes público de Pan de
Azúcar, que atiende a 123 niños con cuatro maestras y dos auxiliares, su
directora, Verónica Asunción, relata que Francisco acudió a su llamado y
empezó a trabajar con los más chiquitos haciendo compost y preparando
una futura cama alta donde plantará los almácigos que ya tienen hechos
con los niños. “Los niños se entusiasman con lo práctico –dice–, y
nuestra intención es lograr llegar a fin de año con algún producto
nuestro, para cosecharlo con ellos y hacer una comidita, aunque sea
totalmente simbólico, pero que ellos puedan seguir todo el proceso desde
la planta al plato. En eso estamos, aunque vamos un poco atrasados.”
Francisco no “trabaja” más de 20 minutos con
los chiquitos porque se dispersan y pierden interés.
A pesar del viento frío que soplaba esa mañana,
reunidos junto al compost que usarán para colocar en la futura cama
alta, y con la ayuda de la maestra, los niños repasaron los
conocimientos adquiridos. A los 3 y 4 años ya conocen el efecto del jugo
húmico, de la materia orgánica y del sol en las plantas.
La experiencia comenzó con las mujeres del
barrio movilizadas para conseguir un lugar donde organizar un merendero
de emergencia para sus propios hijos. Acudieron a Irma Fernández y
Gerardo Icat, los propietarios de la chacra Asclepio de las Sierras,
situada a dos quilómetros de las casas prefabricadas del barrio La
Estación, en Pan de Azúcar, desde donde proviene la gran mayoría de los
niños. Fernández e Icat accedieron a prestar algunas instalaciones de la
chacra a cambio de que se le fueran haciendo algunas reparaciones.
Cuando eso estuvo acordado, los hombres acudieron para poner ventanas,
tapar agujeros, reparar lo imprescindible. José Noble y Ruber Santos
relataron la experiencia del grupo. El merendero está funcionando desde
hace cuatro meses e involucra a 40 adultos y a otros tantos niños. Desde
entonces los hombres plantearon su voluntad de aprovechar la tierra
improductiva de la chacra haciendo una huerta para obtener alimentos y
complementar así la dieta del grupo entero. En este momento trabajan
permanentemente ocho adultos hombres, las mujeres y los niños llegan a
mediodía y todos se quedan hasta las seis de la tarde. Cuando hay tareas
grandes en la huerta como desmalezar y otras, participan todos los que
pueden. “Como no tenemos trabajo –explican–, lo que hacemos es venirnos
para acá y hacer algo. Si somos cuatro, somos cuatro, si somos ocho,
somos ocho, y así nos organizamos, si falta alguien tampoco hay
problema. La producción la repartimos en partes iguales, pero no entre
los que trabajamos solamente, sino entre todos los que venimos al
merendero, porque el que viene es porque lo necesita. Normalmente se les
da leche y pan o tortas fritas o lo que haya para los chiquilines, y
cuando se consigue se hace una comida para todos los que venimos.
Nosotros queremos hacer un granja con una quinta orgánica. Entre todos
tenemos alguna vaca, cabras, caballos, chanchos, gallinas, conejos,
gansos, patos...”
El puntapié técnico inicial lo recibieron de
Francisco. “Todo lo que él nos dice se nos graba en la cabeza y después
lo hacemos. Las decisiones las tomamos entre todos, conversamos, qué te
parece si hacemos así o asá, y nos ponemos de acuerdo y lo hacemos.
Vamos probando, ayudados con García que viene todas las semanas. Quien
alguna vez haya trabajado en huerta convencional, una vez que empiece
con la orgánica no va a querer cambiar, porque con el sistema de cama
alta la tierra se mueve cada cuatro o cinco años. Además, no gastamos en
ningún químico, todo lo preparamos nosotros, sencillo, está todo ahí, en
el campo, no sale un mango. Lo que más tratamos es que los gurises
aprendan esto junto con nosotros, porque si nuestros padres –que hoy ya
no están y algunos que trabajaron toda la vida en el campo– hubiesen
aprendido esto que estamos haciendo, nosotros no seríamos pobres, todos
tendríamos para comer.”
En Cerros Azules, Juan Batista, ex alumno de
García en los cursos de la utu de Pan de Azúcar, puso su predio a
disposición de los vecinos que se interesaran en desarrollar una quinta
con fines de autosustento alimentario. Al mismo tiempo, planteó que su
preferencia era desarrollar un trabajo que tuviese algún sentido
comunitario. Hasta ahora seis familias se han sumado a la iniciativa, y
algunos ya están tomando cursos para aprender cómo hacer conservas
naturales. Algunos dicen que muchos vecinos miran la idea con simpatía,
pero esperan a que las cosas hayan comenzado para acercarse. “No hay
capataces, no hay líderes, nadie manda a nadie –dicen frente al primer
cuadro arado–, simplemente venimos y nos distribuimos las tareas, que
siempre son más de lo que podemos hacer. No en vano empezamos el 25 de
agosto, día de la independencia.”
En la actualidad, Francisco imparte un curso de
huerta en el Centro Comunal de Cerros Azules, adonde llega gente de
Gregorio Aznárez, Canelones, Bella Vista y Las Flores, en total unas 45
personas.
Carlos Amorín
Rel-UITA
/ BRECHA / Comunidad del Sur
27 de setiembre de 2002
*Francisco
García es el hilo conductor de esta experiencia social fernandina. En
los días en que se hicieron estas entrevistas había comenzado el primer
curso en San Carlos, a cuya primera clase asistieron 125 personas
desbordando completamente las instalaciones previstas.
Francisco es un
docente intuitivo, y sobre todo creíble. La gente encuentra en él un
saber tamizado por la práctica, por la experiencia de haber analizado
fracasos y aciertos, por la perplejidad modesta ante lo que se ignora.
Sus alumnos reconocen en Francisco a otro como ellos, aunque un poco más
avanzado. Es el pueblo en el pueblo
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