El surgimiento
de una nueva cepa letal de la bacteria
Escherichia coli
(E. coli)
en los alimentos en Europa pone de manifiesto, nuevamente,
el desastre sanitario en que nos ha metido el sistema
alimentario agroindustrial.
Lo tratan como accidente, pero en realidad es algo cada vez
más frecuente, porque es una consecuencia sistémica. Era lo
esperable, al igual que el surgimiento de la gripe porcina y
la gripe aviar.
Las autoridades sanitarias del gobierno alemán, donde
primero se identificó el brote, acusaron como causantes de
contaminación a los pepinos orgánicos españoles. Lo tuvieron
que rectificar porque era falso, pero ya habían causado
grandes pérdidas.
Acusan también a tomates y lechugas, se especula con leche,
carnes y agua embotellada. Según el Instituto Robert Koch de
Alemania, se trata de una cepa desconocida, producto de
recombinación de otras, que dio la nueva E. coli
enterohemorrágica O104:H4.
Al principio sospechaban de la
E.coli O157:H7,
la que se encontró en carne molida de grandes empresas como
Cargill
y que en 2008 motivó el retiro de 64 millones de toneladas
de carne de Estados Unidos y miles de afectados.
En este caso dicen no saber de dónde salió ni cuánto va a
durar, pero se ha extendido a varios países europeos y ha
causado 18 muertes y más de 2000 internaciones que pueden
tener consecuencias graves. Se podría agregar una larga
lista de accidentes graves del sistema alimentario
industrial (carnes contaminadas, melamina, dioxinas,
aditivos y envases de plástico tóxicos, adulteraciones).
Lo cierto es que gracias a
la industria
agroalimentaria controlada por una veintena de
trasnacionales globales, la comida pasó de ser necesidad,
placer y cultura, a convertirse en una permanente amenaza a
la salud.
En el caso de las bacterias
E.coli, de las
que hay muchas diferentes cepas, éstas son usadas y
manipuladas en forma intensiva y masiva por la industria,
por lo que están favoreciendo todo el tiempo la creación de
nuevas cepas. Por ejemplo, son un elemento importante en la
construcción de transgénicos (agro-alimentarios,
farmacéuticos y veterinarios), son el vector de fermentación
de la biología sintética (manipulando con genes artificiales
bacterias E. coli
y levaduras, por que son rápidas y fáciles de
usar), son el vector para fabricar hormonas transgénicas
(hormona de crecimiento bovino) para que las vacas produzcan
absurdas cantidades de leche que las enferman y nos
enferman.
En la mayoría de los casos, para probar si la transgenia fue
exitosa, les aplican antibióticos, por lo que además de la
transferencia horizontal de material genético entre
diferentes bacterias (que de por sí promueven los
transgénicos), aumentan también la resistencia a
antibióticos.
Como las E.coli
están presentes en todas partes pero aumentan con ciertas
condiciones (almacenamiento, transporte, temperaturas,
etc.), en las grandes instalaciones se las combate con
bactericidas lo cual promueve aún más mutación y
resistencia.
La presencia de bacterias y virus, normales o por falta de
higiene y otras condiciones, puede suceder tanto en pequeñas
producciones locales, como en grandes. Pero en las pequeñas
y descentralizadas, sea desde la cría animal a los cultivos,
intercambio y procesamiento de alimentos, mercados locales,
queda focalizada o diluida entre muchas otras fuentes de
diversidad animal y vegetal.
Es justamente el carácter masivo y uniforme de los cultivos
y animales que los hace más vulnerables, al tiempo que los
ataques continuos con químicos que todo el tiempo crean más
resistencia, agregado a largos transportes y diversos
empaques que exigen los grandes supermercados, lo que
converge para crear las cepas más peligrosas.
Ya en la espiral destructiva, para controlar todo esta
debacle de enfermedad que crean –las que se destapan y las
muchas sobre las que no toman estadísticas– aplican más
químicos como conservadores, aplican irradiación de
alimentos y empaques con nanotecnología para que los
alimentos parezcan frescos; aunque sean nocivos.
Igual que con la gripe porcina, no es verdad que las
autoridades no sepan de dónde salió la nueva cepa. Incluso,
desde ya, les podemos decir de dónde vendrán muchas de las
próximas bacterias y virus patógenos.
El verdadero origen del desastre es que el sistema
agroalimentario haya sido secuestrado por las trasnacionales
y que para que ganen más, nuestra comida sea transgénica,
nos haga obesos, tenga menos nutrientes y esté llena de
venenos, sean químicos o nanotecnológicos.
Tan brutal ha sido el secuestro en los mercados, que en
lugar de tener que advertir los que tienen tóxicos, se
etiqueta –con alto costo para productor y consumidor– los
productos orgánicos, los que no tienen tóxicos. Y de pasada,
afirman que son el origen de cepas patógenas.
Consecuentemente, el control de la inocuidad alimentaria se
ha transformado en una máquina comercial que lejos de
favorecer la salud pública y prevenir enfermedades, es un
sistema selectivo de privilegios para las grandes empresas,
para desplazar e impedir la producción y consumo de
productos campesinos, de pequeños productores y de muchos
países del Sur.
Pese a todo eso, 70 por ciento del planeta aún se alimenta
de la producción campesina, comunitaria, familiar. Por la
salud de todos y la del planeta, es lo que tenemos que
rescatar y apoyar, contra la voracidad homicida de las
trasnacionales.
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