España
Derechos laborales:
Entre la resistencia y
la claudicación |
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El
desempleo ha alcanzado niveles sin precedentes en el mundo. Los
estudios de la Organización Internacional de Trabajo (OIT) son
contundentes: "La situación mundial del empleo se está deteriorando
a pasos agigantados", afirma su director, Juan Somavia.
En su último
informe, "Tendencias mundiales del empleo", publicado el pasado 24
de enero, la OIT desvela que el número de personas desempleadas en
el mundo ha aumentado en 20 millones desde 2000, situándose en
180 millones en la actualidad. Socialmente, los más afectados
son las mujeres y los jóvenes, y geográficamente, América Latina
y el Caribe son los más perjudicados con una tasa de desempleo de un
10%. En Argentina, sólo en 2002, el desempleo aumentó un 20%.
Tampoco los países más ricos han salido indemnes. EE.UU. ha pasado
de un 4,8% en 2001, a un 5,6% en 2002. La Unión Europea ha sufrido
numerosas oscilaciones, pero finalmente parece que el desempleo está
ganando la partida situándose en un 7,6%. En Asia, los países cuyas
economías dependen en gran parte de la industria de las tecnologías
de la información han visto aumentar también los niveles de
desempleo. En el continente africano el sida está mermando de forma
desgarradora una gran parte de la población, especialmente, la
franja laboralmente activa:
24 millones de trabajadores
africanos morirán de sida en tan sólo 20 años. Otro
aspecto que impide el desarrollo es la llamada "fuga de cerebros"
que despoja al continente de sus ciudadanos más valiosos, cuyos
conocimientos revierten al final en los países del Norte donde
emigran.
Pero el
desempleo no es el único signo de retroceso en el ámbito laboral. La
precariedad y la degeneración de las condiciones de trabajo están
alcanzando niveles extremos.
A finales de 2002, 550
millones de trabajadores sobrevivían con menos de un dólar al día.
"El número récord de desempleados en todo el mundo es preocupante,
pero todavía lo es más el empeoramiento de las condiciones de
trabajo en la economía informal de los países en desarrollo donde se
está recrudeciendo la lucha para sobrevivir con salarios de
miseria", afirma Juan Somavia. La explotación laboral, el trabajo
infantil (250 millones de niños y niñas en todo el mundo) e,
incluso, situaciones de semiesclavitud son realidades abrumadoras.
La falta de escrúpulos de las multinacionales y la desidia de los
gobiernos a la hora de legislar tienen mucho que ver en esto.
Jornadas laborales interminables, condiciones de trabajo
infrahumanas, amenazas, míseros salarios,... son algunas de las
prácticas ejercidas por esas mismas multinacionales (o empresas
subsidiarias que ellas contratan) que luego desarrollan campañas de
marketing para mostrarnos lo agradecidos que tenemos que estar por
el bienestar que aportan a la humanidad.
En los países ricos la
realidad laboral tampoco es un paisaje alentador. Las victorias de
los partidos conservadores y las sucesivas claudicaciones de los
gobiernos socialistas, socialdemócratas o laboristas, han confluido
en una evidente pérdida de garantías y prestaciones sociales
conquistadas hace décadas. Todo ello en pos de economías 'más
competitivas'. Las tendencias empresariales de los últimos años,
acuñadas en un léxico tan biensonante como 'flexibilización laboral'
o 'desregularización', en vez de convertirse en
fuente de empleo
-como sostenían sus promotores- han provocado un incremento de la
precariedad laboral y, sobre todo, un detrimento en la calidad del
empleo: contratos temporales, salarios más bajos, abaratamiento del
despido, jornadas superiores a las 40 horas semanales y sumisión de
los trabajadores. Pero si el desempleo ha aumentado y las
prestaciones sociales han empeorado, ¿quién ha salido beneficiado?.
Sólo hay que echar un ojo a las ganancias de algunas multinacionales
en los últimos años. Como siempre, los beneficios se privatizan y
las pérdidas se socializan. La minoría privilegiada empresarial y
financiera se ha aprendido muy bien la lección y ha sabido convencer
a la mayoría de que lo que es bueno para ella también es bueno
para todos.
Para la OIT el
crecimiento económico es necesario para revertir los niveles de
desempleo, pero no es suficiente. La organización señala
imprescindible reducir las barreras arancelarias de los países ricos
a los productos del Sur y potenciar políticas que garanticen la
creación de empleo decente y productivo, en condiciones de libertad
y dignidad. Además, es necesaria la ampliación de la cobertura
social para que alcance a todos los desempleados. "Mal que les pese
a los retóricos del alarmismo, la protección social es viable a la
larga, incluso en las formas supuestamente onerosas que se
encuentran en la mayoría de los países avanzados". Juan Somavia lo
deja claro. La protección social no es un regalo del Estado, es un
derecho y, además, un derecho rentable: "Es viable porque es
indispensable para todos, pero también porque es productiva a largo
plazo". La contundencia de la OIT contrasta con la desidia de los
gobiernos a la hora de cumplir sus recomendaciones. Es propio de los
gobiernos hacer oídos sordos a lo que cuentan los expertos de
Naciones Unidas y de los organismos encargados de velar por el
bienestar social. Ojalá cumplieran los consejos de estas
organizaciones con el mismo interés con el que obedecen los
preceptos de la OMC o del FMI. Sin embargo, más bien utilizan sus
recomendaciones para hacer lo contrario. De hecho, en la década de
los 90 casi todos los países ricos redujeron la protección
dispensada por sus sistemas de prestaciones de desempleo. Además, se
han endurecido los criterios de elegibilidad y se ha recortado la
cantidad y la duración de la prestación. Por si fuera poco, se está
sometiendo al desempleado a un proceso de criminalización. Hay
peligrosas ideas que calan en la opinión pública: "el que vive en la
calle es porque quiere", "la mujer que es maltratada algo habrá
hecho", "los inmigrantes son delincuentes". Ahora se añade que "el
desempleado es un vago o un incompetente, y una rémora para el
Estado". La tendencia a criminalizar a las víctimas se está
convirtiendo en un tópico.
En
España, a pesar de que una huelga general logró frenar la reforma
del desempleo impulsada por el gobierno de Aznar -conocida como "El
Decretazo"-, se ha pretendido presentar al desempleado como un
ciudadano que defrauda al Estado o que se aprovecha de las
prestaciones sociales. Aunque el desempleo es el primer problema del
país según los propios españoles, el gobierno sigue con su campaña
de combatir a los desempleados en vez de combatir al desempleo,
igual que hay quienes luchan contra los pobres, alegando que
combaten la pobreza. El nivel de exigencia del Estado al desempleado
es cada vez mayor, mientras que las prestaciones que éstos reciben
de lo público son cada vez peores. La relación es desproporcionada.
Los estudios de la OIT muestran con transparencia el deterioro del
empleo en el mundo. Los datos y las evidencias han dejado a los
dogmas neoliberales al desnudo. Y ahora, aquéllos que los
defendieron hasta el extremo, no saben cómo taparse sus vergüenzas.
Aún así, los voceros del sistema siguen justificando lo
injustificable y lavándose las manos sobre sus propios fracasos. La
culpa siempre la tienen los otros. Mientras tanto, continúa la
reivindicación de los derechos laborales en una fase histórica
que tiene mucho de 'resistencia' pues ni siquiera se lucha por
aumentar derechos y prestaciones, sino simplemente por no perder las
garantías adquiridas hace décadas. Exigir el cumplimiento de los
derechos laborales es una obligación de todos los trabajadores:
cuando alguien claudica, perdemos todos.
Marta
Caravantes
Convenio
Rel-UITA - Agencia de Información Solidaria (AIS)
España, febrero del 2003.
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