Todos somos caníbales

 

Clarence Stowers, un habitante de Carolina del Norte, adquirió un vaso de natilla en la tienda Kohl’s Frozen Custard y lo llevó a su casa, al abrirlo notó un objeto entre la natilla y pensando que era un trozo de fruta o de dulce se lo llevó a la boca. Al percibir algo extraño lo escupió, lo lavó en la cocina y comenzó a gritar horrorizado, ¡se trataba de un dedo humano! El dedo pertenecía a un operario de la tienda que recientemente se había accidentado. Otro empleado de la mencionada tienda había perdido un dedo índice meses atrás en la misma máquina, en esa ocasión el departamento estatal del Trabajo realizó una investigación concluyendo que la tienda no hizo nada incorrecto.

 

Clarence tuvo la desgracia de no caer dentro del popular precepto “ojos que no ven, corazón que no siente”, en el cual se ubica la mayoría de los consumidores de alimentos industrializados. El consumidor común ingiere junto con sus alimentos, dedos, brazos y columnas vertebrales pertenecientes a seres humanos. Pese a que ello está constatado, también en este caso las autoridades entienden que las empresas no están haciendo nada incorrecto.

 

Las fábricas que elaboran alimentos en Brasil son también fábricas de lesiones por esfuerzos repetitivos (LER). Miles de personas al año, la mayoría de ellas mujeres, quedan incapacitadas para desempeñar cualquier tipo de trabajo –incluyendo las tareas del hogar o algo tan simple como levantar a su bebé para amamantarlo– sin que las LER sean consideradas una enfermedad profesional.

 

La tradicional fábrica peruana de galletitas y golosinas Arturo Field es actualmente propiedad de la transnacional Kraft Foods, un eslabón dentro del conglomerado Philip Morris. Hace unos meses la fábrica de Kraft en Lima aumentó considerablemente la velocidad de sus máquinas y las compañeras que trabajan en el empaquetado comenzaron a experimentar la sensación de que sus dedos y sus manos se les “duermen”. Se trata de la primera manifestación de las LER. Para Kraft del Perú los negocios marchan muy bien, en el primer trimestre del año exportó galletas a Ecuador, Colombia, Haití, República Dominicana, Chile, Panamá, Guatemala y Venezuela por 1 millón 487 mil dólares. Junto a esas galletas, los consumidores de los referidos países –sin percibirlo– están comiendo trocitos de los dedos y brazos de las trabajadoras. Completando el cuadro, este año Kraft le comunicó a sus trabajadores que debido a sus dificultades (?) no podrá dar cumplimiento al reparto de utilidades.

 

Chile se ha convertido en un gran exportador de salmón, entre otras razones porque es un producto cuyo precio se encuentra fuera del alcance del chileno promedio. Que el producto se exporte y esté destinado a las clases pudientes de los países ricos, no impide que las empresas impongan ritmos de trabajo inhumanos. El noventa por ciento de las licencias médicas en la industria del salmón se debe a las LER. Según la legislación chilena, todo trabajador o trabajadora tiene derecho a interponer una demanda por daño a la salud, pero debe probar que la empresa no hizo todo lo posible en materia de seguridad para evitar el daño. En el caso bastante remoto de que se pueda probar el daño, el juicio puede durar varios años, mientras el o la afectada se encontrará despedido y sin posibilidades de desempeñarse en un nuevo empleo. En la Cartilla Nº 8, “Riesgos en Sector Pesca”, de la Dirección del Trabajo del Ministerio del Trabajo de Chile puede leerse: “Esta industria concentra alrededor de 40.000 trabajadores, donde el 36%1 corresponde al sector femenino. […] Se trabaja en un ambiente húmedo, en permanente contacto con agua y en posturas que son principalmente de pie. La manipulación del producto exige un ritmo de trabajo rápido y un esfuerzo repetitivo de manos y brazos que no siempre se acompaña de pausas y descansos necesarios para evitar lesiones y trastornos por sobreuso. Los problemas de salud más frecuentes en este sector son los relacionados con los trastornos musculoesqueléticos, problemas respiratorios, enfermedades de la piel, alergias de contacto y deterioro de la audición”. Está claro que el problema no puede justificarse en la ignorancia, pero sí en la decisión de mirar hacia otro lado.

 

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) –tan preocupada en estos días por la salud de los fumadores– las enfermedades musculares y óseas no son consideradas una epidemia, pero según la propia OMS tres de cada diez personas las padecen. Por otra parte, la OMS estima que debido a estas enfermedades, en los países subdesarrollados se pierden unos 112 mil millones de dólares anuales debido a la incapacidad laboral. No obstante, también en este caso las empresas, con la complicidad de los gobiernos, aplican la fórmula de privatizar las ganancias y socializar las pérdidas.

 

En el caso de las LER2, como en tantos otros aspectos de la medicina del trabajo, el 80 por ciento de la actividad debería centrarse en la prevención y solamente el 20 por ciento restante en la atención clínica. Para que la prevención resulte efectiva, la organización sindical y un convenio colectivo que norme las condiciones de salud y seguridad en los centros de trabajo, resultan imprescindibles. No obstante, en un buen número de nuestros países constituir un sindicato se paga frecuentemente con el despido, cuando no con la propia vida.

 

Si todos nos preocupáramos de averiguar si existe sindicato en las fábricas de los alimentos que consumimos, estaríamos dando un gran paso para rechazar la práctica de un canibalismo que no deseamos.

 

 

Enildo Iglesias

© Rel-UITA

30 de mayo de 2005

 

 

1  Desde que se elaboró la citada Cartilla, el porcentaje de mujeres ocupadas en la industria del salmón se elevó al 70 por ciento. La Cartilla tampoco menciona que las trabajadoras deben permanecer en el lugar de trabajo hasta que termine el ciclo, lo que generalmente significa entre 14 y 16 horas diarias.

2  Conste que no mencionamos las 3.300 personas que diariamente pierden su vida en el mundo por accidentes o enfermedades profesionales.

 

 

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