Eliminando tierra enterrándola

Wimpy, el desaparecido maestro del humor uruguayo, hace años contaba el caso de un campesino que excavó un pozo en su finca y, lógicamente, le sobró una cantidad de tierra. Pensando qué hacer con ella, decidió excavar otro pozo para enterrarla. El resultado fue que llenó la finca de pozos, mientras el montón de tierra cada vez era más grande.

Décadas después, la historia del campesino que Wimpy narraba para entretener y divertir a la gente, seguramente contribuyó a formular la política agropecuaria que las compañías transnacionales, a través de distintos organismos internacionales y gobiernos cómplices o sometidos, están empecinadas en llevar adelante. Veamos el extraordinario parecido entre la lógica del campesino de la historia, con las actuales “recetas”.

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 Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) para acabar con el hambre harían falta, entre otras cosas, incrementar la productividad agrícola, elevar los ingresos de las comunidades rurales y garantizar que los países en desarrollo participen equitativamente en el comercio mundial. Razonamiento que coincide con el del campesino del cuento.

 La realidad es otra: El problema del hambre no pasa por la falta de alimentos, su origen está en la injusta distribución de los mismos, algo que el actual modelo económico no puede corregir. Claro, es importante que los países en desarrollo participen equitativamente en el comercio mundial pero, previamente es imprescindible si verdaderamente se pretende combatir el hambre, que sus habitantes participen equitativamente en la distribución de los alimentos que en su país se producen.

 Por otro lado, la mayoría de los seres humanos que padecen hambre se encuentran en el campo y se origina por un lado, en la sobreproducción (el caso del banano, por ejemplo) y por otro, en la caída vertiginosa de los precios de los productos agrícolas. Como los asesores de la FAO nunca leyeron a Wimpy, no consideran que un aumento de la productividad traerá como consecuencia todavía menores precios y no perciben que con ese resultado, será imposible elevar los ingresos de las comunidades rurales.

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Luego de varios años de investigaciones un equipo de científicos de la Universidad de Cambridge, logró duplicar el ritmo de crecimiento de una planta de tabaco. Para ello utilizaron genes de ciertas malezas, las que transmitieron al tabaco su capacidad de rápido crecimiento. Ahora, los científicos están procurando utilizar esta técnica en otras variedades, con el fin de acortar los ciclos productivos de los cultivos.

Como experimento es interesante y muestra que la ciencia puede lograr muchas cosas ... totalmente inútiles. ¿Qué resultado tendrá el obtener dos o tres cosechas al año en lugar de una? Seguramente un aumento en las ganancias de ciertas compañías, un menor precio de los productos agrícolas como consecuencia del incremento de la producción y más hambre para quienes producen esas cosechas.

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En el World Economic and Social Survey 2000, publicado por las Naciones Unidas (aclaramos que solamente hemos leído comentarios periodísticos sobre el mismo) se asegura que la mayoría de la gente pobre vive en el campo y que, entre el 70% y 95% de la fuerza de trabajo de los países en desarrollo, trabaja en la agricultura. Más adelante, señala que si se fortalece el sector agrícola, podrían descender los precios de los alimentos y mejorar la nutrición y la productividad laboral. Otra vez el mismo razonamiento, sólo que esta vez se presume que si los trabajadores están mejor nutridos, aumentará su productividad, es decir, excavarán más rápidamente pozos para enterrar tierra.

Además, el documento señala que la productividad de los pequeños propietarios o arrendatarios de tierras es mucho mayor que el de los grandes terratenientes, por lo cual para éstos es más rentable vender la tierra o alquilarla, que contratar personal para explotarla. Si sus autores abandonaran sus escritorios y viajaran, por ejemplo a Guatemala, encontrarían que este modelo ya es aplicado por las grandes transnacionales bananeras. Las compañías arriendan sus tierras a los llamados “productores independientes”, que a su vez han descubierto que resulta más rentable contratar al personal a través de terceros o subcontratistas. Y estos subcontratistas son distintas razones sociales (dos o más pueden pertenecer a una misma persona) y el número de trabajadores que emplean nunca supera los 30, casualmente el número mínimo de trabajadores que el Código de Trabajo exige para constituir un sindicato. Es indudable que el sistema ha logrado abaratar costos y que algunas compañías se estén convirtiendo en “virtuales” (venden banano sin poseer ninguna plantación y sin ocupar ningún trabajador agrícola en forma directa) pero esto no ha logrado corregir la pobreza en que viven los trabajadores bananeros, al contrario, su situación ha empeorado.

Es claro que alguien tendría que haberle recomendado al campesino de Wimpy que la solución de su problema pasaba por modificar el sistema mediante el cual pretendía resolverlo. En igual forma, hay que comenzar a admitir que el modelo que se le impone a los pequeños campesinos y a los asalariados rurales es inviable y, además, enormemente perverso, pues cuanto más se produce más se pierde.

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No son entonces los expertos quienes habrán de solucionar la situación existente en el campo. El problema es político y, necesariamente, requiere de soluciones políticas, las cuales no habrán de producirse sin una gran presión de la ciudadanía, comenzando por los trabajadores organizados.

Para finalizar y como homenaje a Wimpy, una muestra del humor popular:

Cierto campesino estaba pastoreando sus ovejas cuando a su lado paró un automóvil último modelo del cual descendió un hombre muy bien vestido que le dijo: 

¿Sabe usted cuántas ovejas posee?

- La verdad que no.

¿Quiere usted saberlo?

- Bueno.

El hombre sacó un laptop, efectuó sus cálculos y le dijo:

Usted posee 58 ovejas.

- Gracias.

¡Nada de gracias! Usted debe retribuirme por mi trabajo y en pago me llevo esta oveja.

- ¿Si yo adivino su profesión, me devuelve la oveja?

Aceptado.

- Usted es un experto.

¿Cómo lo supo?

- Por tres motivos: Primero, vino sin que lo llamara; segundo, me dio información que yo no necesito cobrándome por ello y, tercero, usted se quiere llevar a mi perro.

En esas manos estamos.

Autor: Enildo Iglesias

Nuestro agradecimiento

a Ariel Celiberti por sus

comentarios y humor

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