Por primera vez se
comprobó experimentalmente que el ADN transgénico ingerido en alimentos se puede
recombinar en el estómago y el intestino humanos, transfiriendo a las bacterias
de la flora intestinal propiedades de las plantas transgénicas, como por ejemplo
la resistencia a antibióticos. Esto quiere decir que al ingerir alimentos
transgénicos podemos estar adquiriendo inmunidad frente a diferentes
antibióticos. Y lamentablemente no lo sabremos hasta el momento de tener una
enfermedad y que el antibiótico que nos receten ya no nos haga efecto.
Para hacer un organismo transgénico
hay que transferir, además del gen elegido, por ejemplo resistencia a
herbicidas, un gen promotor -en general proveniente de un virus- y un gen
"terminador" -proveniente de bacterias o virus-. Como la operación es muy
inexacta, para saber si se efectuó la transgénesis se agrega también un gen
"marcador". Este marcador es en muchos casos un gen que confiere resistencia a
un antibiótico. Realizada la transferencia de todo el constructo, se cultivan
las células modificadas, agregando un antibiótico. Las que no mueren son
transgénicas. Este marcador sigue presente en todo el proceso de crecimiento de
la planta y en los alimentos que se elaboren posteriormente con ésta.
La transferencia de ADN transgénico a
las bacterias del intestino en animales ya se había comprobado experimentalmente
en varias otras oportunidades, por ejemplo el año pasado en ganado alimentado
con forraje transgénico en la Universidad Agrícola de Wageningen, en Holanda, y
por el doctor Kaatz de Alemania, en abejas que lo adquirieron por el polen de
plantas transgénicas. Además, activistas y científicos responsables alertaron de
este riesgo desde muchos años antes.
Sin embargo, esta es la primera vez
que se hace un estudio basado en experiencias con humanos. Estas se hicieron en
la Universidad de Newcastle, en el contexto de un proyecto de la Agencia de
Estándares Alimentarios del Reino Unido, a su vez comisionada por el Ministerio
de Agricultura, Pesca y Alimentación de ese país. La universidad realizó el
estudio con 19 voluntarios, siete de los cuales habían sufrido una colostomía,
es decir, les fue extraído el colon por razones médicas. A estas personas les
dieron a comer una hamburguesa que contenía soya transgénica -común, de las que
se encuentran en el supermercado- y un vaso de leche malteada, también con soya
transgénica agregada. Luego analizaron las materias fecales y el contenido de
las bolsas de colostomía. En el caso de las bolsas, "para su sorpresa"
encontraron "una proporción relativamente alta de ADN transgénico que había
sobrevivido el pasaje a través del intestino delgado". No lo encontraron en las
pruebas de las personas con el intestino completo. Para comprobar si se había
dado una transferencia al intestino, tomaron bacterias de las bolsas de
colostomía y las cultivaron, comprobando que en tres de las siete muestras las
bacterias habían adquirido resistencia a herbicidas, propiedad contenida en la
soya transgénica. Los responsables del estudio, al no encontrar bacterias
modificadas en las personas con el intestino completo, concluyeron que el ADN
transgénico se habían degradado en ese último pasaje. Una conclusión que fue
cuestionada por varios científicos en Inglaterra que consideraron que la
metodología de detección no fue adecuada, y más aún a la luz de que sí se han
encontrado bacterias modificadas en el colon de otros mamíferos.
Según el doctor Michael Antonio,
genetista molecular de la King's College Medical School, entrevistado por The
Guardian, "esto ha demostrado claramente que se puede transferir ADN transgénico
de plantas a las bacterias intestinales. Todos decían que eso era imposible".
Agregó que aunque la metodología tuvo muchas fallas, no quita la enorme
relevancia de los hallazgos que hicieron. "Quiere decir que uno puede tener
genes marcadores con resistencia a antibióticos en su aparato digestivo, que
pueden comprometer la resistencia a antibióticos del cuerpo. Y han mostrado que
esto puede suceder en niveles muy bajos, luego de una sola comida."
La resistencia a antibióticos es
actualmente un problema muy grave, según la Organización Mundial de la Salud, ya
que la proliferación del uso de éstos ha llevado a generar bacterias cada vez
más resistentes, e incluso a volver patógenas -capaces de provocar enfermedad- a
bacterias que no lo eran. Dado que los marcadores de resistencia a antibióticos
ya despertaban mucha desconfianza anteriormente, varias de las empresas que
producen transgénicos han dicho que no los seguirían usando, lo cual hasta ahora
no se ha cumplido. Monsanto, que vende más de 90 por ciento de las semillas
transgénicas comercializadas en el mundo, recibió en 2001 una nueva patente que
cubre prácticamente todos los métodos de hacer plantas modificadas que utilicen
marcadores con resistencia a antibióticos.
Todas las empresas multinacionales,
incluyendo a la mexicana Pulsar/Savia/Seminis, a las cuales se les ha aprobado
liberación en campo o experiencias con transgénicos han usado y/o usan este tipo
de marcadores. Se han aplicado a maíz, tomate, canola, soya, papa, algodón,
calabacita y papaya, entre otros. También instituciones de investigación, como
el Cinvestav, lo utilizan en papa y tomate. Pueden estar presentes tanto en las
tortillas como en los tomates, además de en la enorme cantidad de productos que
contienen soya que comemos cada día, y para peor, también en la tierra de los
campesinos, voluntaria o involuntariamente.
¿Será necesario un Chernobyl genético
-que quizá ya está ocurriendo con la contaminación transgénica del maíz criollo
en México- para que las pocas empresas multinacionales que lucran con los
transgénicos y los muchos gobiernos que las protegen dejen de jugar con la salud
de todos?
Autora:
Silvia
Ribeiro
Investigadora del Grupo ETC
La
Jornada. México,
27 de julio. |