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La ignorancia
puede matar |
Cerca de 40 millones de personas en el mundo viven con el
VIH, cinco millones son infectados y más de tres millones
mueren cada año. Es falso que el mundo ya haya tomado
conciencia de la gravedad del SIDA.
El Fondo
Mundial de la ONU contra el SIDA, la tuberculosis y el
paludismo
ha anunciado que cerca de cuatro mil millones de dólares han
sido prometidos para el bienio 2006-2007 durante la
Conferencia de los Países Donantes celebrada en Londres.
Esas promesas realizadas por 29 países representan más de la
mitad de los siete mil millones presupuestados para ese
período. Ante esta buena noticia es preciso recordar a los
políticos que deberían dejarse de moralismos si quieren
vencer al SIDA.
Cerca de
40 millones de personas en el mundo viven con el VIH, cinco
millones son infectados y más de tres millones mueren cada
año. Se trata de una auténtica epidemia que puede ser
abordada con tratamientos médicos para hacer de ella una
dolencia crónica, en espera de un tratamiento eficaz como la
vacuna, y con medidas preventivas para evitar su
propagación. Pero el SIDA no respeta ningún principio moral:
ataca a los recién nacidos, a los huérfanos de afectados, a
los enfermeros por un pinchazo accidental y a los pacientes
de otras enfermedades durante una transfusión de sangre
contaminada. También ataca a la pareja fiel del cónyuge
infiel.
Mientras
no se consiga la vacuna, el preservativo sigue siendo la
medida más eficaz para evitar el contagio en las relaciones
sexuales. Preconizar la abstinencia sexual como única medida
eficaz es una auténtica inmoralidad, y una fantasía. Los
países empobrecidos que han detenido la progresión de la
epidemia (Brasil, Tailandia, Uganda y Camboya) obtuvieron
esos resultados al cambiar el comportamiento de las
personas: no pidieron a las personas que se atuviesen sólo a
preceptos morales sino que adoptasen medidas eficaces, en su
propio interés y en el de la comunidad.
Pero ya
han pasado veinte años con miles de millones invertidos
contra esta epidemia sin lograr vencerla. Pero, en espera de
la vacuna que permitirá un control más seguro, es preciso
promover políticas de prevención coherentes, pragmáticas y
realistas. Por eso, hay que comenzar por eliminar prejuicios
y falsas ideas adquiridas que circulan peligrosamente.
En primer
lugar, es falso que el mundo ya haya tomado conciencia de la
gravedad de esta enfermedad. Las ONG han pedido sin cesar
fondos para luchar contra el virus. Sólo hace unos años que
los fondos han comenzado a llegar: en 2003, los fondos
destinados a combatir la enfermedad en los países pobres
alcanzaron los 4’7 mil millones de dólares. La ONU creó en
2002 el Fondo mundial de lucha contra el SIDA que este año
distribuirá cerca de dos mil millones de dólares, el Banco
Mundial emplea mil millones de dólares contra la epidemia en
África y el gobierno de EEUU anuncia un proyecto de quince
mil millones durante los próximos cinco años para programas
de prevención, ayuda a huérfanos del SIDA y para ayudar al
tratamiento retroviral en los catorce países más afectados.
En 1996,
semejante suma hubiera detenido la extensión de la epidemia.
En 2005, no es suficiente, a pesar de gastar quince veces
más que en 1996. ONUSIDA, programa de la ONU contra el
VIH-SIDA, estima en doce mil millones de dólares las
necesidades de los países en desarrollo sólo para este año.
Luego, es falso que el mundo haya tomado conciencia de la
gravedad de la situación.
Tampoco se
puede reducir el problema a la falta de dinero sino a la
ausencia de personal médico y sanitario en los países pobres
para que administren los retrovirales. En Addis-Abeba, tan
sólo cuentan con dos médicos y dos enfermeros para tratar a
2000 enfermos mientras que, en EEUU, los mismos enfermos
disponen de 15 sanitarios. En Malawi, 4000 pacientes cuentan
con una sola enfermera. El problema es que los países ricos
no sólo no quieren dar ayudas para que los médicos africanos
se instalen en las regiones rurales o para resolver la
penuria de enfermeros sino que, sobre todo en los países
anglófonos, realizan un auténtico saqueo de médicos y de
enfermeros. En Ghana, tres cuartas partes de su personal
médico-sanitario emigran a Gran Bretaña, Canadá, Australia y
EEUU. Sólo 360, de los 1.200 médicos formados en Zimbabwe en
los años noventa, trabajan allí. Es una auténtica
inconsciencia y una hipocresía sin nombre ver que el
South African Medical Journal multiplica los anuncios
con ilustraciones animando a los profesionales africanos a
practicar la medicina en el Canadá rural, porque dispondrán
de más facilidades. Sólo una formación acelerada del
personal sanitario y una ayuda para mejorar las condiciones
de trabajo de los médicos en los ambientes rurales africanos
supondrá un auténtico freno a la expansión de la epidemia.
Pero hay otros prejuicios e ideas establecidos que es
preciso desmontar. En ello nos va la vida y no sólo en los
medios económicos. La ignorancia puede ser mortal.
José Carlos García Fajardo
*
Director del CCS
26 de
setiembre de 2005
*
Profesor de Pensamiento Político y Social (UCM)
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