Brasil
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Testimonio de
Sergio da Silva,
ex trabajador de Nestlé
Esto nos ha
cambiado completamente la vida
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Sergio da Silva
34 años, casado,
3 hijos
Nacido en
Araras
Trabajé en la Nestlé desde mayo de 1989 hasta junio
de 2003. Cuando entré tenía 19 años y fue la realización de
un sueño, porque escuchaba hablar tan bien de la empresa,
una multinacional seria, sólida. Luché por llegar allí.
Comencé como auxiliar haciendo control de cantidad en
productos larga vida. También debía colocar todo eso dentro
de cajas y las cajas en un palet. Luego fui promovido al
sector “acondicionamiento” donde quedé un año y después pasé
a la sala de envase. Allí tenía que alimentar la máquina con
el material de embalaje como bobinas y cintas. En esa época
todo se hacía manualmente sin ninguna ayuda mecánica. No
recuerdo cuánto pesaban esas bobinas, pero tenían 4.500
embalajes laminados. También colocaba en cajas diversos
productos manualmente. Ambas tareas implicaban esfuerzos
repetitivos. Varios años después pasé a ser operador de la
máquina, pero entonces casi nunca tenía un auxiliar que me
ayudara y debía cumplir las dos funciones al mismo tiempo.
Los embalajes defectuosos debían ser retirados de la línea y
su contenido vaciado en tambores de 50 litros porque el
contenido se reciclaba. Para esa operación había que golpear
el embalaje sobre el borde del tambor y mantenerlo apretado
para que el contenido saliera rápidamente. Mientras tanto
había que continuar atendiendo la máquina porque de lo
contrario se desorganizaba el trabajo y los jefes venían a
pedir explicaciones. Rompía entre 1.200 y 1.500 embalajes
por día. Eso eran otros tantos impactos en el puño, la
muñeca, el brazo y el hombro. Había que atender otras cosas
en la máquina, una de ellas era subiendo una pequeña
escalera para hacer una verificación, pero había que hacerlo
en fracciones de segundo. No se podía bajar del 97% del
estándar de producción porque los jefes presionaban y
amenazaban. En otras máquinas habían reducido tanto el
personal que los colegas no daban abasto, y espontáneamente
tendíamos a ayudarnos.
Hace unos seis años comencé a sentir dolor en los brazos y
las costillas, pero debido a las presiones internas en la
fábrica, y externas por el alto desempleo, evitaba ir al
médico porque sabía que la empresa no acepta enfermedades
que no tuviesen síntomas visibles. Sólo uno sabe cuánto
dolor se siente. Me automedicaba y un rato después se
aliviaba el dolor por el resto de la jornada, pero al día
siguiente todo recomenzaba. En mi sector teníamos reuniones
casi diarias, algunas en horario de trabajo y otras no. No
asistir a ellas era interpretado como sinónimo de desinterés
por el equipo humano, por el trabajo. En las reuniones se
presionaba mucho sobre la productividad, la competitividad
en el mercado, la calidad, y siempre se llegaba al mismo
punto: “si no están dispuestos a sostener el esfuerzo, la
calle está llena de gente que mataría por trabajar en la
Nestlé”. Eso entra en la cabeza, uno piensa en su
familia, en sus hijos, y se dice que hay que hacer cualquier
cosa para no perder el empleo, inclusive seguir trabajando
con dolor. Y así fue pasando el tiempo, hasta que llegó un
momento en que fue imposible soportar el dolor. Fui a un
médico fuera del horario de trabajo y llevé las radiografías
que tenía de la columna vertebral. Le expliqué que el dolor
en la columna corría hasta los hombros, y que cuando en la
pausa del trabajo iba a la sala de lectura no conseguía
sostener el diario porque me dolían los brazos. Le pedí que
me hiciera una ecografía porque nunca había tenido dolores
tan fuertes. Pero el médico ya había visto funcionarios de
Nestlé con el mismo problema, y como todos, en lugar
de una ecografía me pidió otra radiografía y un análisis de
ácido úrico en sangre. Hice todo lo que me ordenó y él me
recetó dos medicamentos para tomar diariamente. Uno de ellos
tenía algo que me afectaba los intestinos, pero igual
continué trabajando. Un jueves decidí ir al médico en lugar
de ir a la fábrica. Le conté lo que me estaba pasando, y me
dijo que disminuyera la dosis, pero nada de ecografía ni de
fisioterapia. Me extendió un certificado de licencia médica
por dos días, jueves y viernes, pero le pedí también el
sábado porque no me sentía bien y quería realmente
recuperarme. Además, a partir del lunes de la semana
siguiente tenía vacaciones y me parecía mejor darle un
descanso continuo al cuerpo. Me contestó que en virtud de
una solicitud de la empresa, él o cualquier otro médico de
Araras con convenio con Nestlé no podían dar más de
dos días de licencia médica y que me remitía a un médico de
la Nestlé para que él decidiera. Al día siguiente fui
a la empresa, vi al médico que tampoco podía darme un día
más y me reenvió al doctor anterior. Y me explicó que uno de
los jefes llamado Leandro había convocado a todos los
médicos para darles aquella indicación: no más de dos días
de licencia por enfermedad. Decidí hablar con el jefe de mi
sector a quien le expliqué la situación, y él concordó
conmigo acerca de que podía quedarme en casa. Durante las
vacaciones conseguí que otro médico me ordenara 10 sesiones
de fisioterapia que sólo me mejoraron parcialmente. A mi
retorno me habían asignado a otro sector de trabajo donde
estuve una semana descargando camiones con azúcar. Sentí
mucho dolor pero conseguí terminar la semana. Luego regresé
a mi sector de siempre, pero apenas dos días después me
llamaron al despacho de uno de los jefes y este me preguntó
qué era ese lío que había armado que había llegado hasta el
departamento de personal. Contesté que no había ningún lío y
conté los hechos como ahora, y agregué que de mi parte había
hecho todo según las reglas, como siempre lo había hecho en
la empresa. Era él mismo quien me había autorizado a faltar
el sábado. Sin más palabras, abrió un cajón de su
escritorio, sacó un sobre y me lo dio diciendo: “Viste,
ahora lo que ganaste fue el despido”.
No puedo admitir que tengamos que trabajar enfermos, que
sólo podamos bajar la cabeza, quedar en silencio. No firmé
mi despido, él llamó dos testigos que firmaron en mi lugar y
ya estaba todo jugado.
Yo creía que me jubilaría trabajando en esa empresa, por lo
menos que llegaría a ser alguien allí dentro, siempre hice
todo bien, pero en un abrir y cerrar de ojos me habían
despedido.
Antes de llegar a casa pasé por el doctor que me había
habilitado la fisioterapia y le pedí una ecografía, y ese
mismo día tenía el diagnóstico de tendinopatía en los
hombros. Con ese resultado regresé al doctor anterior para
mostrarle que por haberse negado a darme un día más de
descanso me habían despedido. Infelizmente, me respondió que
él también es funcionario de la Nestlé porque depende
del convenio con la empresa.
Enseguida me enteré de la existencia de médicos en Sorocaba
que nos trataban con dignidad. Rápidamente tuve un
diagnóstico de LER, y me dieron una carta para el INSS donde
otro doctor me otorgó la cobertura social por enfermedad.
En la actualidad sigo en seguro de enfermedad, haciendo
fisioterapia, y en este mismo momento en que estamos
conversando siento bastante dolor porque cuando los días son
húmedos como hoy, el dolor se hace más intenso.
Sé que voy a tener muchas dificultades para conseguir un
nuevo empleo, porque en cualquier empresa tengo que pasar
por los tres meses de prueba, y ahí hay que matarse para
conseguir el puesto. Pero el problema es que no podré hacer
eso, porque no tengo condiciones físicas, y si lo hago
usando medicamentos, entonces agravaré mi enfermedad. Le he
planteado este problema a todos los que conozco, y nadie
puede resolverlo. De hecho, creo que ya no podré trabajar.
Muchas veces siento deseos de salir a pasear con mi hijo más
pequeño que tiene un año y medio, pero no podemos sostenerlo
en brazos porque mi mujer, ex empleada de Nestlé,
también tiene LER. Y si nos esforzamos y lo hacemos, hay
personas que nos acusan de estar fingiendo la enfermedad, de
ser unos sinvergüenzas. Todo esto afecta mucho
emocionalmente, uno tiende al aislamiento, disminuye el
diálogo, estamos más sensibles y propensos al
enfrentamiento. Nos quedamos en casa, pero tampoco allí
podemos hacer gran cosa, no puedo arreglar una cortina,
limpiar, arreglar el jardín... tenemos que pagar para todo.
Entonces se agregan dificultades económicas. La convivencia
se torna problemática. Hasta hay momentos en los cuales uno
piensa en hacer alguna estupidez.
En este punto Sergio no consiguió seguir hablando de sí
mismo. Veinte minutos después pudimos empezar a conversar
sobre el caso de su esposa.
María también es funcionaria de Nestlé desde 1986,
donde trabajó siempre en la sección estampado, que es una
locura por la intensidad de la tarea. Siempre llegaba a casa
cansada, nerviosa, obsesionada por alcanzar los estándares
de productividad. A mediados de 1996 sentía tanto dolor que
no podía seguir trabajando. Se hizo algunos exámenes y se
detectó que tenía LER. En esa época nadie sabía aún qué era
esta enfermedad. Elder, médico de la empresa, le mandó tomar
varios medicamentos y le dijo que podía continuar
trabajando. Había noches en las cuales María lloraba de
dolor en los brazos y los hombros. Así y todo, el tiempo fue
pasando hasta que no aguantaba más, por recomendación del
médico se le encomendó otra tarea en las oficinas. Pero
después de un tiempo quisieron regresarla a la máquina,
también por presión de algunos colegas que envidiaban su
situación creyendo que ella no estaba enferma. Durante mucho
tiempo sufrió una persecución de algunos jefes, hasta que en
febrero de 2001 le comunicaron el despido sin previo aviso.
Pero ella tenía cita con el ginecólogo en esos días porque
estaba con la menstruación atrasada. El médico constató que
estaba embarazada. María regresó a la empresa, dijo que
estaba encinta, y cuando vieron que habían cometido un doble
error, porque la despidieron estando en tratamiento por LER
y, además, embarazada, la reintegraron. Desde entonces
estuvo en licencia por maternidad y luego por LER. En
diciembre de 2003 debía pasar una pericia del INSS, pero los
médicos están en huelga hasta hoy. Así que no sabemos
tampoco qué pasará con ella.
Todo esto ha provocado que María cambie completamente. Ella
era una mujer que estaba siempre alegre, y ahora...
Sacudido, conmocionado, Sergio no pudo continuar hablando de
su vida, de su esposa, de sus hijos.
Carlos Amorín
Testimonio extraído del libro “Masacre
Silenciosa”,
producido y editado por Rel-UITA
28 de abril de 2006
Ilustraciones:
Álvaro Santos
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