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Eduardo Galeano y las biotecnologías (VI)

Una perspectiva ambiental

Daniel Panario*

El uso de vegetales genéticamente modificados en agricultura. Afortunadamente los artículos de Julio Fernández y Carlos Amorín publicados en la pasada edición de BRECHA (páginas 18-19) ubican la discusión en los términos que corresponden a un tema de tal trascendencia.

Lamentablemente en Uruguay quienes no tienen buenos argumentos tienden a estimular la polarización de la discusión, y de esta polarización no surge la verdad (siempre provisoria, claro) sino la radicalización ciega. En esas condiciones preferimos abstenernos, estamos cansados de que nos etiqueten ante cada debate sobre temas ambientales.

En la Facultad de Ciencias nos dimos un espacio para el debate a nivel académico con amplia participación de científicos de la región. La cautela fue la posición mayoritaria. Sin embargo, ha quedado en claro que en ese ámbito no todos nos expresamos con igual franqueza. Los debates internos aún continúan.

La presente fue mi contribución desde un no especialista en biotecnología. En el debate posterior no recibí argumentos que ameritaran rever mi posición en torno al tema.

La perspectiva ambiental es necesariamente compleja, y debe integrar aspectos tanto sociales como económicos, culturales, éticos, psicológicos, demográficos y hasta geopolíticos con aspectos del medio biofísico como los suelos, la biodiversidad y el funcionamiento de los agroecosistemas.

En este marco habremos de referirnos solamente a aquellos aspectos de la introducción de organismos genéticamente modificados que consideramos particularmente importantes para nuestra realidad, no sin antes hacer alguna precisión en relación con la terminología que invariablemente acompaña el discurso de los científicos en relación con el tema que nos ocupa, así como con la responsabilidad que nos cabe como formadores de opinión en el uso que se haga de este nuevo descubrimiento de las ciencias biológicas. En efecto, está claro que cuando los gobiernos toman decisiones y cuando los parlamentos establecen normas sobre estos temas lo hacen con el asesoramiento de la comunidad científica (demasiadas veces con el de los científicos vinculados a las empresas más que el de los vinculados a la comunidad académica).

También está claro ya que los científicos no podemos más alegar inocencia cuando de los descubrimientos surgen efectos negativos sobre la salud, la calidad de vida o el medio biofísico; ya hace mucho que comimos la fruta del árbol del conocimiento, del bien y del mal... Si de nuestros descubrimientos se pueden prever consecuencias negativas debemos decírselo claramente a la sociedad, o seguiremos alimentando una imagen sórdida del científico. Y lo que es peor, seremos cómplices de las malas consecuencias que de estos descubrimientos puedan devenir.

Para que los científicos podamos jugar el rol que nos corresponde debemos hablar con la terminología correcta desde una perspectiva científica. Entonces, no es lícito hablar de temores. Los científicos hablamos de riesgos. Los riesgos se pueden acotar y hasta en algunos casos cuantificar estadísticamente. En el diccionario, "temor" es definido como "pasión del ánimo, sentimiento instintivo que hace huir o rehusar las cosas presuntamente dañosas o peligrosas", luego agrega: "presunción o sospecha, recelo de un daño futuro". En tanto "riesgo" está definido como "contingencia o proximidad de un daño".

Si hablamos de temores, una de dos: o estamos descalificando la idea de que existe riesgo, o al contrario, si son los especialistas los que tienen temores, se impone una moratoria, pues ello quiere decir que no saben ni siquiera la magnitud del riesgo; temor es lo que tuvieron quienes lanzaron la primera bomba atómica, sin certeza de si la reacción en cadena tendería a amortiguarse o por el contrario se multiplicaría exponencialmente.

Yo soy de los que creen que la técnica de la ingeniería genética vino para quedarse, en la medida en que la investigación básica continúe y tengamos transparencia en el discurso. De lo contrario puede suceder lo mismo que ocurrió con la irradiación de alimentos. Cuando yo era estudiante se nos decía que estaba destinada a ser el método de conservación de alimentos de las próximas décadas. Eso no fue así, porque la gente sospechó que, tras un discurso poco claro, algo se ocultaba y rechazó el procedimiento.

Se le querían hacer pasar bajo el discurso de "átomos para la paz", átomos para la guerra, y eso anuló la técnica. Por aquel entonces no se sabía que además producía radicales libres, porque éstos eran desconocidos en la época. Por supuesto que se intentó derivar su uso hacia países pobres pero allí también fracasó, y pienso sinceramente que esa manera de pensar era algo racista.

En relación con los organismos genéticamente modificados, es claro que no hay unanimidad, ni siquiera entre especialistas. Prueba de ello es que el Consejo de la Facultad de Ciencias, a sugerencia mía, votó hace más de un año la solicitud a los especialistas de que hicieran un informe que tendiera a esclarecer a la comunidad científica de no especialistas y a la opinión pública en general, cuál era el riesgo que se asumía liberando al ambiente estos organismos. La respuesta ha demorado hasta el presente. Espero que de esta reunión salga la información requerida y la podamos trasladar a quienes deben elegir con conocimiento qué camino habrá de tomar el país en el tema.

Hecha esta aclaración, paso a referirme a algunos de los efectos ambientales que creo pueden tener los organismos genéticamente modificados y con ese sentido amplio al que el tema nos obliga, pero sólo podré abarcar aquellos que me resultan más relevantes, aun sabiendo que quizás pase por alto algo que pueda ser fundamental en el futuro.

Estos temas son: seguridad alimentaria, efectos económicos, efectos sobre la salud humana, efectos sobre los agroecosistemas y sobre los sistemas naturales.

Efectos sobre la seguridad alimentaria y la economía campesina. En realidad, esta problemática no se restringe exclusivamente al uso de organismos genéticamente modificados, sino que es el resultado de un modelo de agricultura que con los transgénicos alcanza su máxima expresión.

Nosotros creemos que el gran trabajo biotecnológico fue la domesticación de especies silvestres, y este trabajo se hizo hace miles de años, fundamentalmente en Asia y América. Incluso en nuestro país, nuestro laboratorio** ha encontrado evidencias de agricultura presumiblemente de una antigüedad mayor a 4.000 años. A partir de ese momento la "biotecnología primitiva" siguió un largo camino de selección que aumentó constantemente la diversidad de cultivares adaptados a diferentes medios y culturas, generando miles de variedades; el banco genético sobre el que trabajan las multinacionales hoy.

Sin embargo, como no todos los cultivos se adaptan a las tecnologías de la revolución verde, cada vez más personas dependen de menos cultivos de menor diversidad. Los bancos de germoplasma no garantizan la preservación de la diversidad. Para que ésta se preserve se requiere reproducir la semilla en suficiente cantidad, en un medio diverso, y adaptándose a un clima que cambia. El agricultor campesino suele ser inducido por el mercado a cambiar su semilla. Nadie le paga por conservar la diversidad. El trabajo de los fitogenetistas del actual modelo de agricultura ha sido fundamentalmente el de crear variedades que puedan utilizar más nitrógeno, y de esa manera lo que se ha logrado -en la medida en que el nitrógeno se obtiene fundamentalmente sobre la base de gran consumo de energía- es transformar petróleo en alimento a partir de un curioso y poco eficiente proceso mediado por la fotosíntesis y con la consecuencia poco alentadora de la contaminación de napas, incremento en los gases de efecto invernadero, destrucción de la capa de ozono y el aumento de la vulnerabilidad a desastres ambientales o naturales.

Hace mucho que sabemos que el bulk es más estable en sus rendimientos que la variedad, ésta más que los híbridos y los híbridos más que el clon. A lo anterior debemos agregar que las empresas biotecnológicas ganan con la escala y se reparten los mercados, con lo cual, de mantenerse las tendencias, dependeremos de un único individuo clonado en muchos cultivos. Por lo tanto las nuevas tecnologías nos hacen progresivamente más vulnerables a los avatares del tiempo y de las plagas. Pero no debemos confundirnos: esta vulnerabilidad no es igualitaria. Son los países pobres los que pueden quedar sujetos a hambrunas, sus empresarios sujetos a quiebras y los campesinos al hambre y la marginación; los países que nos venden esta tecnología subsidian a sus productores y pueden comprar los alimentos faltantes. Hay ya bastantes ejemplos de situaciones como las descritas y anteriores a la clonación, pero pocos más significativos que el intento de la Monsanto con el gen denominado Terminator, que esteriliza el grano para que el productor -una vez que abandona su propia semilla- quede totalmente dependiente de la empresa. El fracaso de esta propuesta no significa que no exista la posibilidad de hacerlo de manera incluso más sutil.

A estos efectos deberíamos agregar los que se producen sobre la economía nacional y la dependencia, pues como es sabido la tendencia es a que los cultivos vengan unidos a un paquete tecnológico de agroquímicos específicos, sin los cuales aquél no rinde o no manifiesta sus propiedades. Por lo tanto, lo que era producción nacional pasa a ser insumos importados, destruyéndose todo un sistema de producción y reproducción de semillas.

Además, en algunos casos, la elección de liberar un transgénico puede tener efectos irreversibles sobre nuestros nichos de mercado. Tal sería el caso de la liberación de forrajeras transgénicas que pudieran naturalizarse. Se habría renunciado a mercados que exigen calidad, y por tanto a la obtención de precios más altos; ello, al repercutir sobre la economía, promueve efectos ambientales por vía indirecta.

Salud Humana. En este punto deseo considerar dos aspectos: uno que es propio de los transgénicos, como el riesgo de que patógenos humanos adquieran resistencia a antibióticos, y otro, que si bien no es exclusivo de los transgénicos, no es por ello menos grave; se trata del potencial efecto tóxico de los mismos.

Quizás uno de los usos más irresponsables de la ingeniería genética ha sido la utilización de resistencia a antibióticos como biomarcador para reconocer si ha sido transferida la característica deseada a un producto en particular.

Como se sabe, la clonación se efectúa en el laboratorio, utilizando en general una bacteria como el Escherichia coli. Luego estos genes pueden expresarse o no, pero en algunos casos como en el tomate desarrollado por Calgene, se expresa.

Según Courvalin,*** la resistencia a antibióticos en bacterias se debe a la producción de enzimas y la transferencia horizontal de estos genes entre bacterias, entre otros procesos, por conjugación (contacto físico entre bacterias) o por transducción (producida por bacteriófagos). La transferencia de material genético de plantas a bacterias no ha sido aún documentada, pero la probabilidad está latente, más aun cuando las plantas sean portadoras de genes bacterianos introducidos en el tracto digestivo del hombre.

Ello quiere decir que es altamente probable que el gen denominado Blatem-1 -muy utilizado en la modificación genética de plantas y que desencadena la producción de una penicilinasa- transfiera su resistencia a una de las clases de antibióticos más utilizados en la terapéutica humana; según Courvalin, mutaciones puntuales pueden conferir a la enzima la propiedad de desactivar las cefalosporinas más recientes o la de ser refractaria a los inhibidores de la acción de la penicilinasa. Así, un acontecimiento genético de una frecuencia relativamente elevada puede arruinar décadas de esfuerzos de la industria farmacéutica. Por lo tanto, es poco responsable reducir el problema a la vieja lucha entre la industria farmacéutica y las bacterias, pues esta lucha implica para muchas personas la muerte. La industria seguramente conseguirá un nuevo medicamento, pero la muerte rondará a todos aquellos que no son los privilegiados que tienen dinero suficiente para acceder al último descubrimiento.

Estamos ante un riesgo muy alto de que algo así pueda ocurrir o incluso de que esté ocurriendo, pero como en tantas oportunidades en medicina su demostración es muy difícil, y en este caso, ante la evidencia de que los mecanismos de transferencia existen, la respuesta debiera ser la prevención por la vía de las normas, en la medida en que el buen sentido no ha primado en la ética de los investigadores y/o sus industrias empleadoras.

El otro aspecto al que quiero referirme es al potencial alergénico o incluso tóxico de esos y otros materiales de la biotecnología.

Cierto es que no se trata de nada nuevo. Cuando se transfiere germoplasma por simple cruzamiento desde una especie silvestre, esta cruza puede presentar potencialmente sustancias tóxicas que el cultivar no tenía, pero ello no es una excusa para no investigar estos efectos en los transgénicos; antes bien, nos debe alertar sobre el hecho de que siempre ante la incertidumbre se deben tomar los debidos recaudos: el principio de precaución.

No obstante, algunos científicos afirman que cuando lo que se consume es un subproducto, como lecitina de soja o aceite, el subproducto no contiene material genético ni sustancias potencialmente dañinas. Es una aseveración temeraria, ya que no se trata de preparados puros para análisis. Además, las reacciones antígeno-anticuerpo suelen producirse aun en concentraciones extremadamente bajas. Lo que sabemos es que en Uruguay en la actualidad los dietistas están recomendando prudencia con el consumo de productos conteniendo lecitina de soja, y el aceite de soja recientemente ha sido incluido en la lista de los más probables productos alimenticios que son potenciales agentes productores de alergias por el York Nutrition Laboratory de Inglaterra.

Está claro que no sabemos las repercusiones de un nuevo gen sobre la fisiología de un organismo, menos aun si de lo que se trata es de un paquete de genes. Si como sabemos ello puede repercutir sobre la salud humana, el alimento debería ajustarse a un protocolo de prueba de medicamento y no sólo de alimento. Así se ha procedido con muchos alimentos, como el bpc o el lisado de corazón, para citar ejemplos nacionales.

Efectos sobre los ecosistemas. En este punto habremos de referirnos a los efectos sobre los agroecosistemas y a los sistemas menos intervenidos por separado, por ser diferentes sus implicancias, principalmente socioeconómicas en el primer caso, y sobre la biodiversidad en el segundo.

En los agroecosistemas, el pasaje de resistencias a agrotóxicos de los cultivos a malezas emparentadas es algo bien documentado y no parece ser necesario explicitar los problemas que ello trae aparejado. Está claro que el problema no es para la industria sino para los agricultores, que para resolver el nuevo problema generado por una semilla que quizá ni siquiera han utilizado verán incrementados sus costos al depender de muy pocos laboratorios (quizás uno solo). El incremento en los costos de insumos suele implicar la pérdida de competitividad de la agricultura y su abandono. Existen dramáticos ejemplos de ello en América Latina, como el caso de la agricultura algodonera en Nicaragua.

La posibilidad de contaminación biológica (sensu Rappoport) o genética en ecosistemas naturales es un tema crucial. Siempre hemos creído que la naturaleza era relativamente promiscua. De otra forma no era fácil explicar la asombrosa velocidad con que se han creado nuevas formas de vida después de cada extinción masiva; en efecto, es mucho más fácil entenderlo si los genes útiles para una nueva situación pueden migrar horizontalmente. De ello, sin embargo, no debemos sacar conclusiones ligeras en torno a los efectos de la liberación de transgénicos en la naturaleza.

¿Quién puede prever qué pasaría si se liberaran masivamente especies que contienen genes como los transposones que las hacen particularmente promiscuas? En una naturaleza prístina quizás pasara poca cosa, pero esa naturaleza casi no existe. Las actividades humanas han liberado nichos y las especies autóctonas ya no compiten bien en un medio modificado. La introducción masiva de malezas y ornamentales ha afectado ya significativamente a nuestros ecosistemas, pero no sabemos qué puede pasar con una nueva invasión de especies con estas nuevas características. El tema ya no es la contaminación biológica, sino el riesgo de una nueva forma de contaminación: la contaminación genética.

En resumen, vivimos en una sociedad de riesgo. El riesgo en temas ambientales está presente frente a cada nuevo emprendimiento, pero la ética del investigador o el técnico asesor debe primar a la hora de determinar los límites aceptables de los mismos. Estos límites nunca habrán de ultrapasar los de la irreversibilidad. En este seminario alguien preguntó insistentemente, y sin obtener respuesta, si había peligro de irreversibilidad en estas acciones. La no respuesta es una medida al menos de la incertidumbre. Frente a ella, la moratoria en la liberación de especies transgénicas se impone, hasta que la investigación avance y nos dé las garantías que la sociedad requiere.

 


* Coordinador de la Maestría de Ciencias Ambientales, Facultad de Ciencias de la Universidad de la República.

** Laboratorio de Estudios del Cuaternario, unciep, Facultad de Ciencias.

*** Courvalin, "Plantes transgéniques et antibiotiques. Les ogm risquent-ils d'aggraver le problème crucial de la résistance bactérienne?", en La Recherche, 1998, 309:36-40.

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