Transgénicos

 
 

La Argentina,

y el corralito de la soja transgénica

 

El proceso de Globalización le impuso a la Argentina en los años 90 un modelo de producción de transgénicos y de exportación de forrajes. Las consecuencias son fáciles de advertir, excepto para la inepta y corrompida dirigencia política. Inmensos territorios vaciados de sus poblaciones rurales, cientos de pueblos en estado de extinción, cuatrocientos mil pequeños productores arruinados y muchos más endeudados con los bancos debido a la incorporación de nuevos paquetes tecnológicos con gran dependencia a insumos, semillas OGMs, herbicidas de Monsanto y carísimas maquinarias de siembra directa.

El mercado impuso las reglas impiadosas del productivismo, la principal de ellas fue la necesidad constante de disminuir costos para competir y poder sobrevivir. Los Fondos de Inversión aportaron los recursos financieros para la implementación de los nuevos monocultivos de soja RR en una escala gigantesca, a la vez que hicieron posible la mayor transferencia de tierras de la historia del país. La concentración de campos y la expulsión de poblaciones sintetizan así el modelo neocolonial impuesto por el proceso globalizador.

Los emigrados del campo conformaron nuevos e inmensos cinturones de pobreza urbana, y descubrieron en la ciudad el festival de las importaciones baratas en simultáneo con el creciente desempleo producido por el cierre masivo de las empresas industriales.

El predominio de visiones urbanas sin arraigo cultural y reverenciales de tecnologías y de modelos simiescos de progreso en los países centrales, colaboró asimismo de manera eficaz en mantener invisibles las causas últimas de la creciente crisis: el rol que nos fuera asignado de país exportador de commodities y una agricultura sin agricultores subsidiada por Monsanto para la producción masiva de transgénicos.

Pero la emergencia alimentaria y el desplome de la clase política barrieron a partir de finales del 2001 con todas las construcciones de domesticación y amenazaron con estallidos sociales descontrolados. De hecho, en el nuevo modelo neocolonial impuesto, la Argentina no tiene capacidad de alimentar a su propia población. Los restos del Estado en disolución se atrincheraron en el aparato represivo pero aun así no lograron impedir que el movimiento popular de protesta se manifestara con crecientes y extendidas movilizaciones.

En medio de la catástrofe, cuando muchos creyeron ver en los saqueos y en las manifestaciones populares las condiciones prerrevolucionarias que anticipan cambios radicales, las empresas de biotecnología y sus personeros en el campo de la producción, de la ciencia y en especial de los medios, imaginaron proyectos asistencialistas planificados con criterios de apagafuegos. Nacieron así en los años 2001/2002 los planes de Soja Solidaria que se basaron en la donación por parte de los productores de un kilo de soja por tonelada exportada y que proponen a la soja como panacea capaz de reemplazar a todos los alimentos tradicionales ahora fuera de la capacidad de compra de la mayoría de la población.

Para este Plan de Soja Solidaria la cultura devino en un obstáculo declarado que se hace preciso remover para que puedan ser incorporados los nuevos hábitos alimentarios que se nos proponen. Miles de cursos rápidos de cocina formaron y continúan formando y adoctrinando a los nuevos discípulos que predican en las zonas castigadas por el hambre la buena nueva de Monsanto y de Cargill, la soja forrajera y transgénica como panacea alimentaria de los argentinos. Miles de comedores para indigentes y especialmente escuelas y merenderos infantiles son abastecidos con regulares donaciones de soja. Una campaña ensordecedora aplasta toda crítica y toda duda, mientras el gobierno tanto como la oposición, los piqueteros radicalizados al igual que las organizaciones religiosas, incorporan los nuevos hábitos alimentarios. La Argentina se transforma ahora sí definitivamente en país laboratorio.

A lo largo de este último año anunciamos como GRR el genocidio alimentario llevado adelante por los grandes productores y exportadores de Soja y alentado por las complicidades, la ignorancia y la estupidez de la dirigencia política argentina, así como por la indiferencia y la visión estrecha del progresismo y gran parte de la izquierda nativa. Los hechos hoy dan razón a todas nuestras anticipaciones y además las exceden. Más de dos tercios de la población infantil argentina sufre de anemias y carencias de hierro, sin embargo una buena parte de ellos son alimentados con las mal llamadas leches de soja que carecen de calcio y de hierro y que inhiben la asimilación del calcio y del hierro de otros alimentos. Los niños muertos por desnutrición se extienden como estadística por la creciente geografía de la indigencia argentina, acompañando a los monocultivos y a la distribución de la soja como nuevo alimento de una clientela cautiva por el hambre.

También se extienden las nuevas enfermedades y malformaciones que acompañan a los nuevos hábitos alimentarios: mamas generalizadas en varones y hembras, hipotiroidismo a edades tempranas, osteoporosis en adolescentes, pubertades anticipadas y menarcas en niñas de siete y ocho años, enfermedades inflamatorias intestinales, crecientes alergias, anormalidades inmunológicas y en el timo. Vastas zonas de las provincias del interior no conocen otro alimento más que la soja. Los gobiernos provinciales ayudan a instalar las “vacas mecánicas” donadas por los exportadores, maquinarias que facilitan la cocción de la legumbre. Plantas procesadoras se instalan en diversos sitios con inversiones millonarias en dólares para producir leches y subproductos de la soja. La Iglesia avala también estos proyectos sin mayor cautela y a pesar de las advertencias del Vaticano frente a la biotecnología, y CARITAS su organización social para la distribución de ayuda y de comedores para pobres, se suma entusiasta a la distribución de las sojas OGMs. Una extendida penetración de las transnacionales en los medios periodísticos, en las Universidades y en los círculos de investigación y de extensión, acalla toda crítica y orquesta las complicidades. Las estadísticas del hambre y las crecientes muertes por desnutrición ocultan el rol de las sojas de Monsanto y de Cargill.

El mundo mientras tanto observa el estallido del modelo neoliberal en la Argentina y sus consecuencias en la creciente fuerza de las movilizaciones sociales que aspiran a desplazar a una dirigencia política corrupta. Lamentablemente, poco se advierte el modelo de monocultivos y. el rol impuesto de país exportador de forrajes como causa de la catástrofe. Menos aún se visualiza la transformación de la Argentina en extraordinario país laboratorio de la ingesta masiva de sojas transgénicas.

Hace 26 años comenzó con el golpe militar y el terrorismo de estado un proceso de genocidio y destrucción del tejido social que aún no se ha detenido. El cambio importante ocurrido hace un año es que se hicieron pedazos los mecanismos del miedo y de la sumisión. La Argentina es ahora un hervidero de luchas y de proyectos sociales, de organización de los desempleados en los asentamientos, de asambleas en los barrios y de nuevos espacios plurales que imponen la participación de los ciudadanos en la vida pública. Sin embargo, no somos ni seremos el país que alguna vez fuimos. Más de una generación fue destrozada en los años de plomo, desapareció o fue condenada al silencio y a la emigración. Nace del cataclismo y de la emergencia actual una Argentina diferente cuyos rasgos son todavía una gran incógnita por develarse. Una Argentina que carece de proyectos de conjunto pero que fragmenta su energía tumultuosa en miles de proyectos pequeños y locales que se esfuerzan por construir entre ellos relaciones horizontales.

La catástrofe que vivimos esta sin embargo preñada de esperanzas. Nuestra emergencia desesperada es una frontera de la globalización y también de la crisis interna de la mayor multinacional de las semillas. Si se cae el modelo argentino de monocultivos de soja, es muy posible que la crisis arrastre a la transnacional Monsanto, si se cae Monsanto cambian las relaciones del comercio mundial alimentario y quizá también los paradigmas de la producción agrícola en el mundo. Si se modificaran los modelos agrícolas extensivos basados en los paradigmas de la Revolución Verde y de la Revolución Biotecnológica que hoy expresan un puñado de transnacionales, la humanidad podría hallar una esperanza de vida por encima de las terribles acechanzas actuales del cambio climático y de la destrucción de los recursos no renovables. Todo el entramado del modelo de explotación en la Argentina tiene bases frágiles, y ellas son el hambre como consecuencia de los monocultivos y el infanticidio por ingesta de sojas.

Si esto fuera comprendido y aceptado por los innumerables amigos de la Argentina en el mundo, quizá muchas cosas comenzarían a cambiar, entre ellas el que podamos convertir a la Soberanía Alimentaria en un instrumento poderoso de reconstrucción.

Autor:

Jorge Eduardo Rulli

Grupo de Reflexión Rural (GRR) 

rtierra@infovia.com.ar

17.02.03

 

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