Jerry Rosman cría cerdos en Shelby,
Estados Unidos, desde hace más de 30 años. Hace dos años los partos de sus
animales disminuyeron hasta llegar a 20 por ciento de las crías que obtenía
antes con sus 200 cerdas. Rosman empezó controlando posibles enfermedades, luego
condiciones ambientales, calidad del alimento, rutinas de seguimiento de los
embarazos. De octubre de 2000 a agosto de 2001 supervisó personalmente todos los
embarazos: las cerdas seguían el ciclo normal, las pruebas de laboratorio
indicaban embarazos, pero sólo 20 por ciento llegaba a término, el resto ni
abortaba ni paría, el embarazo desaparecía. Las cerdas volvían a entrar en celo
y el proceso de los seudoembarazos se repetía.
Los
niveles de estrógeno daban normales en pruebas realizadas en la Universidad de
Missouri. Los análisis de laboratorio de sangre y tejidos no indicaban ninguna
de las enfermedades conocidas. Finalmente decidió sacrificar parte de sus
animales. Las autopsias mostraron que no tenían embarazos reales, sino solamente
líquido. Entonces Rosman oyó que otro criador también estaba sacrificando a sus
animales por razones similares. Pronto averiguó que cuatro criadores, en un
radio aproximado de 10 kilómetros, sufrían el mismo problema, aunque tenían
métodos de crianza diferentes y cerdos distintos genéticamente. Al comparar con
los otros productores afectados, encontró una constante: todos alimentaban a sus
cerdos con maíz transgénico, del tipo Bt (manipulado genéticamente insertándole
el gen de la toxina de la bacteria Bacillus thuringiensis para hacerlos
insecticidas).
Las
pruebas de laboratorio revelaron que el maíz tenía altos niveles de moho
provocado por dos cepas del hongo Fusarium. Aunque los técnicos consultados
afirmaron que no había una relación conocida de causa-efecto para que el maíz
transgénico produjera los seudoembarazos, uno de los productores decidió cambiar
a otro tipo de maíz, y sus cerdos se recuperaron, volviendo a la producción
normal de crías.
El caso
fue publicado en el Iowa Farm Bureau Spokesman (4 de mayo de 2002), lo que dio
origen a que Rosman recibiera numerosas llamadas identificando por lo menos a
otros 12 productores con problemas similares. Las llamadas vienen principalmente
de productores pequeños, que producen su propio grano. Rosman piensa que por el
hecho de que él plantara 100 por ciento de este tipo de maíz y se lo diera a 100
por ciento de su población de cerdos, mostró el problema con tanta claridad.
Cree que puede ser el caso de muchos otros productores que aún no lo han
diagnosticado. Rosman lleva gastados cerca de 7 mil dólares en análisis
realizados por cinco reconocidos laboratorios estatales y universitarios.
Gary
Munkvold, un fitopatólogo de la Universidad estatal de Iowa, comentó que por la
amplitud de las pruebas que hizo Rosman para eliminar otras causas de los
seudoembarazos, y el hecho de que con el cambio de alimento desaparecieron los
síntomas, se puede suponer que están en la pista correcta al creer que el maíz
Bt fue la causa. Sin embargo, dijo, en estudios realizados en laboratorio, el
maíz Bt generalmente ha mostrado menor frecuencia de contaminación con Fusarium
que el maíz convencional. Según Munkvald, esto se debe a que el maíz Bt no
sufriría los ataques del barrenador europeo del maíz, situación que favorece las
infecciones de Fusarium.
No hay
todavía una explicación científica de lo que está sucediendo. Ninguna de las
instancias que aprueban transgénicos en Estados Unidos lo hubiera podido prever,
ya que no requieren pruebas en condiciones reales de producción, y lo que se ve
en un laboratorio es muy limitado con respecto a las variables que se encuentran
luego en el ambiente real y en condiciones de producción verdaderas.
Los
niveles de incertidumbre sobre los efectos ambientales y la salud de los
transgénicos son altos, y los únicos que ganan con esto son un puñado de
empresas trasnacionales que monopolizan las semillas transgénicas y quieren
recuperar rápidamente sus inversiones, sin importarles qué consecuencias puedan
tener sobre la gente, los animales y el ambiente. Para ellas se discuten las
leyes de bioseguridad y se elaboran normas que aseguran la legalidad, pero no la
seguridad. Por si fuera poco, los transgénicos desplazan -por contaminación o
mercadeo- otras alternativas de producción probadas, culturalmente apropiadas y
seguras para la salud y el ambiente.
Es muy
probable que el maíz criollo de México se haya contaminado con grano transgénico
del tipo Bt, ya que es uno de los tipos más comunes en el mercado. Seguramente
también está presente en los granos que entran por importación o ayuda
alimentaria a países de América Central y de Sudamérica.
Si los
campesinos lo plantan en la ignorancia de que es transgénico están contaminando
sus propias variedades con efectos inciertos. Y si se los dan a su ganado o lo
estamos comiendo en procesados de maíz, tal como es el destino declarado por los
países receptores del grano... ¿podría ser aún peor? Quizá en cierto tiempo los
científicos puedan explicar el caso de Rosman. A costa de los consumidores, los
productores y su ganado, a quienes nos usan como "cochinillos" de indias
gratuitos de la industria biotecnológica.
Autora:
Silvia
Ribeiro
Investigadora del Grupo ETC
Publicado en La Jornada,
México 15/06/2002 |