El peso de
una sociedad opulenta
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El sobrepeso es el nuevo enemigo que amenaza al mundo
desarrollado. “Los casos de obesidad se han incrementado en
el ámbito mundial y constituyen un problema de salud grave,
incluso en países donde existen problemas de desnutrición”,
según la Organización Mundial de Salud (OMS).
En su "Informe sobre el Estado del Mundo", la OMS afirmó que
1.200 millones de personas en todo el mundo tienen problemas
de sobrepeso, aproximadamente el mismo número de personas
que sufren de desnutrición. En el mundo hay 320 millones de
obesos. Obeso es quien tiene un Índice de Masa Corporal
mayor de 30. Los problemas de salud asociados van desde la
hipertensión, las enfermedades cardiovasculares, algunos
tipos de cáncer y la diabetes, hasta las dificultades
respiratorias y la artrosis.
En Estados Unidos, las alteraciones que tienen que ver con
el sobrepeso ya alcanzan al 65% de la población. En Europa,
más del 7% de los fallecimientos están relacionados con el
sobrepeso, según una investigación de la Universidad
Autónoma de Madrid. Un sobrepeso de 15 kilos puede reducir
la esperanza de vida en 7 años.
El problema no afecta sólo a la salud. En España, el coste
de atender a este sector de la población es de 2.000
millones de euros.
El desarrollo tecnológico, que nos permite una vida “con
mando a distancia”, más cómoda y sedentaria y una
alimentación demasiado rica en grasas, son una combinación
peligrosa que acaba reflejándose en la báscula. Se ha roto
el equilibrio necesario entre el gasto energético y lo que
comemos. Gastamos el 25% menos de energía que antes pero
hemos empeorado nuestra dieta.
Si el organismo ingiere más calorías de las que consume, el
exceso se almacena como grasa. La obesidad comienza con un
incremento paulatino del peso. Se pierde agilidad y
comienzan las buenas intenciones: caminar más, beber menos y
comer sano. Pero eso requiere una ración extra de voluntad.
Todavía más difícil lo tienen los ejecutivos que comen fuera
de casa, con almuerzos de trabajo abundantes y poco
ejercicio físico, hábitos poco saludables.
Pasados los primeros kilos, comienza la alarma y la búsqueda
de dietas milagrosas. Se suele acabar siendo víctima de la
publicidad engañosa, con el creciente mercado de productos
adelgazantes y light que se ofrecen como panaceas.
Cuando aparecen los primeros síntomas, algunos recurren al
gimnasio o al footing y otros deciden ir al trabajo
caminando o en trasporte público, dejando el coche en el
garaje. Pero la mayoría desiste y el peso sigue
incrementándose. Más adelante se llega a dietas tan
estrictas como efímeras.
El problema ha de ser afrontado por los poderes públicos y
la comunidad médica, pero empezando por la escuela y la
familia, donde se forman los hábitos de alimentación de la
infancia.
La OMS alerta sobre la obesidad infantil y sugiere que el
excesivo sedentarismo asociado a las pantallas –videojuegos,
televisor, ordenador- constituyen un factor de riesgo. El
televisor muestra convincentes anuncios que animan a tomar
refrescos, postres, chocolates, flanes, etc.
Hay países desarrollados donde uno de cada tres niños en
edad escolar tiene sobrepeso por el tipo de comidas que
hacen y por las muchas horas que pasan viendo programas
televisivos.
Al parecer, la televisión engorda más que las patatas
fritas. Por cada hora diaria ante la pantalla, los expertos
calculan que crecen un 30% las probabilidades de llegar a
ser obeso.
No se trata de estar siempre “a dieta” -habría que desterrar
ese término, que evoca sacrificio y prohibición- sino de
cambiar los hábitos hacia una alimentación equilibrada para
recuperar el “peso de salud”.
Frenar el problema de la propagación de la obesidad en el
mundo no es fácil. La propia OMS reconoce que no cuenta con
una estrategia generalizada para el control de peso. Quizá
sean precisas campañas de continuidad similares a las
emprendidas contra el consumo indebido de tabaco y alcohol.
María José Atiénzar
PAgencia
de información Solidaria
5 de julio de
2004
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