A
partir de la desincorporación de los ingenios del
sector público, iniciada en 1988, la agroindustria
azucarera, administrada en su mayor parte por el
estado, inició el difícil tránsito hacia su
incorporación a una economía de mercado. Las
desapariciones primero de UNPASA, el monopolio
estatal comercializador del azúcar y, una vez
vendidos los ingenios paraestatales de Azúcar, S.A.,
aunadas a la emisión de un nuevo decreto cañero en
1991, resultaron ser el detonante que transformó
esta actividad de una agroindustria regulada a una
cambiante y dinámica.
El
pago de la caña a partir del azúcar recuperable (KARBE),
consecuencia del Decreto de 1991, separó la calidad
de la caña de la eficiencia en la operación de
fábrica, obligando a una parte a aportar materia
prima de mejor calidad y a la otra a mejorar su
proceso fabril y disminuir sus pérdidas. Tanto la
producción como la productividad, en fábrica como en
campo, iniciaron una curva ascendente que ha
superado una y otra vez los precedentes hasta
culminar con la recién terminada zafra, en la que se
molieron 51 millones de toneladas de caña y se
produjeron 5.8 millones de toneladas de azúcar.
El incremento continuado de la producción de azúcar
gradualmente volvió innecesaria la importación.
Pero el tránsito a la autosuficiencia no estuvo
exento de sinsabores: la importación desmedida e
incontrolada de azúcar en cantidades varias veces
superiores al déficit nacional, la entrada, desde
Estados Unidos, de volúmenes nunca aclarados de
jarabe de maíz de alta fructosa y de maíz amarillo
para producirlo en el país, ambos subsidiados en su
país de origen y por el nuestro en su importación,
las ventas de azúcar a precios quebrados por algunos
grupos industriales que, curiosamente, jamás se
reflejaron en el precio al consumidor, el
incumplimiento por algunos industriales de sus
compromisos de exportación y muchos mas. A esto
debemos añadir el incumplimiento, por parte de los
Estados Unidos, de los términos pactados en el TLCAN
en el sentido de permitir la exportación a ese país
de los excedentes de azúcar mexicana.
Consecuencias de lo anterior fueron, por una parte,
el cierre de la Financiera Nacional Azucarera (FINASA)
el banco especializado para el sector y,
consecuentemente, la desaparición casi total del
crédito al campo cañero, ante la negativa de FIRA y
las instituciones bancarias a financiar una
actividad que catalogaron de riesgosa y, por la
otra, los conflictos recurrentes por la falta de
pago de la materia prima que desembocaron en la
expropiación de 27 ingenios.
El
decreto cañero de 1991 establecía los mecanismos
para una ordenada relación entre ingenio y
abastecedores, regulando entre otras cosas la
calidad de la caña como materia prima, los sistemas
de determinación de su contenido de azúcar, la
fijación de un precio de la caña ligado a su
contenido de azúcar y a un precio de mercado del
azúcar regulado por la oferta y la demanda, así como
un procedimiento de pago de la materia prima con
plazos basados en los tiempos agrícolas propios de
la caña.
Toda la certidumbre que este sistema dio a la
agroindustria desapareció por virtud de la visceral
decisión del ejecutivo federal de abrogar, en un
albazo, el decreto cañero sin substituirlo por algún
otro mecanismo que normara la relación entre dos
partes asimétricas, dejando a una a merced de la
otra. Esto ha originado ya diversos conflictos con
industriales que buscan aprovecharse desde ahora del
vacío legal en que quedó la agroindustria.
Buscando revertir los efectos nocivos de la
abrogación, el Poder Legislativo ha aprobado una Ley
de Desarrollo Sustentable de la Caña de Azúcar. Con
esta Ley se devolverán normatividad y certidumbre a
la agroindustria, a la vez que se sientan las bases
para impulsar la investigación y el desarrollo de
nuevas tecnologías. Por virtud de esta ley se
devuelve a los cañeros su condición de ser partes en
su actividad y se conserva el incentivo de aumentar
su productividad, condición indispensable para un
crecimiento que garantice la autosuficiencia
nacional.
Ignorar, como hoy pretende SAGARPA, que las
condiciones que nos hicieron crecer y nos volvieron
autosuficientes en apenas 5 años, se dieron
precisamente por las disposiciones del Decreto
Cañero y su normatividad, evidencian una escasa
capacidad de análisis o una perversa intención de
dañar oculta tras una cortina de humo de mentiras y
una campaña de desinformación. La mentira no puede
subsistir en presencia de la evidencia. Las
estadísticas existen y éstas demuestran la
coincidencia entre el Decreto de 1991 y sus
lineamientos con los incrementos en producción y
productividad que nos llevaron a la autosuficiencia.
A
pesar de que el Ejecutivo Federal ha tratado de
desviar la atención hacia una aparente lucha por la
membresía en las organizaciones cañeras, situación
por cierto resuelta por la Ley, en la cual se
garantiza la libre asociación dentro de condiciones
que demuestren la representatividad, la realidad es
que el verdadero embate se encamina a privar a los
cañeros de elementos para defenderse frente al
sector industrial y de dar a éste ventajas
indebidas, buscando aumentar las utilidades de los
ingenios sin necesidad de corregir su ineficiencia,
lastre que arrastran por la falta de inversiones y
que hoy se oculta tras los buenos precios en el
mercado nacional.
Si
la intención de alterar la relación cañero-industria
se orienta a aumentar las utilidades de los ingenios
administrados por el sector público o para hacerlos
más atractivos para su venta, es algo que no debe
importarnos. La relación ingenio-cañeros y los
porcentajes de participación de los abastecedores en
la producción de azúcar y del precio de la misma no
están alejados de los criterios con que se paga la
caña en otros países. No somos voraces ni
pretendemos adueñarnos de algo que no nos
corresponda en detrimento de la contraparte. Por el
contrario percibimos, en sus actitudes y
declaraciones, una intervención del gobierno para
que lo opuesto suceda.
Hoy
estamos en pie de lucha y no claudicaremos hasta
lograr que nuestro derecho se respete. Damos
prioridad al diálogo como vía para llegar a
resultados satisfactorios pero lucharemos con todos
los elementos a nuestro alcance para preservar lo
que es nuestro y que hoy, indebidamente, se pretende
arrebatarnos.
Frente a una administración pública sorda y cerrada
al diálogo y a la negociación, habremos de utilizar
los medios a nuestro alcance para defender nuestro
derecho. Este es, las evidencias lo demuestran, el
único camino que se nos ha dejado.